Pero nada mejor que comprobarlo en primera persona y así romper el mito que viajar libremente por El Salvador, Nicaragua o Tegucigalpa, la capital hondureña, era posible. Además les dejo los imperdibles de Panamá y Costa Rica, destinos llenos de playas y naturaleza.
En realidad es complicado definir cuál es el sitio o lugar más lindo, pero a modo de resumen les dejo lo que fue para nosotros las mejores experiencias.
En el libro UN VIAJERO CURIOSO vas a encontrar relatos en primera persona de los viajes que fui haciendo por Asia, Medio Oriente, África, América Latina y anécdotas de Europa durante 20 años. Con la compra de tu ejemplar sos un nuevo cómplice de mis vueltas por el mundo. Enviá un mensaje a [email protected] para tener tu ejemplar. Hay envíos a todo el MUNDO! Pincha en la foto para más INFO.
Disculpe, no sabe dónde queda el vivero El Cangrejo? Preguntó Miguel. La vendedora indicó el camino de tierra con la mano como si fuera una respuesta automática. Giramos a la izquierda de un terreno baldío y allí vimos unos toldos verdes frente al mar. En esta zona de la playa de La Libertad no hay surfers desafiando olas, turistas canadienses que escapan del frío del norte, ni puestos de alquiler de jet ski. Solo un par de casas de madera y un vivero. Allí vive Pedro con su ayudante. Su vida es simple pero no por eso menos importante. Desde hace 6 años se dedican a la protección de las tortugas marinas, una especie en extinción en esta zona del mundo. A diferencia de lo que ocurre en las islas Galápagos, en Ecuador, acá los salvadoreños adoran los huevos de tortugas por considerarlos muy ricos. El gobierno intercede comprándolos a asociaciones para evitar que terminen en un restaurante. Los huevos se incuban y cuando las tortugas tienen 2 o 3 días se las liberan al mar. De ese momento único es del que íbamos a participar. Y entonces me puse a pensar lo extraño que a veces resultan los viajes. Hasta hace un rato la experiencia física de haber tomado una clase de surf por primera vez en mi vida me había generado una emoción enorme, sin embargo ahora la emoción era desde el interior.
Y ayudar a conservar la especie marina era un acto en el cual tampoco había hecho antes. El dueño del vivero tiene la piel curtida por el sol, algunas canas que reflejan su edad y una serenidad que contagia. Nos acomodamos en la arena alrededor de un enorme recipiente de plástico. Adentro habrían unas 80 tortugas listas para salir a explorar el Océano Pacífico. Algunas estaban dormidas pero otras, un poco más inquietas, no paraban de moverse pisando a sus compañeras. Miré el recipiente y después observé con atención las fuertes olas en el mar. Las tortugas tienen varios desafíos antes de alcanzar una edad decente. Afuera del agua están los perros que al igual que los humanos también adoran los huevos. Después vienen las aves y adentro del mar los peces grandes. Se dice que de unas 120 tortugas que entrar solo 4 o 5 llegan a adultas. El desafío es enorme pero su instinto de lucha mucho mayor.
La primera que pusimos en la arena movió sus patas con tanta determinación que me hizo reflexionar. Por que a nosotros nos cuesta tanto afrontar lo desconocido, lo que nos saca de nuestra rutina? ¿Cómo es posible que ellas con apenas 4 cm no tengan miedo de enfrentar EL MUNDO? Mi mente dejó de filosofar cuando Lucila me pidió que le hiciera una foto. Pusimos cerca de la orilla a otras 40 y nos quedamos parados viendo como se perdían entre la espuma. No me había dado cuenta que tenía la piel de gallina de tanta emoción. Jamás había vivenciado una situación como esta y el sabor de la primera vez es imborrable. Regresamos a San Salvador con Miguel conversando sobre la época oscura del país, compartiendo anécdotas de otros viajes y con ese deseo lindo de volver a vernos. En breve estaremos cruzando a Honduras y es extraño cuanto nos encariñamos con este hospitalario país en apenas 10 días. No sabemos cuando, pero a El Salvador vamos a volver en otra ocasión!
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Este tour fue cortesía de la agencia www.salvadoreantours.com a la cual recomendamos pues Miguel, el guía, fue realmente de lo mejor. Es una agencia seria y tiene un montón de paseos. Hay para todos los gustos. Los pueden contactar a: [email protected] Phone: +503 2243-6113
Si tuviera que definir a este destino en una sola palabra sería HOSPITALIDAD. Sí, en letras mayúsculas. Es una pena que muchos tengan una imagen negativa de este destino. La verdad es que hasta hace muy poco de El Salvador solo tenía el recuerdo de un país que estuvo en guerra durante 12 años, sabía quedaba en Centroamérica, tenía playas y algunos volcanes. Pero no mucho más. Durante el recorrido por estas tierras pude aprender varias cosas. Por ejemplo, ¿Sabías que…?
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Cuando escuché que tendríamos una clase de surf en El Tunco, una de la mejores playas del Pacífico, me costaba contener tanta alegría. Desde hace años que vengo pensando porque dejé pasar tanto tiempo con lo que me gustan los deportes y especialmente experimentar cosas nuevas. Cuando tenía 20 años, antes de empezar con esta vida de viajero por el mundo, estuve por quedarme en Brasil, comprarme una tabla y practicar hasta tomarle el ritmo. Pero volví a Buenos Aires y por una cosa u otra siguió pasando el tiempo hasta que ayer pude saldar mi deuda.
Miguel, nuestro guía, nos había contado el día anterior que teníamos una sorpresa, pero para mí tomar una clase de surf era mucho más que eso. Era la oportunidad de estar mar adentro y jugar por un rato a que era protagonista de la película“Punto Límite” con Keanu Reeves.
Pedro, es moreno, delgado y si lo vieras sentado en un bar jamás pensarías que hace más de 12 años domina a la perfección las olas de la playa El Tunco, ubicada a unos 50 minutos de San Salvador. Para que se den una idea, surfers de todo el mundo vienen hasta acá por varios motivos. La temperatura del agua es ideal, siempre hay sol con un promedio de 25º, el hospedaje es relativamente económico y todo el año hay buenas olas.
Entré al agua memorizando cada movimiento que habíamos practicado afuera. Con la tabla apoyada en la arena, todo resultaba sencillo, pero hacerlo con una ola que te empuja a gran velocidad, sostener el equilibrio era lo más difícil.
Bueno empecemos a nadar hasta donde están esos surfers. Acostado en la tabla levanté la vista y había un poco más de 40 metros. Entonces comprobé que además de no saber nada de este deporte, mi estado físico estaba en un nivel lamentable. Braceaba una y otra vez mientras comenzaba a sentir el cansancio en los hombros. No te preocupes, dijo el instructor, es cuestión de entrar en calor. Esperamos pacientemente la primer ola, que si bien era enorme, no me preocupaba su altura sino lograr pararme. El primer intento fue un desastre! No duré ni un segundo, quedé atrapado en el medio y tragué cualquier cantidad de agua. La GoPro que llevaba en la muñeca pudo registrar esos momentos que parecieron eternos hasta salir nuevamente a la superficie.
El agua me arrastró casi hasta la orilla. Otra vez estaba bastante lejos de la zona de surf, pero no me di por vencido. Me acosté sobre la tabla, respiré profundo y volví a bracear un poco más lento. Lo más importante de estos momentos es coordinar todo lo que te dicen afuera y aplicarlo en el momento justo. Moves el pie de apoyo, levantás el pecho, la otra pierna y a mantener el punto de gravedad. El segundo intento no estuvo nada mal y disfruté casi cuatro segundos parado. Nos quedamos como una hora y para cuando estaba agotado, Pedro dijo que sería el último intento y terminábamos con la clase. Dejamos pasar unas tres olas bajitas hasta que llegó el momento de la verdad. Esta está buena Esteban, aprovechala, aprovechala, gritaba sin parar! Cerré los ojos un instante, repasé todo lo que había que hacer y me lancé. Detrás de mí sentí, no solo la fuerza, sino el ruido con la que la ola me empezaba a empujar. Me subí a la tabla, bajé el centro de gravedad y lo logré. Llegué hasta la costa surfeando una ola entera. No se si fueron 10, 15 o más segundos, pero sentí una enorme satisfacción por la experiencia. Había surfeado una ola grande en la costa del Pacífico!
Cuando salí a la playa me quedé observando y admirando a los verdaderos expertos como hacían sus piruetas. Saqué la cámara, apunté y capturé a uno arriba de la ola. Ojalá en algún tiempo pueda alcanzar ese nivel, pensaba. Mientras mi mente filosofaba sobre el futuro deportivo, Lucila y Miguel me llamaron. Nos tenemos que ir a la otra playa. Pero ahora no se trataba de tablas, sino de salvar vidas. Pero eso te lo cuento en el próximo post…
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Nuestro primero objetivo era visitar el famoso volcán Izalco, sí ese que estuvo largando lava frente al hotel en lo que se conoce como Cerro Verde. Pero increíblemente un día después de su inauguración, el volcán se reveló y se apagó. Se dice que las embarcaciones se guiaban por el brillo rojizo de la incandescente lava para orientarse en alta mar. Es por esta razón que al volcán de Izalco se lo llegó a conocer como “El Faro del Pacifico”, por servir de guía a las embarcaciones en su ruta al puerto de Acajutla.
Entramos por la puerta trasera del hotel que destruido por el último terremoto cerró sus puertas al turismo en 1997. Logramos verlo en toda su inmensidad y la verdad que quienes pudieron apreciarlo activo deben sentirse unos privilegiados. Mientras hablábamos del libro de Ryszard Kapuściński, llamado “La guerra del fútbol” basado en un conflicto entre Honduras y El Salvador en julio de 1969 y¡’ que apenas duró 100 horas, nos fuimos a conocer el lago de Coatepeque. Y fue a ahí donde me puse a pensar porque no decidí venir antes a este país. Nunca imaginé que pudiera tener en tan pocos kilómetros tanta diversidad de paisajes. Como si fuera poco el paseo terminó con una visita a las ruinas mayas de San Andrés y la Joya de Cerén, un sitio precolombino que queda en el Departamento de La Libertad. Muchos arqueólogos la llaman la Pompeya de América, pero a diferencia de aquel, este es el único lugar donde se pudo ver como vivía la gente común y corriente. El lugar estuvo habitado hasta el año 600, hasta que fue abandonado por la erupción de la Laguna Caldera.
Mientras volvíamos al hotel seguíamos hablando de la rica historia que tiene El Salvador, de su larga guerra civil, donde probar las mejores pupusas, y las actividades que tendríamos al día siguiente. Miguel cerró la puerta del auto y nos recordó que al otro día habría una sorpresa. Solo puedo decirles que iremos a la playa…
En este video se explica un poco mejor la historia del Volcán Izalco. Está en inglés pero es fácil de comprender.
Si querés leer más sobre este increíble destino de Centroamérica podes entrar a alguno de estos links:
https://unviajerocurioso.com/2015/12/02/suchitoto-y-la-tarde-que-le-patee-un-penal-a-neymar/
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Las excursiones fueron gentileza de la agencia www.salvadoreantours.com y el hospedaje en San Salvador cortesía del Hotel Plaza Antigua, excelentemente ubicado en la Comuna Escalón, a media cuadra del Centro Comercial Galerías, una zona tranquila y segura en la capital salvadoreña.
Magdalena se dio vuelta, guardó su celular en el bolsillo y con una sonrisa nos dijo que teníamos la autorización correspondiente. El problema es que puede subir uno solo. Entonces decidimos que subiría yo a ver Suchitoto desde las “alturas santas”. Escuche mi hijo, vaya con cuidado que arribita no hay barandas ni nada y la entrada está bien prohibida para todos, pero… hoy el párroco andaba de buen humor. Volví a la sacristía donde me estaba esperando Don Alfredo con las llaves en la mano. ¿Está seguro que quiere subir al campanario?
Cuando le dije que si, no tenía la más mínima idea con lo que me iba a encontrar. Subí por una escalera de cemento despintada, llena de caca de palomas y con poca luz. Al final había una tapa pesada de hierro. La empujé con fuerza, subí dos escalones más y de pronto me encontré en un espacio tan pequeño que apenas me podía mover. Efectivamente no había ni una sola baranda, nada de donde agarrarse para pasar por un precipicio angosto hasta el campanario principal. Tomé aire, mucho coraje y caminé por la cornisa. Eran unos pocos metros pero a mitad del camino entré en dudas de la locura que estaba haciendo. No tenía espacio para girar, mover los pies y regresar. La única alternativa era avanzar (contra mi voluntad). Intenté no mirar hacia abajo para no marearme, pero mi maldita curiosidad pudo más. Todo se veía chiquito, lejano e increíblemente hermoso. Le recé algo que ni me acuerdo a la tal Santa Lucía, como así se llama la iglesia y con un poco de taquicardia llegué al campanario principal. Saqué la cámara de fotos y cuando me levanté, mi cabeza dio de lleno contra el borde de la campana. Tan fuerte que hasta sonó un poco y me abrí la frente. No podía creer lo torpe que había sido estando en un lugar donde apenas entraba sentado y no tenía ninguna contención a los costados.
Suchitoto se veía tan linda desde ahí que fue imposible cumplir con mi palabra de sacar una sola foto. Disparé hacia los tejados, hacia la plaza, hacia las montañas, hacia el lago Suchitlán. Volví a la oficina parroquial para agradecerles y confirmarles que (por muy poco) no me había caído. Me daba tanta vergüenza mostrar la frente accidentada, que me puse la gorra para el sol. Ayer Magdalena recibió las fotos que le envié por mail y les gustaron tanto que las usarán para sus folletos de catequesis. Bueno, al menos el cabezazo al campanario tendrá una buena utilidad. Valió la pena arriesgar!
Vendo y leo al mismo tiempo: José Luis está a la sombra. Son apenas las 10 de la mañana de un martes en la tranquila placita de Suchi (el toto no lo pongo más porque los locales casi no lo dicen). ¿A cuánto la limonda?, le pregunto. Responde en automático, sin sacar la vista del diario y ver las últimas noticias del pueblo. La raspadita con dulce de mora a una cora (0,25 centavos de dólar) se la dejo. Con sal y jarabe de fresa a medio dólar. Ok, gracias, vengo en un rato. Mientras me fui a buscar otras fotos por las calles irregulares del casco histórico, José Luis no despegó un segundo la vista del diario. Supongo que debe haber vendido poco, porque cuando ya era de noche y las luces se estaban apagando todavía seguía ahí parado. Pero sin leer las noticias.
¿Es jugador de fútbol? Queremos una foto!!! Disculpe, ¿Qué significa pupusa loca? María nos dio la explicación detallada de todo lo que lleva esta tradicional comida que los salvadoreños y viajeros comen a cualquier hora del día. Entonces compramos una y nos sentamos a ser parte del ritual suchitense. Estar en un banco de la plaza y ver como transcurre la vida. Acá en Suchi todo es relajado, no hay bancos, no hay semáforos, hay pocos autos y poca gente. Todos hablan lento, sonríen y te saludan. Más tarde para romper nuestra propia monotonía decidimos caminar los 2 km que hay hasta el Puerto San Juan.
Miguel, un chico de unos 8 años nos había asegurado que no se paga entrada para acceder al muelle, pero según el policía que calzaba un rifle calibre 12 (lo que ya es común en todo El Salvador) la entrada de 1 dólar es obligatoria. Sin más remedio, pagamos y nos fuimos hasta donde están las ninfas acuáticas a ver el atardecer.
Mientras nos preguntábamos como es que los botes hacen para llegar hasta el otro lado del lago entre tantas plantas, aparecieron tres mujeres felices de ver a dos extranjeros. Cuando supieron que era de Argentina, instantáneamente dejaron sus carteras en el piso y se pusieron en pose. Una de ellas aseguró que está enamorada de todos los jugadores de fútbol y antes de que le dijera que apenas voy a la cancha a ver partidos ya nos habíamos hecho la memorable foto.
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Aviiiisa, aviiiisa!!! Repetía una y otra vez el ayudante del conductor. Pero sus palabras corrían tan rápido como el bus 129 con destino a Suchitoto. Si no fuera por nuestro compañero de asiento creíamos que decía: Besa, besa…!!
Viajar en ruta (acá a los buses se les dice así) es toda una experiencia, tal vez más intensa que moverse haciendo dedo. Cuando están llenos la gente entra por la puerta trasera y ya no importa si se paga o no el pasaje, la cuestión es subir como sea. De esta experiencia de viajar desde San Salvador al diminuto pueblo de Suchitoto, que queda a 48 km, llegamos a la conclusión que los salvadoreños son entre muchas cosas, súper hospitalarios, no se enojan aunque viajen apretados como chanchos, con calor y si alguien sube con un bolso y no hay lugar donde ubicarlo, los que están sentados se lo llevan. Al principio nos costó entender que nos quieran agarrar las mochilas de mano, pero después se convirtió en un ida y vuelta y terminamos con bolsas de frutas y carteras sobre nuestras rodillas.
Después de dos horas llegamos a Suchi, como le dice la mayoría y por momentos pensé que habíamos aterrizado en un ashram de la India. No había feria, no había música a todo volumen, no había desfile de reinas como en los pueblos de la Ruta de las Flores. Era la tarde de un lunes y eso marcaba la diferencia.
Levanté los ojos y ahí estaba Santa Lucía, blanca, enorme e impecable. Una iglesia colonial que fue construida en 1853 y acompaña a los pocos puestos de comida que hay en la plaza. Después de un rato largo de ver como se ponía el sol a sus espaldas, decidí caminar sin rumbo por las calles empedradas. Esta vez un poco más atento para no pisar ningún pozo y salir volando como me pasó en Concepción de Ataco (si querés leer esta historia podes entrar en este link:
https://unviajerocurioso.com/2015/11/30/la-ruta-de-las-flores-un-clasico-de-el-salvador/
Me detuve en una esquina. En realidad no había nada especial pero tenía la necesidad de observar con calma como se iban apagando las luces de este pueblo. El único ruido que se escuchaba era el de unos chicos jugando al fútbol. La pelota pegó en el palo y rodó hasta mis pies. Ey, Don, ¿Quiere venir a jugar con nosotros? Nos falta un jugador, gritó un chico de unos 9 años desde lo lejos. Me moría de ganas de aceptar el desafío pero a cambio de sumarme al partido le propuse tirarle unos penales. Rápidamente, el que parecía ser el jefecito del grupo, tomó la pelota la ubicó donde quiso y se puse de arquero. Guardé la cámara y antes de patear le pregunté: ¿Cómo te llamás? Soy Neymar! Todos sus compañeros comenzaron a reírse. Entonces me vi niño otra vez y me encontré con esa inocencia que uno tiene cuando tiene esa edad y se pone nombre de ídolos como para estar de alguna manera más cerca de ellos. Tomé carrera (mejor dicho caminé entre los adoquines irregulares) y patee con la zurda tirándola bastante lejos de mi objetivo. Después vino la foto obligada con Neymar y todo su equipo. Nadie quiso quedarse afuera cuando se enteraron que era de Argentina. Alguien gritó que estaba la cena lista y todos salieron corriendo. Volví al hotel en completa soledad cuando los chuchos aguacateros (perros en busca de comida) también habían desaparecido.
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El hospedaje en Suchitoto fue cortesía de Los Almendros de San Lorenzo. Este increíble hotel es como un oasis en el mundo. Ideal para descansar y degustar muy buena comida. Su dueño, Pascal es un francés que hace 12 años vive en El Salvador y sabe muchísimo sobre el país. Hasta la reina Letizia de España se alojó aquí. Muy recomendado! Esta es su web: losalmendrosdesanlorenzo.com
Rita subió al bus 205 y se sentó a nuestro lado. Como todo salvadoreño que te mira a los ojos, antes que saludarte, te regala una sonrisa y ahí, comenzar a conversar, se hace inevitable. Que lindo… están de luna de miel! Y, ¿Por qué eligieron empezar por acá? En realidad decidimos El Salvador porque era un destino en el que nunca habíamos estado. Ante esa respuesta todos parecen conformarse, aunque en realidad podría haber sido Nicaragua o Venezuela (y a decir verdad, si viajara solo ya estaría en Burkina Faso, Camerún o Ghana, pero eso queda entre nosotros).
Rita tiene piel morena, ojos negros como si fueran café y unas caderas bastante generosas lo cual nos dificulta entrar con comodidad en el asiento. Es para dos, pero vamos los tres. Si no fuera porque el chofer gritó que habíamos llegado a Concepción de Atacao seguíamos viaje con ella. En el corto trayecto supimos que trabaja para el alcalde de Tacuba, tiene dos hijos, que ambos viven en USA y todos los días se despierta a las 6 am para ir a su trabajo que mucho no le gusta. El resto del viaje nos indicó donde estaban los miradores, el volcán Izalco y que esas sierras que se veían a lo lejos, según ella, era la Cordillera de los Andes.
El clima cambió por completo. Es que Ataco está a 1.200 metros y rápidamente cambiamos remerita corta por un abrigo a pesar de que estaba el sol de la tarde.
Si hay algo que no pude lograr todavía mientras viajo, es mirar el mapa del celular y caminar (como corresponde) a la vez. Así fue como pisé un pozo que había en el empedrado irregular mientras intentaba ubicar al hotel. Salí volando con mucha menos gracia que en la película de Matrix. Quedé totalmente desparramado con una mochila en la espalda y la otra (la de la compu y cámara) en el pecho, sin poder moverme. Me acababa de doblar el tobillo y lo primero que pensé fue: ¡Que no sea nada grave que recién empezamos el viaje! El dueño de un bar salió rápidamente a levantarme mientras una anciana fue a buscar una pomada llamada “Ice” (de esas que te curan desde el reuma, artrosis, dolor de cabeza y hasta un empacho). Unos metros más adelante, Lucila trataba de entender que hacía tirado en el piso en el medio de la calle. Era tanto el dolor que tenía que apenas podía hablar para decirle que me había caído.
Dejamos la mochila en el hotel y tal vez espantados por la música a todo volumen que venía debajo de una carpa tipo circo decidimos ir a visitar el cercano pueblo de Apaneca. Tal vez fue intuición o un golpe de suerte. Pero ni bien llegamos nos cruzamos con una colorida y animada procesión que festejaba el Patrocinio de San Andrés. En primera fila iba el cura, que cada tanto se distraía enviando mensajes por su celular y atrás lo seguían unas 200 personas, que son todos los habitantes que tiene este pueblo. En la esquina enfrentada a la iglesia se escucharon trompetas y las reinas con sus carretas entraron en escena. Todos miraban, aplaudían y sacaban fotos como si fueran celebridades de Hollywood. Desde la plaza principal, en realidad la única que hay, el perfume de las pupusas, riguas y tamales nos distrajo de semejante festejo y nos dejamos tentar por algunas de estas típicas comidas de la región. A nuestro lado estaba Fátima, que orgullosa de haber participado de la procesión, no paraba de bailar con su hermana. Llevaba un vestido color naranja y cuando le pedí una foto a su mamá no dudó un instante en posar.
Volvimos a Ataco a la tardecita. Para cuando eran las 2 de la madrugada y la música seguía a todo volumen, nos dimos cuenta que esto era para largo. Nunca supimos si nos quedamos dormidos del cansancio o porque finalmente el parlante estalló de tanta potencia que le dieron.
Al día siguiente nos propusimos visitar los tres pueblos que nos quedaban: Juayúa, Salcoatitán y Nahuizalco. Dicen que cada uno tiene su particularidad. El primero unas cascadas pintorescas, el segundo se destaca por su gastronomía y el tercero por sus artesanías en mimbre. Pero a decir verdad después de visitar dos o tres todo se resume a: la iglesia colonial, la plaza principal con los puestos de comidas, murales coloridos, calles adoquinadas, algún que otro mirador y si la suerte te acompaña música a un volumen normal. Que eso ya es pedir mucho en El Salvador.
La ruta de las Flores es un paseo clásico para los salvadoreños que quieren escapar del calor y del caos de la capital los fines de semana. Por suerte, o al menos a fines de noviembre, casi no hay turistas en esta zona y recorrer los pueblos que hay entre Sonsonate hasta Ataco con los locales es lo mejor que te puede pasar.
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Salimos del aeropuerto y el calor sofocante fue como una trompada. Habíamos llegado a El Salvador, destino que ambos habíamos elegido para nuestro recorrido de luna de miel. Ah, pará, no se si todavía te conté que me acabo de casar, sí!! Y este viaje forma parte de este divertido desafío de viajar ahora de a 2. Algo así como: 1 luna de miel, 2 bloggers y 8 destinos por conocer (desde El Salvador hasta Bolivia)
Muchas cosas nos sorprendieron de San Salvador, un país que la mayoría recuerda tal vez por sus años de guerra civil, pero eso terminó en 1992 y otros son los motivos para poner a este destino en el lugar que corresponde. En primer lugar si hay algo que destaca a este país de Centroamérica es la calidez de su gente, la sonrisa pegada en la cara y sus ganas de conversar aunque sea en la parada de un colectivo en plena capital.
En tan solo 24 horas nos pasó de todo. Viajamos en un bus urbano con la música tan fuerte que era imposible conversar, inclusive había que gritarnos al oído cuando queríamos decirnos algo. Más tarde, por esas cosas de la vida, una amiga de Lucila conocía a un fotógrafo local que a su vez conocía al editor de uno de los diarios más importantes del país y de casualidad es un argentino que años atrás trabajaba en El Gráfico. Sin darnos cuenta a la tarde estábamos conversando en su oficina y a la noche en su casa con un grupo numeroso de argentinos. Algunos viven en República Dominicana, otros están de paso por un tiempo y otros vienen a surfear las grandes olas del Pacífico. Pero si hay algo que no pensaba era comer milanesas y panqueques de dulce de leche a pocas horas de haber llegado. Rapidamente supimos que pupusa es uno de los platos tradicionales, algo así como las arepas de Colombia, y de a poco se convierten en una adicción. Frases como “regálame unos minutos”, “a la orden”, “dos coras un CD” o “que chiva su foto Sr.” van siendo parte de nuestra cotidianeidad.
Pero los más extraño sucedió a las 5.46 de nuestra primer noche cuando la cama se empezó a sacudir con violencia. Tal vez porque estábamos demasiados cansados no nos dimos cuenta de lo que estaba pasando. Fue a la mañana conversando con Cecilia quien nos abrió las puertas del Hotel del Escalón Morrison para hospedarnos unos días quien nos dijo que había habido un fuerte sismo que sacudió a todo el país. Ninguno de los dos había estado en una situación similar y la verdad que fue increíble sentir de cerca lo frágiles que somos ante la naturaleza. De a poco le vamos tomando el ritmo a El Salvador, un país que mira de reojo constante a USA. Y se nota no solo porque la moneda oficial sea el dólar, la gente use muchas remeras con la bandera de yankilandia, coma en Wendys, Mc Donald o Pizza Hut sino porque las estadísticas marcan que en Estados Unidos viven unos 2 millones de salvadoreños! Algunos llegaron allá escapando de la guerra y por supuesto, nunca más regresaron.
Ahora nos escapamos de los calores de la capital y salimos a recorrer la famosa Ruta de las Flores, donde las pinturas, graffitis, calles empedradas y una temperatura mucho más fresca pareciera ser el lugar ideal para continuar con el viaje. Pero eso seguramente será pare del próximo post donde les compartiré el día que me tropecé y terminé totalmente desparramado por el piso ante la mirada curiosa de todos los locales de Concepción de Atajo. Y ahí aprendí lo que ellos llaman “sobar”
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