¿Pero qué pasa cuando hay que volver? ¿Es verdad que existe la depresión o bajón post viaje?
La respuesta más breve sería decir que sí! Aunque no todos funcionamos de la misma manera. No es igual regresar a tu ciudad de un viaje de 4 meses por Europa por primera vez que volver después de 1 año recorriendo el mundo y ya haberlo hecho varias veces. Pero si ocurre un fenómeno, que más allá de la experiencia de cada uno, ocurre en mayor o en menor medida para todos.
Durante los viajes había adrenalina, había caminatas a lugares fantásticos, la capacidad de asombro estaba en cada instante, en cada paisaje que fotografiábamos, en el/la amante perfecto/a que conocimos en ese bus, en acampar en soledad, en probar una comida nueva… en definitiva eran un montón de estímulos nuevos cada día, cada minuto y TODO eso se pierde al regresar. O al menos eso creemos porque ahora estamos quietos en casa.
Entonces, ¿cómo se hace para combatir ese estado de ánimo? No hay una solución mágica, pero si algunas maneras que pueden hacer que el regreso no se tan duro, triste, doloroso o depresivo.
Algunos viajeros prefieren hacer una parada previa antes de regresar a su ciudad. Pongamos un ejemplo: hiciste un viaje de varios meses por Asia y en lugar de aterrizar directamente en Buenos Aires, elegís una vuelo con escala en Lima, Perú. El volver a hablar en español, sentir que estás en tu continente y entender todos los carteles que están por la calle es una breve pausa antes de abrir la puerta de casa, tirar la mochila en tu cuarto pensando en que todo se acabó. Y a decir verdad, acá es donde recién empieza el verdadero viaje. ¡El de tu interior!
Tus familiares, amigos y conocidos, seguramente que estarán ansiosos por que le cuentes esas anécdotas tan divertidas que traés de África, de los safaris por la selva, de tus trekking por montañas nevadas o de ese paseo en bote por el río Mekong. Pero resulta que vos no tenés nada de ganas en verlos ni contárselo (todavía). Lo mejor es disfrutar primero de tu espacio, de tu soledad, no forzar la vuelta, ni la rutina. Disfrutá de tu casa, de tu espacio, de tu barrio y recién cuando te sientes mejor de ánimo ahí podrás comenzar a juntarte con cada uno por separado.
Durante el tiempo que estabas viajando seguro que decías cosas como: cuando vuela a mi casa voy a ir más al cine, voy a leer esos libros que postergué por tener que estudiar o trabajar mucho, voy a hacer más deporte, voy a… entonces date esos gustos y aprovechá el tiempo para descansar, para conectarte con todo que te gustaría haber hecho y todavía no lo hiciste.
Es increíble como un viaje nos puede cambiar! Estando fuera de nuestra casa nos damos cuenta que había cosas que no nos gustaban hacer. Entonces, cuando volvemos no las sigamos haciendo. Nadie nos obliga a tener que hace siempre lo mismo. ¡Animate a renovarte! Dicen que viajar es evolucionar y están en lo cierto. Viajar fuera de tu ciudad y tan lejos te cambió. Aceptalo y no pretendas volver a ser el mismo. No tiene sentido.
Si te sentís perdido, desorientado y no sabés si seguir con ese trabajo o esa relación no lo fuerces, dejá que el tiempo asimile las cosas y cuando hayan pasado algunas semanas seguro que verás todo con mayor claridad.
Otra cosa que está bueno es ir en busca de nuevos amigos viajeros que hayan pasado por algo similar, gente que haya hecho viajes largos y te pueden entender. Gente con quien podes compartir los mismos códigos. Entonces entenderás que volver y sentirse extraño es algo normal y que le pasó a todo el mundo.
Ocupar el tiempo en cosas productivas o creativas ayuda a mantenernos activos y de esa manera evitamos pensar todo el tiempo en lo increíble que fue el viaje y que ahora se terminó. Empezá a dibujar, tocar el piano, escribir, pintar, etc.
Todos somos diferentes y ese proceso de regreso varía según el viajero. Dicen que el cuerpo regresa antes que las emociones. Dale tiempo a que todo se acomode. Tal vez te lleve 3 días, 3 semanas o 3 meses sentirte bien del todo con vos mismo. Respetá esos tiempos y no te apures a querer estar bien.
Seguramente cuando hagas otro viaje largo el regreso no será el mismo porque de alguna manera sabrás de que se trata.
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Cuando Lucila me propuso ir al microcentro porteño hacía frío, estaba nublado y no tenía idea a donde me llevaría. Estoy seguro que te va a gustar Esteban, me dijo. No lo dudé un segundo cuando aclaró que llevara la cámara de fotos. No hay plan mejor que ver una ciudad desde arriba y ser capaz de adivinar dónde está cada lugar, cada edificio. Lugares que muchas veces pasamos por alto, aún viviendo en nuestra propia ciudad. Pero al subir a un mirador todo parece cobrar otra dimensión. Miren, allá se ve la cancha de Boca, justo detrás de ese edificio pintado de verde, aclaraba el cuidador de la terraza mientras unos franceses sonreían para una selfie.
Precisamente estamos en el mirador de la Galería Güemes con una vista de 360 ° a 87 metros de altura. Si el día está soleado incluso se puede ver el Río de la Plata y a lo lejos la costa uruguaya. Desde distintos ángulos se pueden apreciar las cúpulas de los edificios más famosos de Buenos Aires, entre ellos la del Congreso de La Nación, el edificio Barolo, la Legislatura, o el edificio Bencich.
En la entrada se obtiene un folleto detallado con la ubicación de cada uno de los edificios. Para llegar al observatorio, que se encuentra dentro de la hermosa Galería Güemes, tienen que tomar un ascensor (que está a la derecha si entran por Florida ) y hay que subir hasta el piso 14. Desde ahí hay que subir un piso más por una escalera caracol y tienen a un Buenos Aires diferente.
Información sobre la Galería Güemes: La Galería Güemes está en el medio del centro de Buenos Aires. Inaugurada en 1915, este fue el primer rascacielos de la ciudad. El edificio de estilo Art Nouveau es patrimonio arquitectónico y cultural de Buenos Aires. En la parte inferior tiene varias tiendas y un restaurante. Es bueno saber que el observatorio está abierto de lunes a viernes. Los fines de semana o feriados está cerrado. La capacidad de las personas allí es limitado y sólo se puede subir a las horas programadas . La primera visita comienza a las 9 de la mañana y va hasta el mediodía y luego de 15h a 17h40 . La entrada tiene un valor de 50 pesos y la Galería Güemes está en la Calle Florida al165. Por más consultas pueden entrar ACÁ!
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La mayoría de los viajeros incluyen en su mochila, entre otras cosas, una cámara de fotos o algún dispositivo como Ipad, Iphone, etc para capturar imágenes. Hoy en día suena extraño que alguien no quiera recordar esa luna de miel, ese viaje con amigos o el haberlo dejado todo por varios meses para aventurarse en soledad por destinos lejanos a través de un visor. Para algunos la cámara es no es más que un accesorio que de vez en cuando se acuerdan que la pusieron al empacar, pero para otros es la amiga inseparable, la que te permite descubrir paisajes, mercados, situaciones nuevas y especialmente personas.
Siempre me pregunto porque cuesta tanto fotografiar a estas últimas. Es que un paisaje, por más lindo que sea no nos va a cuestionar, no nos va a confrontar. Está ahí, esperando a que levantes la lente y hagas clic. Listo, ya tenés la foto que buscabas. Puede que la luz no sea la mejor, que el encuadre haya salido mal, pero la foto está capturada. En cambio ese señor que usa turbante, la niña que juega en un campo con sus amigos, la anciana del mercado con túnica pareciera ser un desafío mucho más grande. Y de hecho lo es! Aunque no me refiero a robar la foto, a usar un súper zoom y fotografiar de lejos sin que se de cuenta. Hablo de estar a uno o dos metros o tal vez más cerca, buscando la mirada ideal, la expresión con su cuerpo, porque al fin y al cabo un retrato es el alma de un lugar, de un pueblo, de una región.
¿Con qué tipo de viajero te sentís más identificado? Con el que no lleva la cámara, con el que la usa poco, con el que roba la foto o con el que se compromete, trabaja con las personas, las ayuda y después de generar un vínculo recién ahí, toma una imagen?
Dime que fotos tomas y te diré quien eres es de alguna manera descubrirnos a nosotros mismos, porque la cámara y la manera en la que interactuamos con los demás refleja de alguna manera nuestra personalidad.
Y… ¿ya pensaste qué fotos vas a hacer en tu próximo viaje?
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Una vez en una charla de amigos alguien dijo: Viajar es evolucionar…. Y creo que tenía razón.
Viajar de un lugar a otro es adaptación constante. Es familiarizarse con un idioma nuevo, a una tradición diferente a la nuestra, a ese desayuno con leche fermentada (como me tocó aceptar en las montañas de Kirguistán), a viajar con frío, con calor, apretado, con lluvia, con olores especiales, etc.
Pero… ¿Qué es ser realmente nómada y viajero? Nómada es cuando estamos cambiando de lugar, no importa si esa transición es de horas, días o cada un par de meses. El ir de un lado al otro (como hacen las caravanas) muchas veces se da por una oferta de trabajo, por un amor pasajero, porque escapamos de la época de lluvias o simplemente por la elección de irnos a un nuevo destino.
Lo que nunca terminé de comprender es porque hay un porcentaje grande de personas que consideran que el ser viajero y nómada se asocia con ser pobre, hippie, inmaduro o poco trabajador, entre otras cosas.
Ser nómada es un estilo de vida, es llevar tu casa en una mochila y vivir en varias direcciones con distintos códigos postales al mismo tiempo.
Hace unos meses estaba en Tailandia, precisamente en Sukothai. Había ido a ver los templos y en un momento que estaba cansado, me senté en el pasto frente a una estatua, saqué la compu y me puse a editar fotos para una revista de turismo. Entonces comprendí que mi oficina era esa, al aire libre, y que no hacía falta estar con un traje y una corbata en una mega ciudad rodeada de empleados y edificios enormes.
Y, ¿Cómo es ese viajero que va de acá para allá? A veces se muestra una cara de la realidad y considero que está bueno ser lo más sincero posible. El lado bueno de ser nómada-viajero es nuestra libertad para manejar los tiempos, el trabajo, las elecciones y decisiones. Pero no todo es color de rosa como se dice. Hay muchos momentos donde uno está cansado, deprimido, inseguro, o hasta te preguntás porque decidiste unir un continente haciendo dedo atravesando desiertos y pueblos desolados. Son momentos duros, difíciles, pero como bien decía ese amigo (viajar es evolucionar) es ahí cuando uno reconoce sus habilidades, se vuelve más creativo y se hace mentalmente más fuerte. La experiencia de esperar 26 horas en el desierto de Gobi, en Mongolia en medio de la nada por un camión fue una de las mejores experiencias en años de viaje. Fue inolvidable y por más que muchas veces haya maldecido la espera, llegar a las dunas tuvo sabor a victoria. Nunca me sentí tan bien de ser viajero y nómada al mismo tiempo.
Tal vez lo más importante para ser nómada y viajero es tener en claro que esa elección no viene de un momento de bronca con el trabajo que no nos gusta, porque nos peleamos con nuestra pareja o porque la economía de nuestro país está mal. Lo más importante es perder los miedos a lo que vendrá, porque aunque queramos nunca vamos a tener todas las respuestas a nuestras preguntas.
Para terminar les comparto una frase de la película Into the wild (Hacia rutas salvajes): “Lo importante no es ser fuerte, sino sentirse fuerte”. Ante esta premisa cualquier cosa que nos propongamos, tarde o temprano, llegaremos a concretarla. Por si no vieron todavía esta película acá les comparto el trailer. Vale la pena verla varias veces en distintos momentos y estados de ánimo.
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Los 9 mejores lugares para visitar en Colombia, Perú y Bolivia según mi criterio son:
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La primera imagen que tuve de La Paz fue fugaz, casi fantasmal. Había llegado en avión, de noche, con mucho cansancio y la altitud me pegó tan fuerte que al día siguiente dormí 15 horas seguidas.
Pero como siempre hay otra oportunidad esta vez no la desaproveché. Venía adaptado por Cusco, por los 4.000 metros de la Isla del Sol en el Lago Titicaca y ahora sentía que era el momento de disfrutar una ciudad donde la mayoría de los viajeros solo se queden un par de horas, o lo mínimo como para huir a Copacabana, el siguiente punto importante si viajás hacia el norte del continente.
Estando cinco días descubrí un montón de cosas interesantes. Me encontré con el sabor de las jawitas recién horneadas al mediodía (una especie de empanadas con queso), con un teleférico recién estrenado que te lleva hasta el borde de las nubes, con cholas usando polleras multicolores, con adolescentes reunidos en la fuente del Prado. También me encontré con amigable Plaza Mayor, la iglesia San Francisco y sus mercado de Brujas lleno de artesanías y graffitis.
Un día la curiosidad me llevó al piso 16 del Hotel Presidente y desde ahí descubrí dos cosas más, bah en realidad tres. La primera fue ver a La Paz desde otro ángulo, no tal alto y lejano como los del teleférico, sino algo más íntimo. Después pude descubrir el Illimani con nieve (creo que el día despejado ayudó mucho para llevarme una buena impresión de él). Por último, descubrí que en el piso 17 hay una plataforma para hacer Urban Rush, una disciplina para saltar, atado a una soga hacia el vacío. Entonces descubrí que no le tengo miedo a las alturas, me gusta la adrenalina y probar nuevos desafíos. Me tiré!
Cuando uno recorre una ciudad debe hacerlo en todos los planos. Me refiero a caminar por su centro caóticos, por el barrio residencial, desde una terraza alta, desde un pueblo cercano y volver a la ciudad. Es ahí donde se aprecian los contrastes. También caminarla, usar el transporte público, conversar con los taxistas, el vendedor de diarios o el empresario que sale de hacer un trámite en el banco. De esa manera es cuando podemos entender el ritmo de una ciudad a la que somos ajenos.
Pero a pesar de haber hecho todo esto había una pregunta que todavía no tenía respuesta, casi como si fuera la última pieza de un enorme rompecabezas. ¿Por qué La Paz está vestida de anaranjado? ¿Por qué sus casas son en su mayoría de ladrillos con esa tonalidad? ¿Será por alguna tradición o diseño?
La primera vez que vi la ciudad supuse que era por falta de progreso económico, pero ahora, de regreso, esa posibilidad era evidentemente errónea. Con dos shoppings, tres líneas de teleféricos funcionando a la perfección y otras en construcción sabía que la cosa no iba por ahí.
Un día, casi por casualidad le pregunté a la guía de un tour en el Valle de La Luna:
¿Disculpe, le puedo hacer una consulta?
Si, afirmó con determinación.
¿Por qué en La Paz todas las casas son de ladrillos anaranjados?
Se acercó y en silencio sentenció: Eso no te lo puedo decir ahora, sino le sacó el trabajo a otros guías y nos multan.
Sinceramente me pareció un secreto sin necesidad pero opté por no insistir. Sabía que había una respuesta lógica, solo que había que encontrarla. Y fue el último día conversando con el recepcionista del hostel que encontré lo que buscaba. La Paz se viste de anaranjado desde hace años. No es porque quiere verse pobre, deslucida o poco coqueta. Simplemente las casas tienen esa terminación porque de esa manera pagan menos impuestos inmobiliarios.
Decidí “gastar” las últimas horas subiendo otra vez al teleférico. Pero esta vez fue al atardecer. Lentamente cuando es sol se escondía en el inmenso barrio de El Alto, las luces de la ciudad comenzaron a descubrirse. Unidas a la textura de las paredes cubrieron cada rincón, cada esquina, cada terraza. La Paz estaba vestida de naranja para siempre. Y ahora ya tenía la respuesta que buscaba.
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El bote salió de Copacabana un poco después de las 8.30 am. Viajaba lento, muy lento y la cara de aburridos de muchos mochileros se notaba en sus caras. Me pregunto muchas veces, ¿Cuál es el apuro si uno está de viaje? Miré la inmensidad de ese Lago Titicaca con sus aguas color azul profundo y cerré los ojos. En realidad no porque tuviera sueño, sino para recordar y ser consiente del pasado y presente. Cuando uno está de viaje, por alguna extraña razón no nos ponemos a pensar si volveremos pronto, si será en un año o tal vez en muchos. A decir verdad cuando estuve en el 2000 en Bolivia jamás me puse a pensar en todo esto. Como me gusta ir variando de continentes y no repetir países, visitar la Isla del Sol otra vez me parecía una irrealidad. Pero el destino (o tal vez haber cambiado el estado de soltero a casado) me hizo cambiar de planes.
Después de 1 hora y media nos detuvimos en el pequeño puerto de Yumani. Miré hacia arriba, respiré ese aire fresco y puro y me puse la mochila al hombro. No muy lejos estaba Edwin, un integrante de la comunidad Chama esperándonos con su burro para ayudarnos a cargar parte del equipaje.
Cuando nos dijo que serían solo 20 minutos supe que serían el doble. No porque nos estuviera mintiendo, sino porque su estado físico es dos veces mejor al de nosotros. Tardamos 45 minutos en recorrer esos 2 km ubicados a casi 4.100 metros de altura. Si bien no sentíamos dolor de cabeza y ya estábamos adaptados por otras ciudades recorridas a altitudes similares, caminar se nos hizo difícil en algunos tramos.
Doña Gregoria y su hija Silvina
Que los viajes están destinados a ser un éxito según la gente que uno se encuentra en el camino no es ninguna novedad. Silvia es tímida, bastante al principio. Su pelo negro oscuro está separado por dos largas trenzas como la mayoría de las mujeres de la región. Usa sombrero blanco impecable (parecido al de los menonitas) y un delantal con flores verdes que me hace acordar a mi abuela. Sin embargo tiene 24 años y una serenidad al hablar tan agradable como la inmensidad de la Isla.
Ni bien dejamos las cosas nos preguntó si para la cena queríamos probar la trucha al pesto que hacía su mamá. La respuesta fue obvia.
Durante el mes de marzo, la Isla del Sol tiene un clima casi perfecto. Durante el día no llueve, hay mucho sol pero no hace calor. A la noche, bajo cielos estrellados que parecen pinturas de Vincent van Gogh la temperatura obliga apenas a ponerse un abrigo. Con la Cordillera Real de Bolivia como escenario de fondo nos sentamos a disfrutar de ese plato preparado por Gregoria. Cuando terminamos de comer le dije que era una pena que viviera tan lejos de Buenos Aires. Entonces me miró desorientada, buscando una respuesta. Ay doña Gregoria, si usted estuviera por allá seguro que la contrataba para que nos fuera a cocinar más seguido. Su media sonrisa en el fondo era de alegría.
Nos quedamos tres días en la Isla del Sol y sentí que fue poco. Tal vez porque ya venía cansado de tanto viaje. El recorrido de 10 meses por Asia y Europa y ahora ir bajando desde El Salvador hasta Bolivia se empezaba a sentir. Me hubiera quedado como mínimo una semana…pero sin hacer nada de nada. O bueno, lo que el cuerpo-mente necesitara.
Antes de despedirnos le pedimos a Gregoria y su hija si nos podíamos sacar una foto con ellas. En la cara de esa mujer de 24 años todavía había un poco de timidez. La hubiera abrazado a ambas bien fuerte para agradecerles por su hospitalidad, por su trato, pero por alguna razón me contuve y solo le regalé dos besos en cada mejilla.
Después, todo transcurrió como en una película que va marcha atrás. Edwin regresó puntual con su burro, desandamos el camino hacia abajo y cuando llegamos al muelle ya estaba el bote para partir hacia Copacabana. El agua azul profundo seguía en el mismo lugar, la inmensidad del Lago Titicaca y las caras impacientes de algunos mochileros por llegar rápido a la costa también.
Todo había comenzado algún tiempo atrás, en la Isla del Sol, pero en ese momento no lo sabía. No sabía que aquella historia del 2000 y esta, se iban a unir para estar presentes en un blog, en un libro, en una foto, en otras anécdotas. Creo que la próxima vez que visite un lugar voy a pensar en esto. ¿Será la primera o la última vez que ande por acá?
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El hospedaje en la Isla del Sol fue cortesía de Eco Lodge La Estancia. Acá le compartimos el video de ese hermoso lugar.
Si te interesa coleccionar sellos de países o de lugares importantes, ni bien entres al complejo podes hacer sellar tu pasaporte con uno de Machu Picchu. No tendrá fecha de ingreso pero si quedará para siempre en el recuerdo.
Recorrer el complejo inca puede ser una gran aventura, claro que si te agarran los mosquitos el día se puede volver insoportable. Nosotros estuvimos durante el mes de marzo donde no hay, pero si llegás a viajar entre mayo y agosto no te olvides el repelente.
Horario: Las puertas abren a las 6 am y cierran a las 17 hs. Lo ideal es ir bien temprano para ver el amanecer. Algo muy importante a tener en cuenta es que alrededor del mediodía todos los grupos que llegaron en tour regresan en bus y la fila para tomarlo puede ser muyyyy larga. Tal vez lo mejor es recorrer el complejo entre las 7 y las 10 am, sino bien a la tarde, antes de que cierre.
Llevá agua y algunos snacks: Adentro de Machu Picchu no hay lugares para comprar comida, ni tampoco sanitarios. Lo mejor es llevar algunos snacks como galletitas de agua, frutas secas y alguna fruta + 1 litro de agua. Cuando sale el sol pega duro y entra tanta caminata vas a necesitar tomar mucho líquido. Antes de entrar al complejo arqueológico hay un restaurante con almuerzo buffet, pero cobran unos 40 dólares!
Ticket válido para entrar 3 veces: Sabías que con el ticket que compraste podes ingresar hasta tres veces el mismo día?
Claro que cada vez que vuelvas a entrar tenes que mostrar el pasaporte o algún documento de identidad. Si pensabas que se lo podes pasar a tu hermano o amigo de viaje, olvídate!
Caminar y economizar. Desde el pueblito de Aguas Calientes sale el bus a Machu Picchu. El viaje que dura tan solo 25 minutos cuesta (en marzo de 2016) 24 dólares ida y vuelta. Pero si estás con energías y ánimo de caminar podes hacer por tu cuenta. Aproximadamente la subida demora 1 hora y media.
Viajá con tiempo: Reservate por lo menos unas 5 horas para visitar MP. Nosotros hicimos un tour con un guía privado que nos facilitó ViPacPerú y duró unas tres horas. Después fuimos por nuestra cuenta hasta el mirador Inti Punku o llamada también la Puerta del Sol. A la ida es todo subida y dura una hora aproximadamente. Ahora, si te interesa tener una vista bien distinta podes subir hasta Wayna Picchu. Ese trayecto demora 2 hs solo de subida. Para visitar WP tenes que reserva esa entrada extra con bastante anticipación, al menos 1 mes antes en temporada alta. Se paga aparte de la entrada a Machu Picchu. A Wayna Picchu se permite un ingreso máximo de 400 personas por día para escalar la montaña.
Se queres subir a Wayna Picchu, desde donde se tienen vistas increíbles resérvate unas 2 horas y prepárate para una escalada con mucha adrenalina ya que en algunas partes el camino se hace tan estrecho que solo pasa una persona. Si tenes miedo a la altura o vértigo pensalo muy bien antes de subir.
Ida y vuelta: si queres podes ir y volver a Machu Picchu desde Cusco en el mismo día, pero la verdad que no recomiendo esa maratónica opción. Para eso tendrías que madrugar a las 3 am en Cusco, tomar el tren de las 6.10, después el bus a las ruinas. Todavía te falta caminar unas 3 o 5 horas por las ruinas. Cuando quieras desandar el camino vas a estar muerto de cansancio! Lo ideal es pasar una noche en Aguas Calientes y regresar al otro día más relajado.
¿Cuánto vas a gastar para visitar Machu Picchu? En marzo de 2016 la entrada costaba 40 dólares. A eso le tenes que sumar los 24 dólares del bus (desde Aguas Calientes) ida y vuelta si es que no lo haces a pie + el pasaje en tren en clase ejecutica, que es que tomamos nosotros y costó 110. En total serían unos 174 dólares, sin contar el gasto de hospedaje si pasas una noche allí. Una habitación doble bastante digna estaba alrededor de 30 dólares. Con las comidas y algún que otro souvenir pueden ser en total 230 dólares.
Siempre digo que uno puede viajar y conocer destinos por cuenta propia, pero en el caso de MP, contratar un guía es una muy buena opción. Podes juntar a varios viajeros y dividir el gasto. De esa manera vas a aprender mucho más que leyendo la guía de viajes que llevaste.
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– El hijo de tu vecino además de caminar mejor, ya dice algunas palabras.
– Cuando el video-club cerró y en su lugar hay una verdulería.
– Cuando mirás por tu ventana del piso 9º y te encontrás a los pibes haciendo un asadito en su terraza.
– Volver de un viaje largo es cuando caminás como perdido por las calles de tu barrio, las sentís ajenas y extrañás preguntarle a la gente como llegar a un lugar.
– Es cuando no tenés la más mínima idea si el boleto del bondi aumentó, si las expensas tendrán un plus (llamale extra-ordinarias) o cuando probás helado de chocolate y te das cuenta de las porquerías que comiste viajando.
– Es cuando escuchás al taxista quejarse de los precios, de que su equipo de fútbol juega mal y que las manifestaciones le complican su laburo.
– Es cuando confirmás que el bondi sale 3 pesos, no te tenés la sube cargada y la señora del primer asiento te paga el pasaje.
– Es cuando tenes ganas de ver a todo el mundo y al mismo tiempo estar solo unos días.
– Volver de un viaje largo te hace más reflexivo y te lleva a preguntarte cosas que antes no te interesaban.
– Es cuando te permite valorar más lo que tenes y lo que sos.
– Cuando descubrir que el sabor a pera es más dulce de lo que creías.
– Es mirar por la ventana de tu casa y recordar que un día estabas viviendo con los nómadas de Kirguistán, tomando leche fermentada de camello y te bien dulce.
– Es empezar a leer libros que tenías sin terminar.
– Es tratan de entender lo increíble que fue recorrer más de 25.000 km haciendo dedo, ver las fotos y pensar que fue otro el que estuvo en esos destinos.
– Es ver el mapa y darte cuenta que el mundo no es tan grande ni tan peligroso como nos quieren hacer creer.
– Es renovarse, por dentro y por fuera.
– Es abrir el placard y empezar a donar ropa que no usás hace un montón de tiempo.
– Cuando cocinás usando las especies que compraste en Tailandia.
– Cuando pasas de tener la cámara de fotos colgada al hombro durante horas a guardarla en un cajón durante días.
– Es cuando te viene una especie de bajón anímico y no entendes bien porque.
Que bueno que es IRSE de VIAJE durante más de una año. Pero que LINDO es VOLVER!!!
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1. Mercado de Brujas: Detrás de la Plaza Mayor se encuentra este mercado. Si bien se ven más turistas que locales y los precios están un poco inflados, sigue siendo barato. Acá se consiguen desde artesanías en madera, máscaras, ropa de alpaca, instrumentos de música y todo lo que tiene que ver con los típicos diseños coloridos de Bolivia. Es un imperdible para el último día de viaje, porque te vas a llevar muchísimas cosas.
2. Urban Rush: Esta disciplina consiste en lanzarte desde un edificio de 17 pisos (que en realidad es el Hotel Presidente) atado con arneses y sogas. El instructor nos aseguró que en su estilo solo está en La Paz y en Australia. Tal vez la parte más compleja y a la que todo viajero debe animarse es a pararse en el borde la plataforma y ubicarse a 90º con respecto a la pared. Después de eso solo tendrás que dar pequeños saltos de rana hasta llegar al punto donde decidas hacer caída libre de 25 metros o seguir lentamentne hasta la calle, tu destino final.
3. Valle de La Luna: Dicen los locales que fue el mismísimo astronauta Armstrong quien le puse ese nombre a las formaciones rocosas que se encuentran a 9 km del centro de La Paz. El mini-bus 902 y el 273 que pasa por la Av. 6 de Agosto va para ese lado. En el cartel tiene que decir Mallasa. La entrada al Valle de La Luna cuesta 15 bolivianos (2 dólares) y una vez adentro hay dos circuitos, uno de 15 y otro de 45 minutos, ambos muy fáciles de hacer a pie. Te recomiendo hacer ambos.
4. Teleférico: Los que vayan ahora a La Paz podrán gozar del moderno y eficiente teleférico. En realidad son tres líneas. La verde que va a la zona sur y la amarilla y roja que van a distintos puntos de El Alto, la famosa zona desde donde se ve toda la ciudad. El pasaje cuesta 3 bolivianos (0,50 centavos de dólar). Funciona de 6 am hasta las 23 horas, a excepción de los días domingos que termina a las 21 hs. Cada uno tiene vistas diferentes y lo mejor es tomarse los tres. El mejor momento para subir es al atardecer cuando el Illimani (montaña con nieve) se ve en tonos pasteles.
5. Cholets: Un día el arquitecto Freddy Mamani decidió cambiarle la cara a La Paz y Cochabamba y comenzó a construir casas y edificios con un estilo muy particular. Muchos lo llaman barroco galáctico, pero lo cierto es que estas casas de hasta veces 6 o 7 pisos pueden llegar a costar entre 1 o 3 millones de dólares. Se pueden ver en el barrio de Villa Adela. Desde la avenida 6 de marzo, en El Alto, hay que tomarse el bus “lechuga”, como le dicen los locales al bus verde. Después de que deja atrás el aeropuerto internacional son un par de minutos más. Decile al chófer que te deje en el Cholet “Imperio del Rey”, uno de los más conocidos. Lo vas a reconocer porque abajo es un salón para eventos pintado de color rojo.
6. Edificios Whipila: si seguís con el mismo bus hasta el barrio “Mercedario” vas a llegar a unos edificios muy particulares. Bajo la construcción del gobierno y el diseño del ya famoso Mamani-Mamani, aquellos que todavía no tiene vivienda podrán adquirir una al precio de unos 42.000 dólares. En marzo de 2016 todavía no estaban habitadas pero aseguran que en muy poco tiempo eso será un boom. Apurate antes que la Lonely Planet lo ponga en sus páginas.
7. Caminar por El Prado hasta la Iglesia San Francisco: Un paseo entretenido para empaparse de la vida local es caminar desde la fuente del El Prado (donde se reúnen los adolescentes) hacia la Iglesia San Francisco, la más importante de La Paz. Por las calles hay varias casas de comida donde podes probar la tentadora “Jawita” (una especie de empanada de queso) que si está recién sacada del horno te vas a chupar los dedos!
8. Salir del caos y recorrer Sopocachi: Cuando sientas que el caos del tránsito te agobia, que no podes más con las bocinas, lo olores, la contaminación o los puestos improvisados y tirados en medio de las veredas, lo mejor es tomarte un bus (viaje de 10 minutos / 2 bolivianos) al relajado barrio de Sopocahi. Es más, ahí hay una estación de Teleférico (línea amarilla) que va al alto. En ese barrio hay varios cafes, embajadas y calles totalmente vacías de gente. Llevate un buen libro y pasate una tarde distinta. Una buena opción es Casa Fusion Hotel Boutique que sirven ricas cosas en su cafetería.
9. Cholitas Wrestling: Imaginate un estadio cerrado donde las polleras de las cholitas se mueven de aquí para allá sin parar. Pero no precisamente por el compás de la música sino porque se boxean. Para llegar hasta el Multifuncional tenes que tomarte el teleférico línea roja en la Estación Central. Te bajás en la estación 16 de julio del barrio El Alto y caminás hacia la izquierda unos 500 mts. Tenes que atravesar el mercado (que está jueves y domingos). La entrada para locales cuesta 20 bolivianos pero para extranjeros sube a 50 bolivianos. Insistimos en pagar igual que ellos y como no nos dieron mucha bola no entramos. Pero más tarde nos arrepentimos un poco, así que pueden ver una lucha de cholitas y contarnos que tal estuvo!
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El hospedaje en La Paz fue cortesía de Casa Fusión Hotel Boutique