Me encuentro en la estación de tren de Chengdu cuando una situación un poco particular me sucede. El hecho es que me muero de ganas de ir al baño. Busco por todos lados donde esta el cartel que indique mi salvación pero no lo encuentro por ningún lado. Dos mujeres de seguridad vigilan las mochilas que pasan por la maquina de rayos X. Les pregunto en ingles y no saben responderme. Lo digo en mandarín, pero me entienden menos. Desesperado recurro a lo gestual y me agacho en la posición anatómica correspondiente. Las chinas se tapan la boca con la mano mientras se mueren de risa. Subo las escaleras siguiendo su indicación. Estoy por comenzar uno de los recorridos más largos de mi viaje atravesando varias provincias durante cuarenta horas hasta llegar a la moderna Shanghai.
Me abastezco de comida en los puestos callejeros antes de subir. Cae la noche y el frío se siente intensamente incluso en la sala de espera. Rodeada de inmensos ventanales me siento como adentro de una pecera sin agua. No se si por ahorro o falta de criterio, pero no veo ni una sola estufa. A mi lado, una chica discute con su novio por teléfono mientras deja escapar alguna que otra lágrima. Un poco más lejos dos niños me miran hipnotizados. Un señor vestido con traje bastante desalineado ronca tan fuerte que me obliga a cambiarme de asiento. En esa espera advierto como chinos de todas las edades van y vienen con sus pequeños termos hacia el otro extremo de la sala. Cargan agua caliente y así sin prepararse ni un té la toman a solas.
Como esas corridas de toros que hay en España, cada vez que el cartel electrónico indica que se puede ir a la plataforma para subir al tren todos salen desesperados. Se que tengo un pasaje con numero de vagón y cama incluida, pero no logro entender el motivo de las corridas. Intento no preocuparme y solo espero a que aparezca el TS 334, mi número ganador! Un policía que pasa cerca mío me pide el pasaporte, solo por control. Como habla inglés le pregunto por los extraños episodios. Finalmente me entero que todos esos viajeros tienen ticket pero como viajan en vagones con asientos sin numerar el primero que llega se sienta y el que no, viajará en el piso o parado todo el recorrido. Alguna diferencia con los viajes por la India en clase económica con asientos de madera? Si, que acá no se puede viajar en los techos de los trenes. Quien haya viajado de Amristar a Nueva Delhi, en la categoría más económica sabe a que me refiero (17 horas parado sin poder moverme, mejor ni recordarlo!). Pero este, es otro viaje y al menos no tendré que salir a las apuradas ya que podré dormir en un colchón relativamente bueno.
El inicio del recorrido resulta muy placentero. Con mis compañeros de camarote corrijo mi pronunciación y aprendo nuevas frases como: cuánto cuesta?, como te llamas?, donde vivís?, que hora? es, etc. Durante las primeras horas me relajo en la cama. Tomo una taza de agua caliente al mejor estilo local y retomo “La guerra del futbol” de Kapusinksy. Cuando llega la noche saco mi pote de arroz con fideos secos, lo mezclo con un caldo caliente que compro en el bar comedor y tengo preparada la cena. Como algo de fruta, algunos dulces chinos de sabores inimaginables y preparo la cama. Intento conciliar el sueño y por suerte me quedo dormido al instante. Por la mañana los primeros rayos de luz que se filtran por una cortina mal cerrada impactan en mi cara y me despiertan. Tengo la sensación de haber soñado con generosidad. En mi primer sueño estaba arriba de una torre que crecía al compas de una música que aún no distingo. Sueños raros. También soñé con un pastor con un paraguas al costado de un rio. Y la lista de sueños sin sentidos sigue pero no es momento de relatos de ciencia ficción. Me pongo los borceguíes para ir al baño y por los parlantes anuncian una frase corta que termina en Shanghái. Llegué o es la próxima parada? Que buena noticia ya estamos arribando.
Me gustan los cambios y me nutren los contrastes. De estar caminando por un bosque mientras buscaba un buda estoy subido a un metro de última generación hacia mi hotel. Dos colegiales chinas ven mi cara de perdido cuando salgo de la estación y me acompañan hasta la dirección que busco. Al llegar al hostal pregunto si hay algún argentino registrado. El chico de la recepción busca en su computadora pero antes que me de una respuesta escucho una clara frase en español. Me asomo al hall y me encuentro con Matías, un argentino que juega al pool con un chileno que vive acá desde hace dos años. Que bueno!, poder tomar unos mates, hablar en español e intercambiar anécdotas viajeras. Me explicas, que hace un chileno viviendo en esta ciudad, le pregunto. Tomás, me cuenta que en realidad vino por un viaje de negocios. Como le fue bien, probó quedarse un tiempo mas y la estadía aún no tiene fecha de retorno. Repito mi ritual. Dejo la mochila, tomo mi cámara y salimos a caminar por las calles.
Comenzamos por el Bund, una seria de edificios antiguos, algunos de estilo neoyorquino de los años treinta. Muchos se fueron transformando en bares, restaurantes o galerías de arte. Digamos que es la parte más turística de la ciudad donde vendedores ambulantes acosan con un “Huanying Guanglin” (bienvenido!). Pero al otro lado del río Huangpu se encuentra la cara opuesta de la ciudad. Rascacielos modernos, oficinas de negocios y hoteles de lujo. Una zona que en tan solo veinte años pasó de ser tierras de cultivo a ser el corazón financiero de China. Se la conoce como Pudong. Una verdadera metamorfosis! Aprovechamos para subir literalmente hasta las puertas del cielo cuando ascendemos a la Torre Jinmao. Desde ahí la vista de la ciudad quita la respiración. El ascensor muestra en un visor que ya pasamos los cuatrocientos metros de altura y estamos por llegar al piso 88. Nos sentamos en un sillón y pedimos un café. Fotografiamos hacia cada punto cardinal mientras vamos reconociendo otros puntos importantes.
Es de noche y debo reconocer que no soy un gran salidor nocturno, lo mío, es el día. Pero no siempre se está en la metamorfosis de Shanghai. Entonces, regresamos al Bund para apreciar el show de luces y sonidos, un espectáculo que lleva más de cuarenta años.