Dejamos a Carole, su perra Ana y el viento de la bahía para trasladarnos al pueblito de Belén, que mirando el mapa queda un poco más al sur. Allá nos recibió Marcela, su mamá y Valeria, una de sus inquietas nietas.

matapalo, costa rica

Soledad en las playas de Matapalo

La famosa playa de Tamarindo al atardecer

Llegamos a Belén por esas casualidades que tiene la vida de viaje. Hace años Lucila conoció Rodrigo, un periodista chileno que vivía también en Madrid mientras ambos trabajaban para la agencia EFE. Marcela entra en escena en nuestro viaje por ser amiga de él y ni bien supo que estábamos por Costa Rica, mensaje de por medio, nos invitó a su casa. Si es enero y estás por Centroamérica algo que no se puede evitar es el calor, pero si estás camino a Belén algo puede cambiar y es la tranquilidad con la que vive la gente. La casa de la mamá de Marcela estaba un poco desordenada porque su esposo había fallecido unos meses atrás. A pesar de estar separados hace 14 años tenían muy buena relación. Entonces el patio se llenó de cosas como un auto viejo oxidado de hace tiempo, de cajas con libros y varios electrodomésticos en desuso. En un rincón habían dos sillas de madera ubicadas estratégicamente debajo de un inmenso árbol y sentarse a descansar un rato ahí era una bendición. Los dos días que pasamos en este perdido pueblo en el que ningún turista llega, fueron compensados por la hospitalidad de esta familia tica. Adriana, la hermana de Marcela, se sumó a la complicidad y nos preparó un rally por las playas más conocidas de la zona. Nos fuimos primero a conocer playa Coco, después a Matapalo, para mí la más linda por su poco desarrollo hotelero y por último la famosa Tamarindo donde encontrarse con argentinos es de lo más común. Gracias a la picardía de Adriana, que se mete en todos lados, conocimos un parque de deportes de aventuras y el canopy más largo de este país con 1.400 metros atravesando un río.

Nos despedimos de Tamarindo caminando por su calle peatonal con jugos de frutas y helados y por la noche regresamos a la paz de Belén. Al día siguiente, Adriana estaba pintando su casa pero no tuvo ningún problema en tomar su auto y llevarnos casi 30 kilómetros hasta Santa Cruz para que tomáramos el bus a San José. Solo fueron dos días en Belén y sin dudarlo volvería en otra ocasión!