Ubicada en el mismo centro de la costa libanesa mediterránea, Beirut refleja todo tipo de contrastes: edificaciones de exquisita arquitectura conviven con grotescas masas de cemento; casas tradicionales rodeadas de jardines perfumados de jazmín sobreviven, empequeñecidas, a la sombra de modernos edificios. Viejos y sinuosos callejones nacen de anchas avenidas; y ostentosos automóviles modernos compiten en la calle con carros de vendedores. Mi hotel es un buen punto de partida para salir a recorrer la gruta de las Palomas que constituye la atracción natural más famosa de la capital. También aprovecho para pasear por el Corniche, el sendero que bordea la costa y probar varios platos que sirven los vendedores ambulantes. Más tarde me familiarizo con una visita al distrito central de Beirut, conocido como Downtown, el cual me permite hacerme una idea aproximada de lo que esta población sufrió durante la guerra. Algunos sectores de esta zona se están restaurando, otras han sido derribadas o convertidas en un paisaje apocalíptico de proyectiles estallados. La plaza de los Mártires, en el centro del distrito, nuclea un sinfín de modernos cafés, galerías de artes y negocios de ropa al mejor estilo europeo. La mezquita Al-Omari, también denominada la Gran Mezquita, es uno de los escasos edificios históricos que se conservan. Un dato curioso: originalmente construida como iglesia de los cruzados en la época bizantina, fue convertida en mezquita en 1291.
Por un artículo leído en un diario porteño de Buenos Aires, tengo entendido que en la frontera con Israel, precisamente en Sadikkine, vive o vivía (si es que sobrevivió a la guerra con Israel), una familia argentina. Son los Balhas. Deseo encontrarme con ellos para que me cuenten en primera persona como han sido los bombardeos en una de las regiones más castigadas del país. Después de hacer una breve parada a la famosa ciudad de Tyre intento continuar hasta Sadikkine. Pero llegar hasta allí no es tarea fácil. Tras algunas horas de espera haciendo dedo en la ruta, combinado con un bus local y dos taxis logro alcanzar el pueblo. Aquí se nota un clima diferente. Hay tensión. A tan solo trece kilómetros se encuentra la frontera Israelí. Asimismo es uno de los pueblos con mayor presencia del Movimiento de Resistencia Islámico, Hezbollah. Me registro en un puesto militar donde me ayudan a buscar a la familia argentina. Después de recorrer algunas casas, las únicas que quedaron en pie, logro dar con la familia. Sin darme cuenta estoy hablando en perfecto castellano con Alejandro y Carlos. Sus historias desgarradoras me transportan en el tiempo. Mientras los escucho desde la terraza de la casa de su madre observo su pueblo totalmente destruido incluyendo sus propias casas. “Tuvimos que dejar todo y refugiarnos en Tiro a varios kilómetros de acá sin imaginar que allí también habría ataques y escondernos en la distante ciudad de Saida”. “Fue muy duro regresar al finalizar la guerra y ver nuestro pueblo totalmente devastado. Aun hoy, varios meses después no tienen agua y las excavadoras continúan levantando los escombros, cuenta Rosa Balhas, madre de cinco hijos quien dejó Lomas del Mirador hace más de treinta años.
Después de compartir durante varios días sus tristezas y sus esperanzas, regreso a la ruta. La misma me llevará hacia el norte para conocer Byblos, una ciudad milenaria que fue invadida por los persas, romanos y por el propio Alejandro Magno. Pero esos conflictos son más lejanos que los que acabo de vivenciar. Voy en busca de una imagen distinta de lo que la guerra me mostró.
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