Última parada anunció el chofer del bus. ¿Qué? ¿Cómo? Perdón… ¿Está seguro que llegamos a Melaka? Sí, claro. Fin del recorrido. Bocinazos, un mar de gente y bicicletas decoradas con música a todo volumen me recibieron en esa ciudad de la que tanto me habían recomendado. Tal vez se confundió pensé. Tal vez estuvo acá en su infancia y las cosas cambiaron. Tal vez, hay otra Melaka.
Dejé las cosas en la habitación del hostel, me di un baño con agua fría y más relajado me senté en la cama a pensar. Es sábado al mediodía, dije. Vamos a darle una oportunidad al lugar. Lo mejor es conocer sus calles, hablar con la gente y entender su ritmo acelerado.
Sam es rubio, tiene esos ojos azules intensos por los que más de una mujer quedarían atrapadas. Es de Bélgica pero desde hace unos meses vive acá atendiendo la recepción.
– ¿Vos vivís acá?! ¿Cómo haces? Si esto es puro ruido.
¡Nooo! Esto es un circo de tres días.
– No entiendo Sam.
– Los viernes, sábados y domingos son los días de mercado. Vienen turistas de todos lados a comer y comprar artesanías. Después hay otro Melaka.
Tomé la bici que ofrecía el hostel y salí a dar una vuelta. A las pocas cuadras encontré un templo hindú donde el perfume del incienso y el silencio me conectó un poco con la paz que buscaba. Seguí hasta la otra esquina y un anciano chino-malayo que planchaba ropa en la vereda me sonrió. Mi escaso vocabulario en mandarín permitió saber su nombre, a que se dedicaba y saludarlo al irme. Tres horas bajo otro día de calor intenso bastaron para volver al hostel.
Ey tío, tu eres de Argentina no? Vi tu banderita en la mochila. ¿En qué andáis? Antes de que termine de contarle todo el proyecto del viaje, le dijo a sus amigos: “Miguel, Javier, vamos a ayudar a este tío. Venga, dame un ejemplar de tu libro y un par de postales”. Mi cerebro hizo clic y pensé. ¡Este es el lugar! ¿Cómo no me di cuenta antes? Si las calles están llenas de gente vamos por ellos. Armé un puesto improvisado en la plaza principal. Tenía nervios porque era el primer día y uno estúpidamente siempre le teme al fracaso. Fracaso que uno cree que está en no vender nada. Pero la experiencia es lo que cuenta. Cuando llegó el atardecer y el mercado nocturno estaba inundado de gente, me metí entre los puestos sin pedir permiso. Abrí el mapa con el itinerario, acomodé la bandera argentina, los libros y postales. Mientras, un vendedor de pescado me miraba desconcertado. Y en solo cuatro horas, además de divertirme mucho con locales y extranjeros, charlar de las experiencias y entusiasmar a otros a viajar por el mundo, recuperé la plata que había gastado los primeros días en Kuala Lumpur.
El “circo” de Melaka, su mercado, duró otro día más. Para cuando era lunes las palabras de Clarence y Sam cobraron sentido. Melaka es hermosa, tranquila, sin gente y da gusto caminar por sus calles del barrio chino haciendo fotos. Y si tenés la misma suerte, terminarás tomando un té en el patio de la casa de un malayo tan curioso como yo.
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Durante años me dedico a viajar por el mundo, a plasmar en fotos lo que veo y charlar mucho con la gente. Me apasiona la combinación de estas tres cosas. Pero si bien viajaba con frecuencia sentía que mi vida en Buenos Aires era muy perfecta. Perfección que fui construyendo a conciencia y empezó a incomodarme. Enseñar fotografía en una buena universidad, dar clases particulares, trabajar en un colegio desde hacía 20 años. Para romper con esa estructura que era muy cómoda decidí ponerme un desafío grande. Escribiría un libro sobre mis experiencias viajeras. Primero lo vendería por Internet, después en las plazas de mi barrio. Pero había una promesa interna. Al finalizar la primera edición dejaría TODO y me iría a viajar por el mundo. ¿Qué si costó? Muchísimo! Lo material es algo a lo que no siento apego y cuanto menos tengo, más fácil es irse. Soy bastante organizado y dejar la estructura armada de rutinas, trabajo, era algo que venía pensando desde hacía dos años. Ahora no solo dejaba amigos, familia, trabajo, también una novia a la que amo y por suerte siempre me apoyó en este proyecto.
En una de las tantas despedidas que se fueron dando antes de partir, me preguntaron: ¿Estás ansioso? ¿Mucha adrenalina? Sabes que no! Es raro, pero no siento nada de eso. Siento como si fuera a Retiro a tomarme un bus a Mar del Plata. Tal vez era la falta de conciencia de lo que se vendría. Tal vez, estar parado en una decisión que fue tomada durante un proceso me daba tranquilidad.
Finalmente logré dormirme cuando el avión cruzaba tierras afganas. Cerré los ojos para tratar de recordar aquellos días en Kabul y si no fuera porque la azafata me despertó para el desayuno aún seguiría recordando viejas anécdotas.
Los primeros días en Malasia no fueron fáciles. Me recibió un calor que gobierna con determinación en cada rincón de la capital. Pronto me sentí como Walter Mitty, el personaje de la película. Empecé a imaginar todo lo que podría hacer en este viaje. Soñaba despierto como se suele decir. A conciencia. Imagino, deliro, pienso. Muchas cosas que no pasaron o tal vez no ocurran nunca, pero mi mente y cuerpo quieren que sucedan. Por momentos me agarran momentos de tristezas. Son cortos, pasajeros. Pero tan reales como mis deseos viajeros. Dejar a la mujer que uno quiere fue una decisión dura. Muy dura. Tal vez nos encontremos en el camino por Asia, tal vez en África, su continente favorito, tal vez en Buenos Aires en unos meses para estar juntos otra vez.
Malasia es el primer destino de un recorrido que me llevará por muchos otros. Y en esto de romper estructuras, también decidí dar tiempo y libertad a lo que ocurra. Solo se que estoy Melaka camino a Singapur. Acá me quedaré vendiendo fotos, pinturas y los libros. Cuando el instinto diga es hora de partir, tomaré la mochila y saldré nuevamente a la ruta.
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