Los 9 mejores lugares para visitar en Colombia, Perú y Bolivia según mi criterio son:
En el libro UN VIAJERO CURIOSO vas a encontrar relatos en primera persona de los viajes que fui haciendo por Asia, Medio Oriente, África, América Latina y anécdotas de Europa durante 20 años. Con la compra de tu ejemplar sos un nuevo cómplice de mis vueltas por el mundo. Enviá un mensaje a [email protected] para tener tu ejemplar. Hay envíos a todo el MUNDO! Pincha en la foto para más INFO.
Pero hablemos primero de ese barrio lleno de graffitis, vida bohemia y hostels. Durante el día es interesante descubrir sus casas coloniales, algunas calles adoquinadas y la plazoleta el Chorro de Quevedo (donde se fundó Bogotá en 1538. Exactamente está en la calle 13 con carrera 2) y probar algún plato típico. Pero por la noche, el ambiente se llena de trovadores, músicos y claro, un par de borrachos.
Desde ahí, a unos 400 metros se encuentra el restaurante La Puerta Falsa (ubicada en la calle 11 entre carreras 6a. y 7a) quienes aseguran es el más antiguo de la ciudad. Vale la pena almorzar un buen ajiaco (sopa con pollo, papa y maíz, con un jugo de lulo, una fruta típica del país). Cuenta la historia que el mismo Carlos Lleras Restrepo (presidente colombiano entre 1966-1970) iba ahí a tomar su aguapanela con queso y almojábanas, un dulce típico).
Bajando por la misma calle se ubica la enorme plaza Bolívar. Rodeada por la Catedral Primada, el Palacio de Justicia y el Capitolio es común ver vendedores de frutas y cientos de palomas. Cuando te digo que es grande la plaza imaginate que entran más de 55.000 personas!
Si te cansaste de sacar fotos ahí, podes avanzar unos 200 metros hasta el Museo Fernando Botero (que cierra los martes y se ubica en laCalle 11 No. 4-41). Este pequeño museo tiene dos cosas interesantes. La primera que es gratuito y la segunda es que además de ver obrás de este artista colombiano se pueden apreciar pinturas de Dalí, Picasso o Renoir entre otros. Horarios: Lunes a sábado 9:00 a.m. a 7:00 p.m. Último ingreso a las 6:30 p.m. Avanzando calle arriba está el Centro Cultural García Márquez donde suelen haber buenas exposiciones de fotografía.
Si todavía tenes ganas de caminar, podes recorrer 1 km (en dirección a la Plaza de los Periodistas) y llegar hasta el metro teleférico o funicular. Ambos llegan hasta el Cerro Monserrate y es ahí donde se tiene una vista increíble de Bogotá. Muchos aseguran que desde lo alto se puede ver un 70% de la capital. El recorrido va desde 2.692 metros sobre el nivel del mar hasta 3.152, cubriendo una distancia de 880 metros, que se realiza en 7 minutos.
Cuando regreses podes darte una vuelta por el Café Pasaje, muy cerca del Hotel Continental, donde se sirven uno de los mejores tintos o pericos (café o cortado). Queda en la Carrera 6 con Calle 14. Claro que ya nadie viste sombrero y gabardina como en los años 40, pero sus 70 años de permanencia es todo un logro.
En general estas atracciones se pueden recorrer perfectamente en dos o tres días. Si tenes ganas de conocer la otra cara de Bogotá entonces tendrás que tomarte un bus hacia la Zona Rosa, también llamada Zona T, donde hay negocios de ropa de marca, shoppings, pubs y bastante vida nocturna. Está en entre las calles 79 y 85 y las carreras 11 y 15.
Desde el centro son unos 12 km. Si queres regresar a La Candelaria, un taxi es bastante económico y debería costarte unos 10.000 pesos colombianos (3 dólares).
Info útil: En febrero de 2016 el cambio era 1 USD= 3.080 pesos colombianos. En Medellín y Bogotá encontramos el mejor cambio (a 3.120) y en el resto del país, en general estaba a 3.000.
Si queres utilizar el sistema de bus Transmilenio tenes que comprar una tarjeta electrónica y recargarla con el valor que desees, pero la verdad que moverse caminando es lo mejor, o en taxi, que es muy barato.
Cuando estuve la primera vez, me hospedé en el barrio de Teusaquillo (a unos 15 minutos a pie de La Candelaria) haciendo Couchsurfing, algo muy difundido en Bogotá. Es una buena opción para salir a recorrer la ciudad con un local. Seguramente te llevará a probar buenos jugos naturales y comida típica.
Para viajar a Salento desde Bogotá (donde se encuentra el Valle de Cocora con sus famosas palmas de cera de 60 mts) o hacia el sur, hacia el Desierto de La Tatacoa, tenes que acercarte hasta la Terminal Salitre. A Salento hay 295 km y si queres ir al desierto no dejes de leer el post ya publicado ingresando aquí.
Si tenes algún consejo que pueda sumar a otros viajeros no dejes de comentarlo. Gracias!
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Creo que se puede cruzar el río en bote y desde ahí llegar a Villavieja, nos dijo Francesco, uno de los dos italianos que se sentó a nuestro lado ni bien dejamos Bogotá. La idea era llegar al desierto de la Tatacoa, la segunda zona más árida de Colombia después de La Guajira. Confiamos en su recomendación y así evitarnos viajar 80 km (ida y vuelta) hasta Neiva y luego retroceder hasta Villavieja por ruta.
Ni bien nos bajamos en Aipe el viento caluroso y húmedo nos recibió sin remordimientos. Habíamos viajado unos 270 km desde la capital tardando unas 6 horas cuando todavía había esperanzas de tomar el último bote a orillas del río Magdalena. Después de caminar una media hora atravesando corrales con vacas y bueyes llegamos al río sin noticias de bote alguno.
Cuando habían pasado unos 20 minutos comenzamos a oír el ruido de un motor. Detrás de un pequeña isla de arena se asomó la punta del bote y a todos se nos dibujó una sonrisa en el rostro. Por las dudas empezamos a mover los brazos para que nos vieran.
¿Van a Villavieja? nos preguntó un moreno de piel curtida por el sol. Suban, son 3.000 pesos cada uno (1 dólar). Gracias a Franceso que tenía teléfono con chip local logramos contactar a un taxi compartido para que nos esperara del otro lado del río. La sincronización fue perfecta y ni bien llegamos Abelardo estaba más presente que novio en el día de los enamorados. Me parecía extraño que un par de horas antes estábamos en Bogotá, con frío, con cientos de museos por visitar, grandes negocios y avenidas y ahora el paisaje era totalmente desértico.
Todo lo que había leído de La Tatacoa ubicado en departamento del Hila, es que había un mirador llamado El Cuzco, un observatorio y los famosos laberintos color ocre con formaciones similares a Marte. Dejamos las mochilas en una de las pocas cabañas que hay desparramadas por ahí y salimos a disfrutar de los últimos minutos del atardecer. Eran poco más de las 6 de la tarde y no corría una sola gota de viento. El aire era húmedo y con la garganta seca supimos que tendríamos una noche complicada.
Decidimos dejar abiertas las ventanas y la puerta de la cabaña con la esperanza de recibir un poco de brisa, pero a diferencia de otros desiertos como el de Atacama (en Chile) donde la temperatura desciende bajo cero, acá el calor era constante.
Pusimos el despertador a las 5.30 am por dos razones. La primera era ver el amanecer y la segunda y más importante, recorrer parte del desierto sin tanto calor. Un cielo bastante nublado impidió ver la salida del sol como esperaba pero al menos el calor no iba a sentirse tan duro.
En medio de la penumbra caminé solo (los demás se habían quedado durmiendo) por una parte de sus 330 km cuadrados. Llegué hasta el mirador El Cuzco y desde ahí una escalera natural descendía hacia formaciones extrañas. Por momentos creí estar en las páginas del libro El Principito, cuando el piloto se pierde en el Sahara y la soledad es total. Unos rayos de luz aparecieron detrás de La Catedral, una formación extraña que sirve para entender que tan alto era el suelo antes de la erosión y decidí caminar hasta ahí. A su lado había un enorme cactus verde y fue ahí donde entendí que estaba en un bosque seco tropical más que un desierto.
Caminando por esos laberintos ocres de unos 25 metros de altura, solo tenía algo en mente: estar atento de no cruzarme con la visita inesperada de alguna serpiente cascabel. Decidí guardar las zapatillas y caminar descalzo. Tenía la necesidad de pisar ese suelo arcilloso y ensuciarme los pies de polvo, algo muy distinto de lo que el Período Terciario ofrecía cuando todo era un jardín con miles de flores y árboles.
Después de dar vueltas sin rumbo fijo por más de dos horas quise volver al mirador principal. El sol pegaba sin piedad a pesar de ser las 7.30 de la mañana. Claro que encontrar la salida no fue fácil. Intenté desandar el camino pero no lo encontré. Entonces decidí relajarme y guiarme por la intuición. Fue así como llegué a una zona un poco más abierta y con más cactus. Desde ahí pude ver un cartel despintado escrito sobre una madera: “se vende jugo de caña”. Supuse que habría alguna cabaña o despensa y seguí el sendero. Sin buscarlo llegué a la parte trasera de donde estaba hospedado. Pronto me crucé con las cabras balando con energía como esperando ser liberadas de su pequeño corral. Ellas, junto a gallos que cacarearon a horas inesperadas, habían sido los responsables de una noche con sueños cruzados.
A esa altura de la mañana el cielo se nubló un poco y pude sentirlo como un milagro para respirar mejor ante tanto calor. Una vez escuché decir que los viajes se recuerdan más que nada por los encuentros con la gente, por las charlas con desconocidos y coincido totalmente. Pero también debo reconocer que caminar por lugares extraños, a horas extrañas no son hechos que sucedan a diario. Caminar por el desierto de la Tatacoa para mi fue como pisar Marte. Y estoy seguro de que el día que esté en Buenos Aires mirando los edificios desde la ventana de casa podré comprender mejor en donde estuve.
¿Querés visitar este lugar?
Acá te comparto toda la info para que puedas llegar sin problemas. El bus desde Bogotá sale desde la Terminal Salitre ubicada a unos 9 km del centro. La mejor empresa sin lugar a dudas es Expreso Bolivariano (tiene butacas cómodas, baño y Wifi que anduvo perfecto). En febrero de 2016 el viaje de ida costaba 29.000 pesos (unos 9,5 dólares) hasta Neiva. Pero para evitar ir hasta esa ciudad y alejarte 40 km (de ida y de vuelta) existe una opción mucho más aventurera.
Decile al conductor que te deje en el pueblito de Aipe. Ahí tomás un taxi compartido o unas motos que te llevan hasta la orilla del Río Magdalena. Ojo, el taxi llega hasta el puente nada más y desde ahí son unos 30 minutos de caminata. Supuestamente las motos hacen todo el recorrido. Los botes van y vienen con regularidad entre Villavieja y Aipe y el último en cruzar hasta la localidad de Villavieja sale a las 18 hs. Por las dudas estén antes.
Ni bien te subas al bote pedile al conductor que llame a un vehículo para que te espere del otro lado. De esta manera te vas a evitar caminar con calor intenso por este pueblo desolado en busca de un transporte. El taxi compartido hasta el desierto de la Tatacoa cobra 20.000 pesos colombianos (aprox 7 dólares) que compartido entre 4 es muy barato.
¿Qué conviene visitar?
El punto clave es el Mirador del Cuzco. Ahí están las mejores vistas del desierto además del observatorio, algunos restaurantes para comer y las opciones de hospedaje que puede ser en carpa o en cabañas. No es que no me guste la aventura pero en este caso dormir en carpa realmente puede convertirse en uno de los peores momentos de tu vida. El calor que llega del sol cuando el día está despejado es demoledor. Dormir en una cabaña tiene la ventaja de tener una ducha y un poco de agua después de la caminata va a ser como volver a nacer. El día que hice el recorrido regresé a las 8 am y lo primero que hice fue ponerme bajo la ducha totalmente vestido. Después de 10 minutos estaba completamente seco!!! Si por alguna razón perdiste el último bote para cruzar el río, en Villavieja también hay opciones para dormir.
¿Dónde comer en el desierto?
Todas las cabañas ofrecen comidas pero al lado del observatorio hay un bar que sirven muy buenos jugos de lulo y comidas sencillas por muy poca plata. También sirven desayunos (huevos revueltos, tostones, café).
El observatorio:
Todas las noches a la 19 hs hay charlas para divulgar el trabajo científico. También se instruye sobre las constelaciones, las principales estrellas, la evolución estelar y como nacen y mueren las estrellas. Si el cielo está despejado se podrán tener unas increíbles vistas con sus telescopios. Lamentablemente nosotros tuvimos una noche casi cubierta por nubes, pero así y todo el desierto con luna llena fue mágico.
Lluvia de estrellas: Varía año a año, pero para el 2016, entre el 4 y 5 de mayo habrá lo que se denomina lluvia de estrellas. Con ese título te imaginarás bien la razón. Eso sí, dicen que en esa época llegan miles de turistas curiosos por ver ese cielo, así que lo mejor es reservar un lugar o llevar tu propia carpa. El costo de la entrada a la charla es de unos 5.000 pesos colombianos (menos de 2 dólares). Cualquier otra info que creas sea útil para otros viajeros compartila por favor en los comentarios al final del post. Gracias y buenas rutas!
Consejo: Algunos turistas nos contaron que hicieron el tour guiado por unas 3 o 4 horas visitando otros lugares como las zona de las piletas y la zona gris del desierto. Dicen que no vale la pena. El costo en febrero de 2016 era de 40.000 por persona (unos 13 dólares).
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El viaje transcurre tranquilo durante los primeros minutos pero a medida que nos internamos en el Mar Caribe la lancha empieza a dar saltos. De a poco nos empezamos a mojar con la espuma de las olas y llegamos a bahía concha empapados. Ni bien descendemos me hago amigo de unos colombianos y una chica argentina. Uno de ellos es famoso en el pueblo ya que se dedica al arte del tatoo, su amigo da clases de circo en Bogotá y la chica argentina, que hace varios meses recorre Sudamérica, da shows de malabares y acrobacia. Cada uno ofrece sus víveres y compartimos un almuerzo informal. Nadamos en las aguas turquesas y tranquilas durante todo el día. Tomamos sol y leemos relajados bajo la sombra de unas palmeras. Llegada la tarde, mientras terminamos una partida de truco, la lancha nos recoge nuevamente.
Por la noche me dedico a recorrer los puestos de artesanías y a comer en uno de los tantos bares una deliciosa trucha al limón. Al día siguiente reorganizo mi pequeña mochila y tomo un bus para llegar hasta la entrada del Parque Tayrona. Después de pagar el ticket inicio, junto a varios mochileros, un mini treking de dos horas hasta llegar al camping Los Arrecifes. Rodeados de altas palmeras me instalo en la carpa ya armada que ofrece el lugar. Todo el camping goza de una gran tranquilidad ya que estamos en temporada baja. Repongo energías con unos jugos naturales de mango y mora en el único restaurante del camping y salgo a conocer unas de las tantas playas del parque llamada la piscina. Sin olas y con una temperatura ideal me doy un buen baño. Desde el agua se puede apreciar la exuberante vegetación colmada de palmeras, rodeadas de enormes rocas. En los días siguientes me dedico a hacer caminatas hasta las distintas playas, en especial las que se encuentra en el cabo San Juan de Guía, por lejos, las mejores. Hace tres días que estoy en el parque y aún sigo sorprendido por la belleza de este lugar.
Un lugar en el mundo
El calendario marca la partida hacia Cartagena. Llegar a esta ciudad es transportarse en el tiempo. Su casco viejo rodeado por sus trece kilómetros de muros coloniales me dejan boquiabierto. Se que esta ciudad, declarada patrimonio mundial por la Unesco, es para vivirla tranquila y relajadamente. La dueña del hotel, una enamorada de su ciudad, me comenta que sus muros fueron construidos a finales del siglo XVI tras el ataque de Francis Drake. El proyecto tardó dos siglos en completarse y fue terminado en 1796, casi 25 años antes de la expulsión de los españoles. El primer día me pierdo mientras recorro los barrios históricos de El Centro y San Diego. De a poco voy descubriendo los íconos de la ciudad: la puerta del reloj, la plaza de los carruajes, la plaza de la aduana o el monumento a la india Catalina la cual es un homenaje a los caribes, grupo étnico que habitó estas tierras antes de la conquista española.
Mientras admiro los detalles arquitectónicos saboreo unas ricas arepas de huevo, una masa de maíz frito con huevo dentro, y unos jugos de piña y fresa. Pero Cartagena no es sólo conocida por su impactante arquitectura. A muy corta distancia se encuentra la maravillosa playa Blanca, un destino irresistible. Con la experiencia de los saltos en lancha opto llegar por tierra. Si bien no hay agua caliente ni energía eléctrica decido pasar varios días en esta paradisiaca playa de aguas cristalinas entre colores turquesas y verde esmeralda. Sigo mi instinto aventurero y por las mañanas, practico snorkeling, por la tarde un poco de sol y jet ski. Los días de sol me atrapan y la semana que paso a los pies del Caribe, por suerte se hacen eternos.
Estoy nuevamente en Bogotá mi punto de regreso. Atrás, quedan los magníficos paisajes, la eterna amabilidad colombiana, las caminatas por senderos selváticos, las playas con aguas turquesa y unos jugos naturales que aun saboreo en el paladar. Es inevitable recordar el lema publicitario. “Colombia, el único riesgo, es que te quieras quedar!”
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