Todos sabemos que viajar implica de una u otra forma tener distintas vivencias. ¿Quién no se entusiasma con solo saber que en cuestión de horas podemos estar en otra parte del mapa y caminar por las dunas del Sahara, nadar en las playas de Tailandia, explorar la selva en medio de ruinas mayas como en Tikal, Guatemala, subir hasta el piso 104 de un edificio en China, y tener vistas increíbles o ser testigos de un atardecer en los fiordos en Finlandia? La lista de atracciones es realmente infinita. Pero… alguna vez te pusiste a pensar en serio que historias se esconden detrás de una foto? Hoy escribo este post para compartirles dos realidades muy distintas que me marcaron viajando.

Afganistán: la primera historia transcurre en su capital, Kabul, destino de Asia Central que pocos viajeras se animan a explorar. El día que llegué había dejado de nevar, el cielo estaba más azul que nunca y el termómetro marcaba unos 20 grados bajo cero. Caminaba por su principal avenida, Chicken Street intentando descubrir ese nuevo mundo (para mí). Cada vez que sacaba las manos para capturar una foto los dedos se me congelaban a pesar de tener guantes. Burkas azules, verdes y blancos se mezclaban entre oraciones provenientes de una mezquita cercana. Mientras algunos chicos ayudaban a sus padres a sacar la nieve de los techos de sus casas, camionetas de Naciones Unidas hacían su control de rutina. El prime día me fui a dormir bastante cansado, cuando el sol se escondía detrás de las montañas del Valle del Hindu Kush. El griterío de unos chicos remontando barriletes me despertó temprano. Salí a recorrer, cámara en mano, calles desconocidas. Fue en una esquina donde encontré a un niño en plena soledad vendiendo papel higiénico en una cajita de plástico. Me acerqué para regalarle algunas galletitas e intenté saber porque estaba ahí solo pero mi poco dominio del persa me permitió conocer su nombre: Zemar, que en la traducción significa “León”.

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Zemar en las calles de Kabul

Estuve varias semanas en Afganistán recorriendo aldeas, barrios destruidos por la guerra y los talibanes, colaboré con una ONG de National Geographic como fotógrafo, caminé por un río congelado con mercados antiguos, y hasta me encontré con una pareja de argentinos viviendo acá desde hace tiempo. Todos los días, en la misma esquina, Zemar siguió luchando como un león contra temperaturas bajo cero tal vez para ganarse algunas monedas. Pasaron ocho años de aquel viaje y todavía recuerdo su rostro. Me resulta inevitable preguntarme cuál habría sido su destino.

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Perdido, entre este mar de gente está su historia

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Cultura afgana: casas de té al aire libre

Cuba: El empedrado de Trinidad es un fiel reflejo de los años que tienen esta ciudad. Precisamente datan del 1514, cuando fue fundada por la Corona Española. El amor de los especialistas por conservar su ambiente colonial la llevó a estar en la lista de las mejores preservadas de América y de la Unesco como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Desde su plaza principal turistas y locales se mezclan, cada uno buscando intereses diferentes. Es el mediodía de un lunes y entre tonalidades ocre que desparraman las fachadas de las casas los colores de la bandera de Cuba se multiplican por cada rincón. Son los chicos que acaban de salir de la escuela vestidos con pantalón azul, camisa blanca y el tradicional pañuelo rojo en el cuello. Aprovecho para sacar fotos y registrar un día más en la Isla. Algunos pasan indiferentes ante la cámara, otros se abrazan y ríen, los más tímidos se tapan la cara y los más pícaros quieren ver como salieron. Entre todos ellos aparece en escena Rudy, un niño de unos 10 años. De piel mate y sonrisa generosa se acerca a conversar. Nos sentamos en el viejo empedrado y me cuenta de su vida, de su familia, que es fanático del beisbol, le encanta andar en bicicleta y que los fines de semana va a la playa Ancón a nadar. Abre su mochila y me muestra orgulloso su cuaderno y las cosas que fue aprendiendo en los primeros meses de clases. Su ojos negros oscuros brillan de felicidad cuando lo felicito por sus buenas notas. Las campanadas de la catedral suenan con fuerza y Rudy sabe que debe regresar a su casa para almorzar. Se levanta con pereza, camina unos pasos y antes de despedirse pone la mano en su bolsillo. Extiende su brazo mientras me ofrece su tesoro: un trompo de madera que él mismo construyó con su padre. No me pareció correcto aceptarlo pero siempre recordaré su gesto.

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Rudy con su trompo de madera

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Trinidad donde vive Rudy

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Playa Ancón, a 12 km de Trinidad

Con los años empecé a comprender que la gente, es quien realmente hace el viaje. Las charlas compartidas, los silencios implícitos, las risas robadas, son parte del viaje. Muchos tendrán pasados difíciles o futuros inciertos, otros, presentes felices, sin embargo son los niños, más allá de sus realidades que les toca vivir quienes se muestran tal como son.

Te podría contar muchas más historias. Tal vez la de la niña que recolectaba frutas en Uganda y quería ser maestra, la del chico que me encontré en los Andes ecuatorianos cuidando ovejas, la de Fátima, una niña iraní que quiere ser violinista o la de Pepa, una nena de un año que conocí en un orfanato de Haití y felizmente la volví a ver con su madre en Buenos Aires este año. Todos tenemos historias de viaje y para mí la de los niños, son las más genuinas.

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Argentina

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India

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Ecuador

Globos en el Camino - Marruecos

Marruecos

Uganda

Uganda

Diversión en el interior del país

Haití

Niño en la pared de su escuela

Tanzania

Mirada ingenua al empezar la clase

Haití