Los 9 mejores lugares para visitar en Colombia, Perú y Bolivia según mi criterio son:
En el libro UN VIAJERO CURIOSO vas a encontrar relatos en primera persona de los viajes que fui haciendo por Asia, Medio Oriente, África, América Latina y anécdotas de Europa durante 20 años. Con la compra de tu ejemplar sos un nuevo cómplice de mis vueltas por el mundo. Enviá un mensaje a [email protected] para tener tu ejemplar. Hay envíos a todo el MUNDO! Pincha en la foto para más INFO.
La primera imagen que tuve de La Paz fue fugaz, casi fantasmal. Había llegado en avión, de noche, con mucho cansancio y la altitud me pegó tan fuerte que al día siguiente dormí 15 horas seguidas.
Pero como siempre hay otra oportunidad esta vez no la desaproveché. Venía adaptado por Cusco, por los 4.000 metros de la Isla del Sol en el Lago Titicaca y ahora sentía que era el momento de disfrutar una ciudad donde la mayoría de los viajeros solo se queden un par de horas, o lo mínimo como para huir a Copacabana, el siguiente punto importante si viajás hacia el norte del continente.
Estando cinco días descubrí un montón de cosas interesantes. Me encontré con el sabor de las jawitas recién horneadas al mediodía (una especie de empanadas con queso), con un teleférico recién estrenado que te lleva hasta el borde de las nubes, con cholas usando polleras multicolores, con adolescentes reunidos en la fuente del Prado. También me encontré con amigable Plaza Mayor, la iglesia San Francisco y sus mercado de Brujas lleno de artesanías y graffitis.
Un día la curiosidad me llevó al piso 16 del Hotel Presidente y desde ahí descubrí dos cosas más, bah en realidad tres. La primera fue ver a La Paz desde otro ángulo, no tal alto y lejano como los del teleférico, sino algo más íntimo. Después pude descubrir el Illimani con nieve (creo que el día despejado ayudó mucho para llevarme una buena impresión de él). Por último, descubrí que en el piso 17 hay una plataforma para hacer Urban Rush, una disciplina para saltar, atado a una soga hacia el vacío. Entonces descubrí que no le tengo miedo a las alturas, me gusta la adrenalina y probar nuevos desafíos. Me tiré!
Cuando uno recorre una ciudad debe hacerlo en todos los planos. Me refiero a caminar por su centro caóticos, por el barrio residencial, desde una terraza alta, desde un pueblo cercano y volver a la ciudad. Es ahí donde se aprecian los contrastes. También caminarla, usar el transporte público, conversar con los taxistas, el vendedor de diarios o el empresario que sale de hacer un trámite en el banco. De esa manera es cuando podemos entender el ritmo de una ciudad a la que somos ajenos.
Pero a pesar de haber hecho todo esto había una pregunta que todavía no tenía respuesta, casi como si fuera la última pieza de un enorme rompecabezas. ¿Por qué La Paz está vestida de anaranjado? ¿Por qué sus casas son en su mayoría de ladrillos con esa tonalidad? ¿Será por alguna tradición o diseño?
La primera vez que vi la ciudad supuse que era por falta de progreso económico, pero ahora, de regreso, esa posibilidad era evidentemente errónea. Con dos shoppings, tres líneas de teleféricos funcionando a la perfección y otras en construcción sabía que la cosa no iba por ahí.
Un día, casi por casualidad le pregunté a la guía de un tour en el Valle de La Luna:
¿Disculpe, le puedo hacer una consulta?
Si, afirmó con determinación.
¿Por qué en La Paz todas las casas son de ladrillos anaranjados?
Se acercó y en silencio sentenció: Eso no te lo puedo decir ahora, sino le sacó el trabajo a otros guías y nos multan.
Sinceramente me pareció un secreto sin necesidad pero opté por no insistir. Sabía que había una respuesta lógica, solo que había que encontrarla. Y fue el último día conversando con el recepcionista del hostel que encontré lo que buscaba. La Paz se viste de anaranjado desde hace años. No es porque quiere verse pobre, deslucida o poco coqueta. Simplemente las casas tienen esa terminación porque de esa manera pagan menos impuestos inmobiliarios.
Decidí “gastar” las últimas horas subiendo otra vez al teleférico. Pero esta vez fue al atardecer. Lentamente cuando es sol se escondía en el inmenso barrio de El Alto, las luces de la ciudad comenzaron a descubrirse. Unidas a la textura de las paredes cubrieron cada rincón, cada esquina, cada terraza. La Paz estaba vestida de naranja para siempre. Y ahora ya tenía la respuesta que buscaba.
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El bote salió de Copacabana un poco después de las 8.30 am. Viajaba lento, muy lento y la cara de aburridos de muchos mochileros se notaba en sus caras. Me pregunto muchas veces, ¿Cuál es el apuro si uno está de viaje? Miré la inmensidad de ese Lago Titicaca con sus aguas color azul profundo y cerré los ojos. En realidad no porque tuviera sueño, sino para recordar y ser consiente del pasado y presente. Cuando uno está de viaje, por alguna extraña razón no nos ponemos a pensar si volveremos pronto, si será en un año o tal vez en muchos. A decir verdad cuando estuve en el 2000 en Bolivia jamás me puse a pensar en todo esto. Como me gusta ir variando de continentes y no repetir países, visitar la Isla del Sol otra vez me parecía una irrealidad. Pero el destino (o tal vez haber cambiado el estado de soltero a casado) me hizo cambiar de planes.
Después de 1 hora y media nos detuvimos en el pequeño puerto de Yumani. Miré hacia arriba, respiré ese aire fresco y puro y me puse la mochila al hombro. No muy lejos estaba Edwin, un integrante de la comunidad Chama esperándonos con su burro para ayudarnos a cargar parte del equipaje.
Cuando nos dijo que serían solo 20 minutos supe que serían el doble. No porque nos estuviera mintiendo, sino porque su estado físico es dos veces mejor al de nosotros. Tardamos 45 minutos en recorrer esos 2 km ubicados a casi 4.100 metros de altura. Si bien no sentíamos dolor de cabeza y ya estábamos adaptados por otras ciudades recorridas a altitudes similares, caminar se nos hizo difícil en algunos tramos.
Doña Gregoria y su hija Silvina
Que los viajes están destinados a ser un éxito según la gente que uno se encuentra en el camino no es ninguna novedad. Silvia es tímida, bastante al principio. Su pelo negro oscuro está separado por dos largas trenzas como la mayoría de las mujeres de la región. Usa sombrero blanco impecable (parecido al de los menonitas) y un delantal con flores verdes que me hace acordar a mi abuela. Sin embargo tiene 24 años y una serenidad al hablar tan agradable como la inmensidad de la Isla.
Ni bien dejamos las cosas nos preguntó si para la cena queríamos probar la trucha al pesto que hacía su mamá. La respuesta fue obvia.
Durante el mes de marzo, la Isla del Sol tiene un clima casi perfecto. Durante el día no llueve, hay mucho sol pero no hace calor. A la noche, bajo cielos estrellados que parecen pinturas de Vincent van Gogh la temperatura obliga apenas a ponerse un abrigo. Con la Cordillera Real de Bolivia como escenario de fondo nos sentamos a disfrutar de ese plato preparado por Gregoria. Cuando terminamos de comer le dije que era una pena que viviera tan lejos de Buenos Aires. Entonces me miró desorientada, buscando una respuesta. Ay doña Gregoria, si usted estuviera por allá seguro que la contrataba para que nos fuera a cocinar más seguido. Su media sonrisa en el fondo era de alegría.
Nos quedamos tres días en la Isla del Sol y sentí que fue poco. Tal vez porque ya venía cansado de tanto viaje. El recorrido de 10 meses por Asia y Europa y ahora ir bajando desde El Salvador hasta Bolivia se empezaba a sentir. Me hubiera quedado como mínimo una semana…pero sin hacer nada de nada. O bueno, lo que el cuerpo-mente necesitara.
Antes de despedirnos le pedimos a Gregoria y su hija si nos podíamos sacar una foto con ellas. En la cara de esa mujer de 24 años todavía había un poco de timidez. La hubiera abrazado a ambas bien fuerte para agradecerles por su hospitalidad, por su trato, pero por alguna razón me contuve y solo le regalé dos besos en cada mejilla.
Después, todo transcurrió como en una película que va marcha atrás. Edwin regresó puntual con su burro, desandamos el camino hacia abajo y cuando llegamos al muelle ya estaba el bote para partir hacia Copacabana. El agua azul profundo seguía en el mismo lugar, la inmensidad del Lago Titicaca y las caras impacientes de algunos mochileros por llegar rápido a la costa también.
Todo había comenzado algún tiempo atrás, en la Isla del Sol, pero en ese momento no lo sabía. No sabía que aquella historia del 2000 y esta, se iban a unir para estar presentes en un blog, en un libro, en una foto, en otras anécdotas. Creo que la próxima vez que visite un lugar voy a pensar en esto. ¿Será la primera o la última vez que ande por acá?
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El hospedaje en la Isla del Sol fue cortesía de Eco Lodge La Estancia. Acá le compartimos el video de ese hermoso lugar.
1. Mercado de Brujas: Detrás de la Plaza Mayor se encuentra este mercado. Si bien se ven más turistas que locales y los precios están un poco inflados, sigue siendo barato. Acá se consiguen desde artesanías en madera, máscaras, ropa de alpaca, instrumentos de música y todo lo que tiene que ver con los típicos diseños coloridos de Bolivia. Es un imperdible para el último día de viaje, porque te vas a llevar muchísimas cosas.
2. Urban Rush: Esta disciplina consiste en lanzarte desde un edificio de 17 pisos (que en realidad es el Hotel Presidente) atado con arneses y sogas. El instructor nos aseguró que en su estilo solo está en La Paz y en Australia. Tal vez la parte más compleja y a la que todo viajero debe animarse es a pararse en el borde la plataforma y ubicarse a 90º con respecto a la pared. Después de eso solo tendrás que dar pequeños saltos de rana hasta llegar al punto donde decidas hacer caída libre de 25 metros o seguir lentamentne hasta la calle, tu destino final.
3. Valle de La Luna: Dicen los locales que fue el mismísimo astronauta Armstrong quien le puse ese nombre a las formaciones rocosas que se encuentran a 9 km del centro de La Paz. El mini-bus 902 y el 273 que pasa por la Av. 6 de Agosto va para ese lado. En el cartel tiene que decir Mallasa. La entrada al Valle de La Luna cuesta 15 bolivianos (2 dólares) y una vez adentro hay dos circuitos, uno de 15 y otro de 45 minutos, ambos muy fáciles de hacer a pie. Te recomiendo hacer ambos.
4. Teleférico: Los que vayan ahora a La Paz podrán gozar del moderno y eficiente teleférico. En realidad son tres líneas. La verde que va a la zona sur y la amarilla y roja que van a distintos puntos de El Alto, la famosa zona desde donde se ve toda la ciudad. El pasaje cuesta 3 bolivianos (0,50 centavos de dólar). Funciona de 6 am hasta las 23 horas, a excepción de los días domingos que termina a las 21 hs. Cada uno tiene vistas diferentes y lo mejor es tomarse los tres. El mejor momento para subir es al atardecer cuando el Illimani (montaña con nieve) se ve en tonos pasteles.
5. Cholets: Un día el arquitecto Freddy Mamani decidió cambiarle la cara a La Paz y Cochabamba y comenzó a construir casas y edificios con un estilo muy particular. Muchos lo llaman barroco galáctico, pero lo cierto es que estas casas de hasta veces 6 o 7 pisos pueden llegar a costar entre 1 o 3 millones de dólares. Se pueden ver en el barrio de Villa Adela. Desde la avenida 6 de marzo, en El Alto, hay que tomarse el bus “lechuga”, como le dicen los locales al bus verde. Después de que deja atrás el aeropuerto internacional son un par de minutos más. Decile al chófer que te deje en el Cholet “Imperio del Rey”, uno de los más conocidos. Lo vas a reconocer porque abajo es un salón para eventos pintado de color rojo.
6. Edificios Whipila: si seguís con el mismo bus hasta el barrio “Mercedario” vas a llegar a unos edificios muy particulares. Bajo la construcción del gobierno y el diseño del ya famoso Mamani-Mamani, aquellos que todavía no tiene vivienda podrán adquirir una al precio de unos 42.000 dólares. En marzo de 2016 todavía no estaban habitadas pero aseguran que en muy poco tiempo eso será un boom. Apurate antes que la Lonely Planet lo ponga en sus páginas.
7. Caminar por El Prado hasta la Iglesia San Francisco: Un paseo entretenido para empaparse de la vida local es caminar desde la fuente del El Prado (donde se reúnen los adolescentes) hacia la Iglesia San Francisco, la más importante de La Paz. Por las calles hay varias casas de comida donde podes probar la tentadora “Jawita” (una especie de empanada de queso) que si está recién sacada del horno te vas a chupar los dedos!
8. Salir del caos y recorrer Sopocachi: Cuando sientas que el caos del tránsito te agobia, que no podes más con las bocinas, lo olores, la contaminación o los puestos improvisados y tirados en medio de las veredas, lo mejor es tomarte un bus (viaje de 10 minutos / 2 bolivianos) al relajado barrio de Sopocahi. Es más, ahí hay una estación de Teleférico (línea amarilla) que va al alto. En ese barrio hay varios cafes, embajadas y calles totalmente vacías de gente. Llevate un buen libro y pasate una tarde distinta. Una buena opción es Casa Fusion Hotel Boutique que sirven ricas cosas en su cafetería.
9. Cholitas Wrestling: Imaginate un estadio cerrado donde las polleras de las cholitas se mueven de aquí para allá sin parar. Pero no precisamente por el compás de la música sino porque se boxean. Para llegar hasta el Multifuncional tenes que tomarte el teleférico línea roja en la Estación Central. Te bajás en la estación 16 de julio del barrio El Alto y caminás hacia la izquierda unos 500 mts. Tenes que atravesar el mercado (que está jueves y domingos). La entrada para locales cuesta 20 bolivianos pero para extranjeros sube a 50 bolivianos. Insistimos en pagar igual que ellos y como no nos dieron mucha bola no entramos. Pero más tarde nos arrepentimos un poco, así que pueden ver una lucha de cholitas y contarnos que tal estuvo!
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El hospedaje en La Paz fue cortesía de Casa Fusión Hotel Boutique
Como no me gusta mucho ir en tours organizados y que te manejen el tiempo, decidí una mañana dedicarla pura y exclusivamente a conocer esta atracción.
Empecemos por donde corresponde: Primero tenes que ir hasta la línea roja del teleférico que está ubicada muy cerca de la famosa Iglesia San Francisco. Desde la Estación Central, llamada también Taypi el viaje dura unos 20 minutos y te bajas donde termina, en la Estación 16 de Julio. En aymará se llama Jach´a Qhathu. Cuando salís caminás hacia la izquierda unos 500 metros hasta el Multifuncional que es donde las cholitas hacen sus luchas (Cholas Wrestlings) los días domingos. Nota aparte: si te interesa ver este espectáculo comienza a las 16 horas y para los turistas la entrada cuesta unos 50 bolivianos. Para los locales menos de la mitad (20). El show dura unas 2 o 3 hs. Bien, desde ahí tenes que bajar las escaleras del puente y caminar por la avenida de abajo otros 400 metros hasta la esquina del Banco Prodem. En esa esquina pasa el bus número 519, que los locales llaman “Bus lechuga”, porque son todos verdes. Tenés que tomar el que dice Barrio Mercedario, Villa Adela. El viaje dura unos 20 minutos y en marzo de 2016 el pasaje costaba solamente 1 boliviano. Te vas a dar cuenta como cambia el paisaje urbano progresivamente después de que deja atrás el Aeropuerto Internacional. De lo caótico a algo más tranquilo. Al menos en esta fecha en la que fuimos estos edificios con diseños de colores y dibujos extraños todavía no estaban habitados y alrededor era solo tierra.
A mitad del viaje hacia Mercedario, en el Barrio Villa Adela se encuentran las famosas “Cholets”. Se los denomina así a la combinación de las palabras cholo y chalet. En general el edificio es de unos 5 o 6 pisos donde en la planta baja hay algún salón de baile que alquilan para fiestas y eventos y arriba de todo donde viven los dueños. Este tipo de construcciones comenzaron en el sur de La Paz y en la ciudad de Cochabamba y tuvo su boom en El Alto. Pero en el barrio Mercedario, hasta donde llegamos nosotros, en realidad por error o por consejo de una señora que viajaba al lado nuestro, no hay Choets sino edificios Whipala. Evo Morales los acaba de inaugurar en febrero de 2016. Tienen 12 pisos cada torre y cada casa tiene un valor de 42.000 dólares. El estado se los financia en cuotas hasta 10 años. El día que llegamos conversamos con unos futuros propietarios. Según ellos con los intereses el valor final llegaría hasta los 93.000 dólares. Le pedimos permiso a uno de los encargados que había allí y subimos las escaleras (porque todavía o andaban los ascensores) hasta la terraza. Las vistas son impresionantes. Para regresar hasta la estación del teleférico (línea roja) hay que desandar el camino. El bus pasa por la puerta de los edificios Whipala.
Cuando estes de regreso en El Alto, si es día domingo o jueves va a estar el mercado. La cantidad de gente que hay es muchísima, por eso es recomendable llevar la mochila de mano adelante y bien guardado cualquier objeto de valor. Dicen los que saben, que no es buena idea caminar solo por esta zona cuando baja el sol. Por las dudas nosotros no lo intentamos!
Espero que te haya servido esta guía express para tener una imagen diferente de La Paz y sus alrededores. Buenos vientos y cualquier info que sume al post dejala en los comentarios. Gracias!
PD: Si te sentís abrumado por el caos de la ciudad te podes hospedar en el barrio Sopocachi a unos 5 minutos en auto del centro. El barrio es residencial, tranquilo y muy seguro para caminarlo de noche. Nosotros nos hospedamos por cortesía en el Hotel Casa Fusión Boutique. Se lo recomendamos!
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El libro UN VIAJERO CURIOSO ya está publicado. Podés escribirme a [email protected] para tener tu ejemplar. Hay envíos a todo el mundo!
Después de hacer dedo durante tres horas, Juan, un camionero peruano, me recoge en la ruta. Desde el pueblo de Susques (Argentina) hasta la frontera chilena no son más de 60 kilómetros, sin embargo me desplomo a los pocos minutos en el asiento. El ruido de los frenos viejos me hace reaccionar. Estamos en la aduana. Una fila interminable de autos es el índice que el tramite será lento. Me aproximo para conversar con un grupo de motoqueros que viaja por América del sur. Son seis, algunos de Europa y otros locales. Empezaron en Ushuaia y llegaran hasta Colombia. Mientras almorzamos, Juan me cuenta que antes trabajaba en las salinas grandes pero el trabajo era muy duro. “Ahora me dedico al transporte, aunque me mantiene mucho tiempo fuera de de mi familia”. Otra vez en ruta y la inmensidad de la soledad. Aprovecho para continuar con mi libro de lectura.
El final llega casi simultáneo al abrazo de despedida con mi compañero. Me bajo a las afueras del pueblo San Pedro de Atacama. El asfalto y el camión se hacen uno en la distancia. Mientras camino por las calles de tierra del pueblo algunos chicos me ofrecen hoteles. Empieza a caer la noche y lo único que necesito es una buena cama. Me decido por uno ubicado en la calle céntrica, cerca de las agencias de turismo y los barcitos. Al amanecer comparto el desayuno con dos rosarinos. Decidimos alquilar unas bicis y salir a recorrer parte del Valle de La luna, donde se pueden ver unas formaciones rocosas extrañamente erosionadas. Es aquí, en esta parte de la tierra donde el promedio de lluvias es el más bajo del mundo. En algunos sectores del desierto no ha llovido por más de 300 años.
A pesar de contar con la ayuda de una buena montain bike, algunos tramos se hacen muy duros. Recorremos cuevas, dunas, y nos dejamos atrapar por uno de los atardeceres más sorprendentes que jamás haya visto. Al otro día me dedico a consultar precios y opciones para realizar una de las expediciones más tradicionales. Recorrer en 4 x 4 El Tatio y sus gyseres, cruzar el altiplano boliviano para conocer la laguna verde, roja y blanca donde habitan flamencos y guanacos. También sus famosas fumarolas, sus aguas termales y pueblos inhóspitos. El momento culmine es cuando se atraviesa el Salar de Uyuni, el mayor desierto de sal del mundo. Me decido por Atacama Inca Tour, según la gente del lugar, la más confiable. La alarma de mi reloj anuncia las cinco de la madrugada. Agarro mi equipo de fotografía y me uno al grupo. El chofer de una de las camionetas nos cuenta en el camino que de apoco nos vayamos abrigando. Nos dirigimos a El Tatio, un campo lleno de gyseres. La idea es llegar antes del amanecer para apreciar las humeantes fumarolas en el altiplano. El cambio de temperatura es abrupto. A pesar de estar en enero, pleno verano, el lugar nos recibe con casi 10 grados bajo cero. Nuestro guía nos recuerda que el agua hierve a altas temperaturas y que tengamos cuidado al caminar por la zona ya que han ocurrido algunos accidentes graves. Por distintas partes las fuentes termales expulsan chorros de agua y vapor al aire. Aprovecho para tomar fotos mientras el amanecer pide permiso. Cientos de turistas contemplan el fenómeno.
Cuando el sol ya entibia la mañana nos juntamos para disfrutar de un buen desayuno. Chocolate caliente, facturas y galletitas dulces. El viaje lo comparto con Fernando un argentino que se escapó de la city porteña y se fue a vivir a Bariloche, una pareja de australianos y dos ingleses. Nuestro próximo destino suena muy grato y divertido. Bañarnos en unas aguas termales en medio del desierto. Llegamos a un pequeño refugio donde nos cambiamos. Algunos festejan el momento con una cerveza, otros con una copa de vino. Yo intento relajarme de mis últimos días de viaje. Descansamos unas dos horas y luego continuamos el periplo para conocer las lagunas. La oficina de migraciones de Bolivia se asemeja más a una casa abandona o un pequeño refugio de montaña. Después de un largo tramo llegamos a la laguna blanca. En la orilla varias piedras negras hacen de contraste. El paisaje se completa con varios flamencos dispersos por el agua. Desde un punto alto aprovecho para hacer fotos de este lugar único donde las personas se pierden en la inmensidad. Al finalizar el día llegamos a un pequeño pueblo donde nos alojamos en un hotel. Mientras esperamos la cena, un buen asado y fruta, se arma el primer partido de truco. Seleccionamos unos temas de Fabiana Cantilo como música de fondo.
Al día siguiente nos internamos en pleno desierto. Después de algunas horas nos detenemos cuando el guía nos enseña gigantescas rocas de distintas formas. La mas sorprendente es “El Árbol”, lugar inevitable para hacer una foto de grupo. Luego de retomar el rumbo hacia la laguna verde, sucede lo inesperado. Se pincha una de las ruedas. “Por precaución siempre viajamos en grupo”, nos dice el conductor. Mientras esperamos el cambio aprovecho para hacer fotos de un volcán lejano, según mi GPS es el Licancábur. A lo lejos distingo unos pequeños puntos de colores que lentamente se acercan. Mi duda se revela cuando advierto que se trata de unos ciclistas. Me cuesta comprender que hacen por estas latitudes. Uno de ellos, un francés, nos explica que están pedaleando desde hace dos meses para llegar hasta el Salar de Uyuni y después continuaran hasta el Amazonas. “En total será un viaje de casi siete meses”. El motor de la camioneta indica que está todo en orden y podemos seguir viaje. Llegamos a la laguna cerca del mediodía. Su verde esmeralda intenso nos deja a todos deslumbrados. Nos bajamos y comenzamos a caminar por la orilla. En un lugar cercano armamos el almuerzo. El paisaje atrás parece una escenografia. Continuamos viaje hacia la última de las lagunas, la colorada, particular por la gran cantidad de óxido presente en la zona. Ya entrada la noche nos hospedamos en el mágico hotel de sal. Una estructura compacta de bloques de sal ubicado a la entrada del salar (Uyuni). Sus columnas, camas, mesas, todo de sal puro contrasta con los telares y manteles de colores vivos. Una rica sopa típica de Bolivia y unas brochote de llama me hacen recuperar la energía. Camino por los pasillos con la sensación de pisar vidrio molido y me doy cuenta que estar descalzo resulta muy placentero. El destino me lleva a reencontrarme con unos amigos que hice en Perú tiempo atrás. Nos quedamos conversando hasta tarde intercambiando anécdotas de viaje. A la mañana temprano comenzamos a atravesar el salar. Un recorrido de casi 80 kilómetros que terminara en la ciudad de Uyuni. Grandes charcos de agua, que se vuelven espejos se dispersan por todo el desierto confundiendo la ubicación de la línea del horizonte En la primera parada nos detenemos a conversar con los trabajadores locales. Me acuerdo entonces de Juan el transportista, cuando los veo cavar en los pozos bajo un sol demoledor. Les saco fotos a varios y prometo enviárselas ni bien llegue a Buenos Aires. Antes de terminar la expedición hacemos un alto en el cementerio de trenes donde varias formaciones abandonadas y oxidadas se encuentran allí desde hace años. Nos trepamos a una de ellas, la locomotora principal para recorrer los techos de los vagones. Desde la altura se observan cientos de vías desparramadas en forma de palitos chinos. Más adelante y a lo lejos nos espera la ciudad, nuestro destino final.
El libro UN VIAJERO CURIOSO ya está publicado. Podés escribirme a [email protected] para tener tu ejemplar.