Pero nada mejor que comprobarlo en primera persona y así romper el mito que viajar libremente por El Salvador, Nicaragua o Tegucigalpa, la capital hondureña, era posible. Además les dejo los imperdibles de Panamá y Costa Rica, destinos llenos de playas y naturaleza.
En realidad es complicado definir cuál es el sitio o lugar más lindo, pero a modo de resumen les dejo lo que fue para nosotros las mejores experiencias.
En el libro UN VIAJERO CURIOSO vas a encontrar relatos en primera persona de los viajes que fui haciendo por Asia, Medio Oriente, África, América Latina y anécdotas de Europa durante 20 años. Con la compra de tu ejemplar sos un nuevo cómplice de mis vueltas por el mundo. Enviá un mensaje a [email protected] para tener tu ejemplar. Hay envíos a todo el MUNDO! Pincha en la foto para más INFO.
Llegamos a Belén por esas casualidades que tiene la vida de viaje. Hace años Lucila conoció Rodrigo, un periodista chileno que vivía también en Madrid mientras ambos trabajaban para la agencia EFE. Marcela entra en escena en nuestro viaje por ser amiga de él y ni bien supo que estábamos por Costa Rica, mensaje de por medio, nos invitó a su casa. Si es enero y estás por Centroamérica algo que no se puede evitar es el calor, pero si estás camino a Belén algo puede cambiar y es la tranquilidad con la que vive la gente. La casa de la mamá de Marcela estaba un poco desordenada porque su esposo había fallecido unos meses atrás. A pesar de estar separados hace 14 años tenían muy buena relación. Entonces el patio se llenó de cosas como un auto viejo oxidado de hace tiempo, de cajas con libros y varios electrodomésticos en desuso. En un rincón habían dos sillas de madera ubicadas estratégicamente debajo de un inmenso árbol y sentarse a descansar un rato ahí era una bendición. Los dos días que pasamos en este perdido pueblo en el que ningún turista llega, fueron compensados por la hospitalidad de esta familia tica. Adriana, la hermana de Marcela, se sumó a la complicidad y nos preparó un rally por las playas más conocidas de la zona. Nos fuimos primero a conocer playa Coco, después a Matapalo, para mí la más linda por su poco desarrollo hotelero y por último la famosa Tamarindo donde encontrarse con argentinos es de lo más común. Gracias a la picardía de Adriana, que se mete en todos lados, conocimos un parque de deportes de aventuras y el canopy más largo de este país con 1.400 metros atravesando un río.
Nos despedimos de Tamarindo caminando por su calle peatonal con jugos de frutas y helados y por la noche regresamos a la paz de Belén. Al día siguiente, Adriana estaba pintando su casa pero no tuvo ningún problema en tomar su auto y llevarnos casi 30 kilómetros hasta Santa Cruz para que tomáramos el bus a San José. Solo fueron dos días en Belén y sin dudarlo volvería en otra ocasión!
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Los que ya pasaron por migraciones y tienen su pasaporte sellado deben salir por ese pasillo para controlar el equipaje, repetía otro policía en forma automática. Todo era lento, sobretodo cuando hay una sola persona que se ocupa de revisar bolsos, carteras, mochilas, etc de esa fila eterna. Finalmente pasamos los controles y nos tomamos el bus. En menos de una hora habíamos llegado a La Cruz, el primer pueblo de Costa Rica. De no ser porque íbamos a Bahía Salinas, una playa donde el viento es el mejor amigo de los kite-surfers, aquí no hay mucho para ver y menos cuando es de noche.
Dejamos las mochilas en una panadería y salimos a buscar un taxi que nos llevara hasta el hospedaje. Entonces nos encontramos con dos sorpresas. La primera y más importante es que nadie conocía a The Bike House ni a su dueña canadiense. En segundo lugar los que creían saber donde eran pedían la absurda suma de 30 dólares por un viaje de tan solo 7 km. Epa, que Costa Rica sea el destino más caro de Centroamérica no quiere decir que te puedan cobrar lo que quieran. Pasamos más de una hora buscando taxis en los alrededores del Parque Central hasta que uno accedió a llevarnos por menos de la mitad.
¿Está seguro que es cerca de Tempatal? Le preguntamos al conductor que aseguraba saber a donde íbamos.
Mejor llame a este número de teléfono, pregunte por Carole y ella le va a saber decir que camino tomar.
Aha, ok, ok. Entonces voy por El Gancho, doblo en la segunda entrada de Tempatal y después de la escuela un kilómetro hacia la izquierda. Perfecto, si, si, en lo que antes era Hostel La Sandía. Ok, ok!
Carole, la mujer de las mil sonrisas
Carole es canadiense, tendrá unos cincuenta años, pero su espíritu alegre hace que se la vea como una mujer de treinta. Es una de esas personas que solo por estar a su lado transmite vitalidad, comúnmente llamado buena vibra. Ana es su perra inseparable a quien recogió de la calle hace dos meses. Pero por lo bien que se llevan hubiera pensando que la tenía desde cachorrita.
Ese día nos fuimos a dormir agotados después de un maratónico cruce de frontera, que con seguridad fue el peor en años de viaje. Ni siquiera le prestamos atención a Carole cuando nos dijo que cerráramos bien la puerta porque era común que en los alrededores hubieran escorpiones.
Los ladridos de Ana recibiendo a nuevos viajeros nos despertaron cuando serían las nueve. Desayunamos y nos fuimos en su vieja camioneta a conocer las playas de la bahía. Nos pasamos el día entero viendo a instructores y alumnos metiéndose en el mar caribe con su kite-board.
Carole le daba clases a un extranjero y caminaba de acá para allá sin ojotas pisando conchas y piedras. No usaba gorro para el impiadoso sol tico y cada vez que pasaba a nuestro lado nos sonreía con complicidad. De vez en cuando se tomaba un descanso, y salía a correr junto a Ana por la orilla. Cuando volvimos nos preparó unas rodajas de pan con aceite de oliva y vinagre. Un gesto simple que nos confirmó la excelente persona que es. Así fue nuestra primera parada en Costa Rica, un destino al que había venido hace más de 10 años. Ahora intento descubrir algo más de este país en el que por una razón no está entre mis preferidos.
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Salimos de Playa Marsella de una forma inesperada. Cuando estábamos por ponernos las mochilas y dispuestos a caminar los 2 km hasta el cruce donde pasan los buses hacia la localidad de La Virgen, un grupo de italianas que se hospedaban en el mismo hostel nos hizo un lugar en su auto alquilado. Ni siquiera habíamos hecho amistad los días anteriores, pero como la palabra hospitalidad no distingue nacionalidades, al ver que Lucila no se sentía bien se ofrecieron a llevarnos. Entre mochilas apretadas y posiciones incómodas llegamos a San Juan del Sur. Desde ahí era un viaje muy corto, tan solo 30 km a la frontera con Costa Rica. Nos ilusionaba pensar que en menos de una hora llegaríamos a un nuevo destino. El calor, el viaje, o tal vez el pescado de la noche anterior fue una combinación perfecta para que Lucila comenzara a sentirse peor. Lo suficiente como para vomitar un par de veces. Ni bien llegamos a la frontera me dijo: no doy más, descansemos un rato debajo de esa sombra. No había apuro, estábamos a solo 100 metros de migraciones y siendo las 10 de la mañana teníamos todo el día por delante.
Después de una media hora de espera y bajo los efectos de las burbujitas de la felicidad (una Coca Cola bien fría) nos levantamos. A medida que comenzamos a caminar empezamos a ver mucha gente. La suficiente como para que nos cambiara un poco el humor. Disculpe, le preguntamos a unas chicas que supongo serían europeas, ¿Ustedes son las últimas de la fila? No, no! Esa allá! Por unos segundos creí que se habían equivocado, pero su respuesta fue tan dura como cuando a un acusado le dictan la sentencia menos favorable. La fila hacia migraciones superaba los dos kilómetros. Daba vueltas en forma de espiral y parecía eterna. Un vendedor de jugos aseguró que el tiempo de espera no sería menor a cuatro horas.
Entonces imaginé que tal vez lo peor sería del otro lado, porque todos, viajeros, locales y extranjeros, iban hacia tierras ticas. Allá el viento caliente levantando polvo en un camino de tierra con muy pocos árboles sería el gran desafío. Con una pareja de Canadá decidimos hacer turnos de media hora para no estar parados todo el tiempo. Del lado de Costa Rica las cosas fueron peores como suponíamos. La fila que parecía nunca acabar me hizo reflexionar. Pensé en los refugiados de Siria e Irak, en los desplazados internos de Colombia, en las cientos de familias mexicanas que arriesgan sus vidas en el desierto con un coyote para entrar ilegal a Estados Unidos, en los más necesitados de África, Haití, etc. De pronto un cubano apareció entre la gente pidiendo monedas para “su viaje”. Su rostro tenía mezcla de tristeza con desesperación.
Más adelante nos enteramos que él, es unos de los 8.000 cubanos varados en la frontera sin poder cruzar a Nicaragua. Todo comenzó cuando Ecuador dejó de pedirle visa a los cubanos iniciando desde allí una extensa travesía hasta su gran sueño americano. El volumen de cubano empezó a ser cada vez más grande hasta que un día el presidente nicaragüense les negó el permiso de entrada. Durante nuestra larga espera tuvimos la oportunidad de hablar con algunos de ellos. Muchos viven en carpas improvisadas en ese espacio de 100 metros que hay entre ambas fronteras, que al fin y al cabo no es tierra de nadie. Otros están en los campos de Costa Rica ayudando en lo que pueden o también en la ciudad de La Cruz, limpiando taxis por un par de monedas.
Cuando Jaime nos contó que hace dos meses que está esperando por una solución todas nuestras quejas, el cansancio y el mal humor rápidamente se hicieron humo. No había motivo para estar molesto por unas 10 horas de espera (que era lo que ya llevábamos) si lo comparábamos con sus situación. Y el momento esperado llegó. Pusimos un pie en la oficina de migraciones y caminamos hacia la ventanilla.
Pasaportes. Así, a secas y sin siquiera un buenas tardes. Nos recibió un policía que tenía acumulado un cansancio importante con mezcla de enojo. Me hubiera gustado decirle que al menos él había estado sentado y con aire acondicionado, pero preferí callarme para no crear un conflicto.
¿A dónde van?
A Bahía Salinas
¿Tienen pasaje de salida de Costa Rica?
No, porque estamos en un viaje…
Antes de que termináramos la oración, nos devolvió los pasaportes y nos dijo con total frialdad: Regresen a Nicaragua! Sin pasaje de salida no entra nadie.
¿Quién sigue? Preguntó en voz alta.
Intentar decir una palabra más fue imposible. Teníamos enfrente a un policía de esos que por solo usar un trajecito azul y un distintivo en el hombro se cree dueño del planeta. Entonces nos fuimos a otra fila y una mujer policía con un poco más de amabilidad nos explicó que por ley ningún extranjero puede ingresar a Costa Rica sin pasaje de salida.
El cansancio acumulado, sumado a que era ya de noche nos hizo cometer una de las estupideces más grande de todo el viaje. Ir a la oficina de Tica bus que estaba afuera y comprar dos boletos originales con salida a Panamá City. Digo que fue una estupidez porque ya habíamos leído que se podía presentar uno trucho, o una reserva de un hotel o una online de un pasaje aéreo. Seguramente cualquiera de los cubanos que estaban acostados afuera en sus colchones tenían Internet. Para consolarnos del error decíamos y bueno, al fin y al cabo de todas formas de Costa Rica vamos a salir hacia Panamá, o de última devolvemos el pasaje y listo. Pero esto último no sería posible porque en el dorso del mismo bien claro decía: ticket no reembolsable e intransferible. En el próximo post les compartimos nuestros primeros días en Bahía Salinas, Costa Rica!
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