El libro UN VIAJERO CURIOSO ya está publicado. Podés escribirme a [email protected] para tener tu ejemplar. Hay envíos a todo el mundo!
Afganistán: la primera historia transcurre en su capital, Kabul, destino de Asia Central que pocos viajeras se animan a explorar. El día que llegué había dejado de nevar, el cielo estaba más azul que nunca y el termómetro marcaba unos 20 grados bajo cero. Caminaba por su principal avenida, Chicken Street intentando descubrir ese nuevo mundo (para mí). Cada vez que sacaba las manos para capturar una foto los dedos se me congelaban a pesar de tener guantes. Burkas azules, verdes y blancos se mezclaban entre oraciones provenientes de una mezquita cercana. Mientras algunos chicos ayudaban a sus padres a sacar la nieve de los techos de sus casas, camionetas de Naciones Unidas hacían su control de rutina. El prime día me fui a dormir bastante cansado, cuando el sol se escondía detrás de las montañas del Valle del Hindu Kush. El griterío de unos chicos remontando barriletes me despertó temprano. Salí a recorrer, cámara en mano, calles desconocidas. Fue en una esquina donde encontré a un niño en plena soledad vendiendo papel higiénico en una cajita de plástico. Me acerqué para regalarle algunas galletitas e intenté saber porque estaba ahí solo pero mi poco dominio del persa me permitió conocer su nombre: Zemar, que en la traducción significa “León”.
Estuve varias semanas en Afganistán recorriendo aldeas, barrios destruidos por la guerra y los talibanes, colaboré con una ONG de National Geographic como fotógrafo, caminé por un río congelado con mercados antiguos, y hasta me encontré con una pareja de argentinos viviendo acá desde hace tiempo. Todos los días, en la misma esquina, Zemar siguió luchando como un león contra temperaturas bajo cero tal vez para ganarse algunas monedas. Pasaron ocho años de aquel viaje y todavía recuerdo su rostro. Me resulta inevitable preguntarme cuál habría sido su destino.
Cuba: El empedrado de Trinidad es un fiel reflejo de los años que tienen esta ciudad. Precisamente datan del 1514, cuando fue fundada por la Corona Española. El amor de los especialistas por conservar su ambiente colonial la llevó a estar en la lista de las mejores preservadas de América y de la Unesco como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Desde su plaza principal turistas y locales se mezclan, cada uno buscando intereses diferentes. Es el mediodía de un lunes y entre tonalidades ocre que desparraman las fachadas de las casas los colores de la bandera de Cuba se multiplican por cada rincón. Son los chicos que acaban de salir de la escuela vestidos con pantalón azul, camisa blanca y el tradicional pañuelo rojo en el cuello. Aprovecho para sacar fotos y registrar un día más en la Isla. Algunos pasan indiferentes ante la cámara, otros se abrazan y ríen, los más tímidos se tapan la cara y los más pícaros quieren ver como salieron. Entre todos ellos aparece en escena Rudy, un niño de unos 10 años. De piel mate y sonrisa generosa se acerca a conversar. Nos sentamos en el viejo empedrado y me cuenta de su vida, de su familia, que es fanático del beisbol, le encanta andar en bicicleta y que los fines de semana va a la playa Ancón a nadar. Abre su mochila y me muestra orgulloso su cuaderno y las cosas que fue aprendiendo en los primeros meses de clases. Su ojos negros oscuros brillan de felicidad cuando lo felicito por sus buenas notas. Las campanadas de la catedral suenan con fuerza y Rudy sabe que debe regresar a su casa para almorzar. Se levanta con pereza, camina unos pasos y antes de despedirse pone la mano en su bolsillo. Extiende su brazo mientras me ofrece su tesoro: un trompo de madera que él mismo construyó con su padre. No me pareció correcto aceptarlo pero siempre recordaré su gesto.
Con los años empecé a comprender que la gente, es quien realmente hace el viaje. Las charlas compartidas, los silencios implícitos, las risas robadas, son parte del viaje. Muchos tendrán pasados difíciles o futuros inciertos, otros, presentes felices, sin embargo son los niños, más allá de sus realidades que les toca vivir quienes se muestran tal como son.
Te podría contar muchas más historias. Tal vez la de la niña que recolectaba frutas en Uganda y quería ser maestra, la del chico que me encontré en los Andes ecuatorianos cuidando ovejas, la de Fátima, una niña iraní que quiere ser violinista o la de Pepa, una nena de un año que conocí en un orfanato de Haití y felizmente la volví a ver con su madre en Buenos Aires este año. Todos tenemos historias de viaje y para mí la de los niños, son las más genuinas.
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Donde el Caribe se da la mano con Asia. Un poco de ron y… adiós a las operadoras telefónicas.
Con la necesidad de encontrar un poco de vida relajada la ruta viajera continúa hacia la zona rural de Viñales, en la provincia de Pinar del Río. En esta tranquila localidad se aprecian extensos campos sembrados con plantas de tabaco, guajiros que regresan a caballo a sus casas luego de un duro día de trabajo o el simple crujir de las mecedoras en las galerías de las casas. La belleza de su parque nacional es uno de los enclaves naturales más maravillosos del país, a tal punto que fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 1999. Desde la estación de buses camino en busca de un lugar donde dejar el equipaje. Tal vez atraído por el griterío de unos chicos que juegan al beisbol en un parque termino golpeando la puerta de “Casa de alquiler de Yusnavi”. Debo hacer una aclaración porque el día que me lo contaron costaba creerlo. Dice la leyenda, la verdadera, que este nombre cubano lo sacaron de las siglas US.NAVY de los barcos de la marina estadounidense. Lo cierto es que un hombre de unos 50 años me atiende simpáticamente mientras me invita a pasar y me enseña la habitación. Me hace sentar en la cocina donde prepara un jugo de ananá, realmente bueno! Me pregunta cuantos días estaré en el pueblo así me ayuda a organizar algunas excursiones. Le agradezco pero recién llegado no se ni lo que voy a hacer las próximas horas. El hombre insiste y hasta se molesta un poco si no quiero hacer con sus colegas las excursiones. Por eso dejo las cosas en la habitación y salgo a caminar un rato. Al regresar por la noche comienza nuevamente con el acoso. Resulta tan agotador la situación que lamento su actitud, levanto campamento y sin imaginarme semejante episodio salgo a buscar un lugar cuando los negocios ya están cerrados.
El destino quiere algo mejor, pienso fuertemente. Y así fue. Me encuentro con Ricardo y su mujer, un matrimonio amable que juntos leen en la galería de su casa. Todo lo opuesto. Con tranquilidad y sin tratarme como un gran billete de dólar con patas me da consejos y libertad para disfrutar de Viñales a mi ritmo. Siguiendo una de sus propuestas al otro día alquilo una moto para viajar al cayo Jutías. Me aprovisiono de agua, fruta y algunos sándwiches para recorrer los 65 km que me separan de la ciudad. Debo aclarar que la ultima vez que había manejado una moto fue hace varios años en Ko Samui, Tailandia, y más de una vez estuve por darme algún que otro golpe. Si bien soy precavido la velocidad es una tentación. Pero ahora, con el paso del tiempo, esas locuras quedan descartadas. Casco puesto, mochila en la espalda y a apretar el acelerador. Es una moto sencilla sin cambios pero de todas maneras me cuesta tomarle la mano al nuevo móvil. Doy algunas vueltas por el pueblo y parto en busca de aventuras.
El viaje transcurre sin problemas por una carretera impecable y prácticamente desierta aunque algunos carteles parecen haber sufrido el paso del tiempo y no se distinguen. Como siempre la amabilidad cubana me ayuda a encontrar el camino correcto. Con Laura, mi compañero de viaje, tenemos una debilidad o mejor dicho un problema. Nos cuesta unir dos puntos de viaje sin distraernos. Si decimos ir de “A” a “B” algo sucederá por parte de alguno, y nos llevará seguro al camino de la distracción. Una foto, una conversación con algún extraño, ver un paisaje nuevo, etc, todo es válido para que las distancias se alarguen. Dicho esto nos proponemos evitar cualquier motivo que nos saque de la ruta. Nos prohibimos sacar fotos, aunque se por unas dos horas, tiempo que calculamos en llegar a la playa. En un esfuerzo en conjunto lo logramos y un manto de arena blanca de varios kilómetros de extensión nos recibe tal cual trofeo. A lo lejos la postal se completa con pequeñas olas de color turquesa.
Optamos por un día relajado al sol, sin la necesidad de visitar nada en especial y en realidad aunque quisiéramos, no hay más que algunos cangrejos tímidos que salen de sus agujeros, un puñado de turistas tan perdidos como nosotros y el mar. Nos acompaña nuestro libro de lectura y la soledad absoluta. En el único restaurante que hay disfrutamos de un delicioso pescado fresco acompañado de ensalada y “moros con cristianos” (arroz con frijoles negros), un plato típico de la isla. Tan relajados estamos que el horario de regreso nos juega una mala pasada. Nos queda un buen rato de viaje y hay poco tiempo de luz. Como si fuera poco, a mitad del recorrido comienza a caer una suave llovizna. Aceleramos la marcha para llegar al pueblo antes de que la noche nos atrape por completo. Y sucede lo imprevisto o mejor dicho lo previsto. En una curva, no muy cerrada, el asfalto recién mojado nos empuja con suavidad y nos caemos con la moto hacia un costado de la ruta. Mas allá de algún que otro raspón, por suerte salimos ilesos. Levantamos la moto, hacemos cambio de conductor y seguimos. La lluvia empieza a caer con mayor fuerza y se hace oscuro. Prendemos las luces cuando un par de kilómetros anuncia nuestra cercana llegada. Guardamos la moto en el galpón de la casa de Ricardo y después de una ducha bien caliente salimos a comer algo. Para sorpresa nuestra el día siguiente amanece con un sol espléndido.
Ahora es el turno de recorrer los montes, pero a caballo. La idea es visitar las aldeas tradicionales y las granjas locales. Como bien les dije antes, los cubanos son expertos en nombres no solo raros o inventados, sino también de herencia rusa!. Pues bien, Boris, nuestro guía, nos recibe en un secadero de tabaco. Entramos a este enorme galpón de madera y el perfume atrapa, y aún sin ser fumadores, nos gusta. Mientras preparamos las monturas nos explica como es el proceso de selección de las hojas para confeccionar los famosos puros cubanos. En realidad, nos dice, el proceso para hacer un buen puro es una mezcla de varios factores. Entre ellos el clima, el suelo y en especial la sabiduría de los campesinos. En fila india comenzamos el ascenso. Una suave neblina cubre el horizonte en una mañana atípica y algo fresca.
Durante el recorrido conversamos sobre su forma de trabajo en el campo. “Las tierras le pertenecen a los campesinos siempre y cuando las mantengan productivas, sino pasan a manos del estado para ser reasignadas. Incluso, algunos se organizan en pequeñas cooperativas para cosechar y comercializar su producción”. También nos cuenta que cada familia puede tener algunos animales y huertas siempre que sean para consumo personal. Cada uno, por diversos intereses saca su cuestionario personal. Pobre Boris, es un guía en un interrogatorio improvisado. Pero bien, de esto se tratan los viajes o no?, de recopilar historias de vidas ajenas, y en este caso nuestro campesino nos muestra su realidad, muy distinta tal vez a la del taxista Alejandro quien nos recogiera en el aeropuerto días atrás.
Después de cabalgar durante unas horas paramos en un pequeño pueblo en lo alto de las sierras. Desde allí se aprecia la belleza de Viñales con sus fantásticos mogotes kársticos, paisaje que se asemeja al de la Bahía de Halong en Vietnam o Güilin en el sur de China. Quien me diría que acá, en esta parte del mundo el Caribe y Asia se dan la mano geográficamente. Nuestro guía nos presenta a otro campesino, o guajiro como le llaman acá, quien nos prepara un mojito hecho con miel. Ellos se jactan de preparar el mejor trago de la región. Incluso superior al del bar La Bodeguita del Medio, en la capital. Su amigo nos muestra una especie de refugio hecho con madera. Según el, aquí vienen a jugar a las cartas y tomar algún trago. Tengo mis sospechas, más allá de esa sana actividad creo que mas de uno tendrá sus buenas escapadas con alguna que otra vecina del pueblo. Pero eso, no es asunto nuestro. Regresamos al pueblo cuando los mogotes cobran un color dorado y el verde de su vegetación se hace intenso. Ayudamos al guía a dejar las monturas y una caminata corta nos espera al hospedaje. Boris saca su celular, llama a su esposa para avisar que terminó la excursión y cuelga. Mientras se acomoda su cinturón, con vos de sabio y orgulloso nos dice. Ustedes sabían que la primera ciudad del mundo en tener telefonía con discado directo (sin necesidad de operadora) fue La Habana en 1906? La verdad que no! Y tal dato nos sorprende.
Nuestro regreso, de andar más que tranquilo, sino doloridos por las horas subidos a los caballos, se ve interrumpido por un guajiro que trabaja en el campo. Su chaqueta verde militar y su sombrero de paja nos seduce para una sesión de fotos. Es la imagen perfecta de la zona rural de Cuba! Cruzamos un alambrado de púas y caminamos directo hacia el. Conversamos un rato y con su complicidad hacemos algunas tomas. Seguramente, en alguna oportunidad esta foto y varias mas serán una recopilación para futuras publicaciones.
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