La Paz, Bolivia

Cae lentamente la noche en la ciudad de La Paz. Vista panorámica desde El Alto

La primera imagen que tuve de La Paz fue fugaz, casi fantasmal. Había llegado en avión, de noche, con mucho cansancio y la altitud me pegó tan fuerte que al día siguiente dormí 15 horas seguidas.

Pero como siempre hay otra oportunidad esta vez no la desaproveché. Venía adaptado por Cusco, por los 4.000 metros de la Isla del Sol en el Lago Titicaca y ahora sentía que era el momento de disfrutar una ciudad donde la mayoría de los viajeros solo se queden un par de horas, o lo mínimo como para huir a Copacabana, el siguiente punto importante si viajás hacia el norte del continente.

Estando cinco días descubrí un montón de cosas interesantes. Me encontré con el sabor de las jawitas recién horneadas al mediodía (una especie de empanadas con queso), con un teleférico recién estrenado que te lleva hasta el borde de las nubes, con cholas usando polleras multicolores, con adolescentes reunidos en la fuente del Prado. También me encontré con amigable Plaza Mayor, la iglesia San Francisco y sus mercado de Brujas lleno de artesanías y graffitis.

Un día la curiosidad me llevó al piso 16 del Hotel Presidente y desde ahí descubrí dos cosas más, bah en realidad tres. La primera fue ver a La Paz desde otro ángulo, no tal alto y lejano como los del teleférico, sino algo más íntimo. Después pude descubrir el Illimani con nieve (creo que el día despejado ayudó mucho para llevarme una buena impresión de él). Por último, descubrí que en el piso 17 hay una plataforma para hacer Urban Rush, una disciplina para saltar, atado a una soga hacia el vacío. Entonces descubrí que no le tengo miedo a las alturas, me gusta la adrenalina y probar nuevos desafíos. Me tiré!

Cuando uno recorre una ciudad debe hacerlo en todos los planos. Me refiero a caminar por su centro caóticos, por el barrio residencial, desde una terraza alta, desde un pueblo cercano y volver a la ciudad. Es ahí donde se aprecian los contrastes. También caminarla, usar el transporte público, conversar con los taxistas, el vendedor de diarios o el empresario que sale de hacer un trámite en el banco. De esa manera es cuando podemos entender el ritmo de una ciudad a la que somos ajenos.

La Paz, Bolivia

De día también la ciudad se viste de color naranja!

Pero a pesar de haber hecho todo esto había una pregunta que todavía no tenía respuesta, casi como si fuera la última pieza de un enorme rompecabezas. ¿Por qué La Paz está vestida de anaranjado? ¿Por qué sus casas son en su mayoría de ladrillos con esa tonalidad? ¿Será por alguna tradición o diseño?

La primera vez que vi la ciudad supuse que era por falta de progreso económico, pero ahora, de regreso, esa posibilidad era evidentemente errónea. Con dos shoppings, tres líneas de teleféricos funcionando a la perfección y otras en construcción sabía que la cosa no iba por ahí.

Un día, casi por casualidad le pregunté a la guía de un tour en el Valle de La Luna:

¿Disculpe, le puedo hacer una consulta?

Si, afirmó con determinación.

¿Por qué en La Paz todas las casas son de ladrillos anaranjados?

Se acercó y en silencio sentenció: Eso no te lo puedo decir ahora, sino le sacó el trabajo a otros guías y nos multan.

Sinceramente me pareció un secreto sin necesidad pero opté por no insistir. Sabía que había una respuesta lógica, solo que había que encontrarla. Y fue el último día conversando con el recepcionista del hostel que encontré lo que buscaba. La Paz se viste de anaranjado desde hace años. No es porque quiere verse pobre, deslucida o poco coqueta. Simplemente las casas tienen esa terminación porque de esa manera pagan menos impuestos inmobiliarios.

Decidí “gastar” las últimas horas subiendo otra vez al teleférico. Pero esta vez fue al atardecer. Lentamente cuando es sol se escondía en el inmenso barrio de El Alto, las luces de la ciudad comenzaron a descubrirse. Unidas a la textura de las paredes cubrieron cada rincón, cada esquina, cada terraza. La Paz estaba vestida de naranja para siempre. Y ahora ya tenía la respuesta que buscaba.