Solo queda a dos horas de bus Esteban. Te va a encantar, estoy seguro. Además vas a poder hacer buenas fotos. El entusiasmo de Clarence, el couchsurfer que me hospedaba en Kuala Lumpur era contagioso. Claro que dejar su departamento ubicado en el tranquilo barrio de Serdang con pileta, cancha de tenis, ping pong y demás atracciones no era nada fácil. Había dejado Buenos Aires cinco días atrás y el ritmo de viaje era de vacaciones absoluta. Leer, nadar por las mañanas en el pileta, jugar al ping pong con malayos del condominio o salir a caminar para descubrir rincones desconocidos. Pero habían dos cosas que me empujaban a dejar este lugar donde viven casi 2 millones de habitantes. Era la segunda vez que visitaba la capital de Malasia y otra, el calor me asfixiaba en cada centímetro de la ciudad. Me gustan los veranos, la temperaturas altas, pero esto ya era demasiado.

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La plaza principal de Melaka

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Influencia europea en su arquitectura

Última parada anunció el chofer del bus. ¿Qué? ¿Cómo? Perdón… ¿Está seguro que llegamos a Melaka? Sí, claro. Fin del recorrido. Bocinazos, un mar de gente y bicicletas decoradas con música a todo volumen me recibieron en esa ciudad de la que tanto me habían recomendado. Tal vez se confundió pensé. Tal vez estuvo acá en su infancia y las cosas cambiaron. Tal vez, hay otra Melaka.

Dejé las cosas en la habitación del hostel, me di un baño con agua fría y más relajado me senté en la cama a pensar. Es sábado al mediodía, dije. Vamos a darle una oportunidad al lugar. Lo mejor es conocer sus calles, hablar con la gente y entender su ritmo acelerado.

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Coloridas bici-taxi con música a todo volumen que recorren la ciudad

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La mesquita de Melaka

Sam es rubio, tiene esos ojos azules intensos por los que más de una mujer quedarían atrapadas. Es de Bélgica pero desde hace unos meses vive acá atendiendo la recepción.

– ¿Vos vivís acá?! ¿Cómo haces? Si esto es puro ruido.

¡Nooo! Esto es un circo de tres días.

– No entiendo Sam.

– Los viernes, sábados y domingos son los días de mercado. Vienen turistas de todos lados a comer y comprar artesanías. Después hay otro Melaka.

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Simpáticas decoraciones que podés encontrar en sus calles

Tomé la bici que ofrecía el hostel y salí a dar una vuelta. A las pocas cuadras encontré un templo hindú donde el perfume del incienso y el silencio me conectó un poco con la paz que buscaba. Seguí hasta la otra esquina y un anciano chino-malayo que planchaba ropa en la vereda me sonrió. Mi escaso vocabulario en mandarín permitió saber su nombre, a que se dedicaba y saludarlo al irme. Tres horas bajo otro día de calor intenso bastaron para volver al hostel.

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Ritmo relajado por el barrio chino

Ey tío, tu eres de Argentina no? Vi tu banderita en la mochila. ¿En qué andáis? Antes de que termine de contarle todo el proyecto del viaje, le dijo a sus amigos: “Miguel, Javier, vamos a ayudar a este tío. Venga, dame un ejemplar de tu libro y un par de postales”. Mi cerebro hizo clic y pensé. ¡Este es el lugar! ¿Cómo no me di cuenta antes? Si las calles están llenas de gente vamos por ellos. Armé un puesto improvisado en la plaza principal. Tenía nervios porque era el primer día y uno estúpidamente siempre le teme al fracaso. Fracaso que uno cree que está en no vender nada. Pero la experiencia es lo que cuenta. Cuando llegó el atardecer y el mercado nocturno estaba inundado de gente, me metí entre los puestos sin pedir permiso. Abrí el mapa con el itinerario, acomodé la bandera argentina, los libros y postales. Mientras, un vendedor de pescado me miraba desconcertado. Y en solo cuatro horas, además de divertirme mucho con locales y extranjeros, charlar de las experiencias y entusiasmar a otros a viajar por el mundo, recuperé la plata que había gastado los primeros días en Kuala Lumpur.

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Vista del río de Melaka desde uno de sus puentes

El “circo” de Melaka, su mercado, duró otro día más. Para cuando era lunes las palabras de Clarence y Sam cobraron sentido. Melaka es hermosa, tranquila, sin gente y da gusto caminar por sus calles del barrio chino haciendo fotos. Y si tenés la misma suerte, terminarás tomando un té en el patio de la casa de un malayo tan curioso como yo.