1) Yangón, Birmania
Quien está de paso por esta ciudad se siente casi obligado a visitar el templo principal de Shwedagon Paya, pero mis pasos curiosos me llevaron a perderme entre unas calles angostas hasta llegar a un refugio semiabandonado donde viven personas con deficiencias neurológicas. Me quedé charlando con ellos y observando como jugaban al ajedrez (con sus reglas). De pronto uno de los que había perdido el juego se levantó y se acercó a la cámara pidiendo una foto. Tomé solo esta imagen y cuando se la mostré no paraba de reír. Creo que ni se dieron cuento cuando me fui. Una partida nueva de “ajedrez” estaba por comenzar.
2) Angkor Wat, Camboya
El primer signo de que estás en Angkor Wat es que vas a estar rodeado de coreanos que no paran de sacarse fotos, tal vez más que los japoneses. Después de visitar el templo de Ta Prohm atrapado por las raíces y el paso del tiempo me desvié del sendero marcado y encontré a dos locales encargados de cuidar el área en plena siesta. Me acerqué en puntas de pie, no quería interrumpir su momento. Mientras tomaba la imagen pensaba: Unos vienen de lugares lejísimos para conocer Angkor y ellos se dan el lujo de darle la espalda y dormirse una siesta.
3) Langkawi, Malasia
Ahí estaba solitario, enterrado entre la arena y oxidado. ¿A quién habrá pertenecido? Tal vez a uno de esos turistas que se quedan a vivir un par de meses cuando encuentran un lugar que les gusta. Nadie parecía prestarle mucha atención. Había salido a caminar por la playa de Langkawi. Buscaba alejarme de ese bar donde sonaba música reggae a todo volumen. Cuando encontré el kayak me puse a pensar como había llegado hasta ahí e imaginé mi propia historia. Seguramente habría sido de un pescador. Pero antes de jubilarse se lo regaló a su hijo. Él lo usó un par de años y al mudarse a la capital para comenzar sus estudios lo abandonó. Me quedé un rato mirando el atardecer mientras dos niñas se subían a la embarcación y jugaban a que navegaban. Ellas también inventaban su propia historia.
4) Luang Prabang
Destino hiper turístico como pocos en Laos. Veo un río con mesas de madera en la orilla donde locales y turistas comparten una cerveza. Un río donde miles de coreanos pasan navegando en lanchas. Un río, mejor dicho, el Mekong que acompaña a un paisaje fuera de lo común con sus enormes picos kársticos y arrozales. Pero a estos tres niños nada de eso parecía importarles. Indiferentes a todas esas situaciones, estaban en su mundo, en su juego, escondiéndose de algún amigo. Tal vez algún día alguno de ellos se conviertan en el dueño de un hostel y probablemente esa geografía que los rodea cobre sentido.
5) Singapur
Quien camina por la calles de esta ciudad queda sorprendido por sus enormes rascacielos, por una limpieza jamás vista, por su playa artificial, por las incontables reglas que impone el sistema como no comer chicle en la calle, por el espectáculo de luces y sonidos que cada noche se da en Marina Sand Bay, por la cantidad de extranjeros jóvenes que hay trabajando en forma temporaria, por los altos precios y por varias cosas más. Recorriendo la zona central me detuve a tomar un helado. No muy lejos encontré a una chica que estaba en su hora del almuerzo. En un primer momento pensé en acercarme a conversar y preguntarle como era la vida en Singapur, porque decidió vivir acá y cuáles eran sus planes futuros. Pero después cambié de idea. Y al igual que con el kayak, a veces me gusta jugar a imaginar mis propias historias.
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Inle lake: Un lago ubicado en el norte de Myanmar donde levantarme a las 6 am fue un placer. Sabía con lo que me iba a encontrar y vencer el sueño valió la pena. Es verdad, los pescadores con sus canastos solo posan para la foto. Al principio me desilusioné un poco pero después cambié mi forma de pensar y los admiré por su arte de pararse en un solo pie, casi en posiciones de un verdadero yoga o equilibrista.
Ko Lanta: Ya había estado en las típicas playas de Tailandia hace unos años atrás. Ahora era el momento de buscar un lugar tranquilo y bien relajado para descansar de la adrenalina de las primeras semanas de viaje. Necesitaba poner en orden todas las ideas y este fue el lugar ideal.
Mae Sot: Para quedarse en Mae Sot debe haber una buena razón ya que es un lugar de paso a pocos kilómetros de la frontera con Myanmar. ¿Qué mejor motivo que haberme encontrado con mi amigo Ivanke de Pequeños Grandes Mundos y compartir con niños refugiados de Myanmar sus talleres de arte en una escuela tailandesa?
Cameron Highlands: Quería salir de la gran ciudad que es Kuala Lumpur. Quería dejar atrás esas imponentes torres tan famosas para tener contacto con la naturaleza. Hacer un trekking con el fresquito de las montañas inmerso en plantaciones de te por todos lados fue algo inesperado.
Bagán: ¿Escuchaste hablar de este lugar? Probablemente sí, ya que es bastante conocido no solo en Myanmar, sino en casi todo Asia. La sensación de ver salir el sol entre 4.000 templos me hizo emocionar, se me puso la piel de gallina y por una vez dudé si admirar lo que tenía ante mis ojos o sacar la foto. Primero disfruté y después tomé la foto, valía la pena respetar el orden de importancia.
Los jardines de la bahía, Singapur: Casi apocalíptico, de otro mundo, de adjetivos que no se encuentran en un diccionario. Casi irreal, pero no, ahí están. Estos árboles son una de las tantas atracciones que se encuentran en Marina Sand Bays. Por un momento pensé que estaba haciendo de extra en la película de Avatar!
Las cuevas de Hpa-An: Que bueno que no había leído tanto sobre este lugar! Que bueno que no me quedé dormido ni bien crucé la frontera y pude ver esos campos inmensos de un verde casi flúo. Ya finalizando el viaje por Myanmar fui en busca de esas plantaciones, pero terminé descubriendo algo impensado: las cuevas de Hpa-An no están todas juntas y eso lo hace mucho más divertido. Es como jugar a la búsqueda del tesoro. Mirás el mapa y vas a una con estalactitas, después a otra con miles de budas, a la que está cerca del lago, o la que está llena de murciélagos y el agudo sonido que emiten te obliga a taparte los oídos.
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Desde hace unos días adopté una nueva forma de viajar. La idea es no naturalizar las incontables experiencias que uno va teniendo mientras recorre un destino. Probar una comida nueva, ver un paisaje increíble, viajar haciendo dedo por un país que no entiendo su idioma, lograr una buena foto, visitar un templo, charlar con un monje, andar en bici por un camino que bordea unos arrozales, etc. Muchas de estas situaciones parecen lógicas y obvias cuando uno está de viaje. Es lo que uno espera vivenciar y es lógico que así sea. Pero el día que llegué a Inle Lake para navegar sus aguas y fotografiar los pescadores me di cuenta de algo y no me gustó. Estaba empezando a tomar como algo natural todas esas vivencias. Despertate Esteban! Estás dando la vuelta al mundo! Estás en Myanmar, me dije! Por un instante cerré los ojos e intenté visualizar en primer lugar mi barrio, sus calles, desayunar casi siempre lo mismo, tener una vista inmodificable desde el piso nueve de mi living. Imaginé un Buenos Aires con calor, un feriado lluvioso o la gente saliendo de la cancha festejando la victoria de su equipo un domingo. Cuando abrí los ojos nuevamente eran las 5.30 de la mañana, hacía frío y tenía que vestirme para ir a tomar una lancha. No podía permitirme que ese hecho fuera algo natural, sobretodo porque había deseado estar acá hace tiempo y otros viajes por Medio Oriente, África o incluso por Asia me habían llevado por caminos opuestos.
El silencio es casi absoluto, solo se escucha el tac tac tac de la hélice golpeando el agua en Inle Lake. La línea del horizonte está en algún lugar pero no se ve todavía porque una densa capa de bruma lo impide. El conductor de la lancha no habla inglés pero señala en un viejo mapa fotocopiado los lugares a visitar.
El viento pega en la cara y de alguna manera me ayuda a estar más despierto que nunca. En una de sus orillas un pescador prepara las redes mientras sus hijos corren por el patio de la casa. Navegamos entre bancos de niebla media hora más hasta que nos detenemos. Lentamente aparece un color rojo, después algo de amarillo y blanco. Como si fueran fantasmas tres pescadores con sus remos y sus típicos canastos de mimbre aparecen enfrente nuestro. Realizan piruetas en un pie y adoptan posiciones de yoga. No están pescando sino posando para la cámara. En un principio me desilusionó ver esto porque esperaba que fueran auténticos pescadores. Pero con el correr de las horas y encontrar a los que trabajan con las redes pude cambiar mi forma de pensar. Entendí que ese es su trabajo y su manera de ganarse la vida. Hacer malabares con su cuerpo, pararse en un solo pie en la punta de su barca de madera y levantar con el otro el canasto con una habilidad sorprendente.
Seguimos navegando y con el transcurso de la mañana cientos de botes y lanchas empezaron a llegar. Algunos iban hacia el mercado de frutas y verduras, otros a comer a los restaurantes, a visitar los templos o a las fábricas.
Nuestra siguiente parada fue en una de ellas donde una anciana de unos ochenta años trabajaba con su rueca los hilos de seda. Pero más que admirar su trabajo fueron sus manos lo que me llamó la atención. Su piel tan arrugada me hizo pensar en su vida. ¿Habría trabajado siempre en este oficio? ¿Cómo habrá sido su infancia en un país con dictadura militar? El idioma es una barrera para saber las respuestas pero al saludarla con una de las pocas frases que aprendí sus labios dibujaron una sonrisa.
Regresamos con la luz del atardecer en silencio. Ese recorrido no solo marcó un antes y un después en mi vida viajera sino en mi interior. Prometí estar más despierto que nunca, con la sensibilidad al cien por cien, devolviendo la misma sonrisa que recibo al llegar a cada lugar. Todavía quedan muchos países por recorrer y cada día será único. Desde hoy empiezo a desnaturalizar esta vuelta al mundo 2015.
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Creo que un poco de pintura azul en esa parte de la pared puede quedar lindo. Dale probemos! ¿Y si después de que terminen el mural hacemos el taller de máscaras? Iván toma la posta y reúne a un grupo de chicos de unos nueve años. Mientras Mey comienza a distribuir las hojas Sofía ya está filmando la escena. Las caras de los chicos es de pura felicidad y cada uno espera con ilusión las indicaciones. Uy perdón no te los presenté. Lo que pasa es que entre tanta emoción por este encuentro me vengo olvidando un poco de las cosas. Te podría decir que hace unos días me encontré con Pequeños Grandes Mundos en Bangkok, pero en realidad nuestra historia comenzó hace un tiempo en Buenos Aires. Ivanke, como suele decirle la mayoría había dado un taller de arte con los chicos de PH15. Yo había hecho algo parecido pero enseñando fotografía en la Villa 21 de Barracas. Un día nos juntamos para compartir la experiencia. Fue en esa charla que me comentó que saldría de viaje por el mundo a dar talleres gratuitos de arte. Como algo utópico pusimos un posible punto de encuentro. Asia es grande, muy grande, pero había algo en nosotros que nos ilusionaba en concretarlo. Podría ser en Tokyo, Yakarta, tal vez Bangkok o en Tibet.
Después de más de un año ese día llegó. Ellos venían viajando en dirección sur desde Laos y yo subiendo desde Singapur. Bangkok fue el destino para un fuerte abrazo a las seis de la mañana en un hostel que pronto nos iríamos, no solo porque había cucarachas en la cocina, sino porque el trato de Jonny, su dueño, dejaba bastante que desear.
Hace varios días que estamos viajando juntos pero fue hoy, cuando cruzábamos la frontera a Myanmar cuando me di cuenta lo rápido que uno se puede adaptar a los viajes. Después de viajar solo por Malasia, Singapur y parte de Tailandia, hablando todo el tiempo en inglés, me encuentro tomando mate con argentinos, riéndonos de nuestros propios códigos por las calles de un país que recién se abre al turismo. Myanmar tiene 50 millones de habitantes, vivió muchos años de dictadura militar, sufrió una guerra civil después de su independencia en 1948 y recién en 2011 pudieron elegir su primer ministro. Tan nuevo es viajar por este destino que los pasos fronterizos cambian constantemente. Antes solo se podía ingresar por avión. Hoy por tierra desde Mae Sot. Pero recorrer Myanmar no solo es entender parte de su historia, también es encontrarse con gente tímida que sonríe cuando los mirás, con personas que están dispuestas a darte una ayuda sin que lo pidas. Eso lo pudimos vivenciar cuando salimos a recorrer los alrededores de Inle Lake en bicicleta y a los pocos kilómetros la cadena de una se rompió. De un puesto de comidas hecho con madera, salió un hombre a dar una mano. Desarmó por completo la bici, sacó la rueda, y cuando vio que el problema era más complejo de lo pensado tomó su celular y llamó al hostel para que nos traigan otra. Más tarde fuimos a visitar un monasterio en la montaña. Cuando llegamos el único monje que vivía ahí nos ofreció bananas. Tal vez sea algo muy sencillo, pero cuando es lo único que alguien tiene para comer ese acto tiene un valor especial. La lista continúa y te podría nombrar muchas otras situaciones pero me quedo con una que tuvimos al otro día cuando fuimos a visitar la escuela. La maestra nos recibió con alegría como si nos hubiera estado esperando con anticipación. Interrumpió su clase, juntó a sus alumnos y entre todos armamos un taller de pintura. Así de espontáneo!
Ahora estamos alojado en un orfanato en Kalaw. Mañana será un gran día porque Pequeños Grandes Mundos compartirá una vez más sus talleres de arte. Cada niño tendrá la oportunidad de expresar sus sentimientos, sus sueños, sus deseos en un papel. Me siento un privilegiado en formar parte de ese momento.
Es de noche y el frío de la montaña nos obliga a abrigarnos antes de ir a cenar al comedor. Al terminar un niño de unos siete años me da la mano. Puedo sentir su calor. Me mira a los ojos y con voz dulce nos dice: “Follow me please” (síganme por favor). Subimos una escalera de madera y llegamos hasta un gran salón con colchones en el piso y algunas mantas. Es nuestro dormitorio improvisado.
Antes de que el cansancio me gane y me quede dormido, intento ser consiente de la realidad, del lugar en donde estoy, como y porque llegué hasta acá. Todo empezó hace un poco más de un año, cuando nos juntamos en aquel bar de Palermo a compartir lo que hacíamos. Nos vemos en Asia dijimos. Acá estamos!
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