_MG_8937Estoy viajando hace unos meses por Asia y de alguna manera necesito que el recorrido y no solo me refiero ir de un pueblo a otro, sino al viaje en si mismo, tenga desafíos. Sí, ya se lo que estás pensando: ¿Para qué hacer dedo en una ruta solitaria, si el bus sale solo 2 dólares y te deja en un par de horas en destino? ¿Cuál es la razón para madrugar tantos días seguidos a las 6 de la mañana? ¿Por qué viajar a un lugar que ni siquiera figura en el mapa y no tiene nada para hacer? ¿Tomarte un tren que tarda 9 hs en recorrer 150 km? Y las preguntas podrían ser muchas de ese estilo, pero un viaje es mucho más que cruzar de un país a otro, ver las atracciones principales y comer algo distinto de donde venimos. Un viaje también son experiencias personales y saber o entender que nos pasa cuando las vivimos. Sentiste alguna vez el deseo de estar solo, sin ningún turista, inclusive sin los locales con quien intercambiar una simple frase. Eso era lo que necesitaba en los últimos días.

Sentía una cansancio enorme después de haber viajado durante días desde Myanmar hasta la frontera con Laos, haciendo dedo. Sin embargo la sensación de satisfacción por haberlo logrado era enorme. Un baño caliente, una cama decente, y hasta el sabor de un café con leche bastante digno, fueron unas de las mejores recompensas.

Previamente había detenido la marcha en la increíble ciudad de Sukothai. Allí donde los budas descansan desde el año 1238, me había tomado el atrevimiento de escabullirme entre algunas ruinas para editar fotos, escribir parte del libro y también dormir una siesta debajo de un árbol.

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Llegué a Chiang Khong, al norte de Tailandia acompañado por el calorcito de la tarde. Casi como un pueblo fantasma, nadie caminaba por la calle, ningún tuk-tuk ofrecía llevarme hasta el puente internacional para cruzar a Laos y ningún mozo agitaba su menú desde un bar para que fuera a comer. ¿Estaba realmente en el lugar correcto? ¿Estaba en la misma Tailandia de las playas, donde los turistas se emborrachan al compás de música electrónica? ¿Cuántas miradas pueden uno imaginar de un mismo país?

Me hospedé en el primer lugar que encontré y sin pedirlo desde la habitación tenía una magnífica vista del Río Mekong. Sí, aquel que había conocido hace doce años en Vietnam. Haría base acá por dos días esperando una entrevista para un radio que me harían desde Buenos Aires.

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Y esa espera fue magnífica, casi una de las cosas más lindas que experimenté en el viaje. Por primera vez estaba en serio solo pero no físicamente. Sino en mi interior. Tuve tiempo para pensar, reflexionar y repetir ese proceso una y mil veces. Pude casi como en una acto de meditación alejarme del Esteban viajero, fotógrafo, escritor, aventurero, ansioso, organizado, para entender que busco en este viaje, cuál sigue siendo la razón de haber dejado todo lo que tenía en Argentina, para estar hoy acá.

No recuerdo cuando tiempo estuve acostado en la cama con los ojos cerrados, pero calculo que fue bastante. Si no hubiera sido por el ladrido de un perro jugando con un niño, seguramente ese estado se hubiera prolongado. Chiang Khong, no tiene nada en especial que merezca la pena visitarlo. Es polvoriento, hay un par de hoteles y nada más que eso. Solo sirve como punto de partida para cruzar a Laos si uno viene viajando desde Tailandia. Pero fue justamente el lugar perfecto para no hacer nada, solo pensar y reflexionar.

Durante esos dos días casi no salí a la calle, no caminé ni saqué fotos (algo excepcional en mi cotidianeidad viajera), no hablé con la gente y apenas tuve ganas de saludar a los pocos que me crucé (algo también extraño en mi conducta). Pero así lo sentí, y así lo dejé fluir. A veces es necesario dejar que el estado de ánimo sea el que maneje las cosas para entendernos mejor.

_MG_8929Suena el despertador. Son las ocho de la mañana. Tomo la mochila y salgo a caminar por la calle hacia el puente internacional. Solo son diez kilómetros. Muchos viajeros acaban de llegar desde Chiang Rai y al igual que yo intentan cruzar a Laos para tomar el bote hasta Luang Prabang. Van apurados en un bus como si fuera el último día que abre la frontera. Sigo caminando mientras disfruto de un nuevo día que comienza y vuelvo a recordar las palabras del monje de Myanmar: “Ve despacio y vivirás más”.

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