Desde Bogotá tomo un bus nocturno hasta Santa Marta  ubicada al norte. Si bien los días de gloria de esta ciudad pasaron hace tiempo, hago base acá antes de conocer el Parque Nacional Natural Tayrona. Me refugio en el pueblo pesquero de Taganga ubicado a sólo unos minutos de la ciudad. Aunque su playa principal no es bonita se puede recorrer a pie los acantilados hasta llegar a playa grande, una de las principales, o bien tomar una lancha hasta la bella playa bahía concha. En un día de sol espléndido opto por la última opción.

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La belleza del Parque Nacional Tayrona desde el mirador

El viaje transcurre tranquilo durante los primeros minutos pero a medida que nos internamos en el Mar Caribe la lancha empieza a dar saltos. De a poco nos empezamos a mojar con la espuma de las olas y llegamos a bahía concha empapados. Ni bien descendemos me hago amigo de unos colombianos y una chica argentina. Uno de ellos es famoso en el pueblo ya que se dedica al arte del tatoo,  su amigo da clases de circo en Bogotá y la chica argentina, que hace varios meses recorre Sudamérica, da shows de malabares y acrobacia. Cada uno ofrece sus víveres y compartimos un almuerzo informal. Nadamos en las aguas turquesas y tranquilas durante todo el día. Tomamos sol y leemos relajados bajo la sombra de unas palmeras. Llegada la tarde, mientras terminamos una partida de truco, la lancha nos recoge nuevamente.

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Por las coloniales calles de Cartagena de Indias

Por la noche me dedico a recorrer los puestos de artesanías y a comer en uno de los tantos bares una deliciosa trucha al limón.  Al día siguiente reorganizo mi pequeña mochila y tomo un bus para llegar hasta la entrada del Parque Tayrona. Después de pagar el ticket  inicio, junto a varios mochileros, un mini treking de dos horas hasta llegar al camping Los Arrecifes. Rodeados de altas palmeras me instalo en la carpa ya armada que ofrece el lugar. Todo el camping goza de una gran tranquilidad ya que estamos en temporada baja. Repongo energías con unos jugos naturales de mango y mora en el único restaurante del camping y salgo a conocer unas de las tantas playas del parque llamada la piscina. Sin olas y con una temperatura ideal me doy un buen baño. Desde el agua se puede apreciar la exuberante vegetación colmada de palmeras, rodeadas de enormes rocas. En los días siguientes me dedico a hacer caminatas hasta las distintas playas, en especial las que se encuentra en el cabo San Juan de Guía, por lejos, las mejores.  Hace tres días que estoy en el parque y aún sigo sorprendido por la belleza de este lugar.

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Una de las primeras playas (La Piscina), al llegar al camping Arrecifes en el Parque Tayrona

 Un lugar en el mundo

El calendario marca la partida hacia Cartagena. Llegar a esta ciudad es transportarse en el tiempo. Su casco viejo rodeado por sus trece kilómetros de muros coloniales me dejan boquiabierto. Se que esta ciudad, declarada patrimonio mundial por la Unesco, es para vivirla tranquila y relajadamente. La dueña del hotel, una enamorada de su ciudad, me comenta que sus muros fueron construidos a finales del siglo XVI tras el ataque de Francis Drake. El proyecto tardó dos siglos en completarse y fue terminado en 1796, casi 25 años antes de la expulsión de los españoles. El primer día me pierdo mientras recorro los barrios históricos de El Centro y San Diego. De a poco voy descubriendo los íconos de la ciudad: la puerta del reloj, la plaza de los carruajes, la plaza de la aduana o el monumento a la india Catalina la cual es un homenaje a los caribes, grupo étnico que habitó estas tierras antes de la conquista española.

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Un vendedor ofrece su mercadería en Playa Blanca

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Cae el sol en Santa Marta

Mientras admiro los detalles arquitectónicos saboreo unas ricas arepas de huevo, una masa de maíz frito con huevo dentro, y unos jugos de piña y fresa. Pero Cartagena no es sólo conocida por su impactante arquitectura. A muy corta distancia se encuentra la maravillosa playa Blanca, un destino irresistible. Con la experiencia de los saltos en lancha opto llegar por tierra. Si bien no hay agua caliente ni energía eléctrica decido pasar varios días en esta paradisiaca playa de aguas cristalinas entre colores turquesas y verde esmeralda. Sigo mi instinto aventurero y por las mañanas, practico snorkeling, por la tarde un poco de sol y jet ski. Los días de sol me atrapan y la semana que paso a los pies del Caribe, por suerte se hacen eternos.

Estoy nuevamente en Bogotá mi punto de regreso. Atrás, quedan los magníficos paisajes, la eterna amabilidad colombiana, las caminatas por senderos selváticos, las playas con aguas turquesa y unos jugos naturales que aun saboreo en el paladar. Es inevitable recordar el lema publicitario. “Colombia, el único riesgo, es que te quieras quedar!”

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Haciendo un treking por el P.N Tayrona