Me cubro la cara con la remera, le doy la espalda al infierno, pero es inevitable, lo aspiro otra vez. Me arden los ojos, siento la garganta irritada y creo que me ahogo. Intento alejarme unos metros más pero el viento parece ser mi enemigo y me persigue. Después de unos segundos empiezo a sentirme mejor. Acabo de aspirar un poco de ácido sulfúrico junto a chorros de gas que superan los 2.200 grados centígrados. Una experiencia incómoda pero difícil de comparar si fuera uno de los 200 trabajadores del Volcán Ijen en Indonesia.
Un nuevo día comienza en Java Oriental, Indonesia y para muchos de los que están viajando por esta isla desconocen que la vida de Ketut como la de muchos de sus compañeros está en riesgo.
Ketut tiene 39 años, nació en Bali pero desde hace 21 trabaja recolectando rocas de azufre. Todas las mañanas a 2.400 mts de altitud desciende hasta la base del volcán donde lo espera una nube tóxica mortal. Desde ahí volverá subiendo con 70 u 80 kilos de azufre en sus canastos de mimbre. Sus días de vida están contados, él lo sabe, pero está dispuesto a ganar 5 dólares por día. Bastante más que si trabajara en los arrozales.
También sabe que los gases azufrados producen bronquitis crónica, enfisema pulmonar y asma pero tiene una familia que mantener y esta pareciera ser la única salida. En el mismo cráter hay una laguna de color verde esmeralda tan hermosa para fotografiar como igual de mortal. Muchos aseguran que con solo poner la mano unos segundos la piel sufriría severos daños en un tiempo corto.
Me siento en una roca y los observo. Van y vienen esquivando turistas curiosos, piedras y a sus compañeros. Me sorprende que cada vez que les miro a la cara me devuelven una sonrisa. Uno de los trabajadores de mayor edad no para de toser. Me acerco y le regalo la botella de agua que llevo. Seguramente él la necesite más que yo. Ketut espera con paciencia parado y cuando el viento cambia de dirección se mete entre los gases para juntar azufre líquido el que más tarde utilizarán para hacer artesanías.
Son las seis de la mañana y el sol ilumina todo el escenario. Muy distinto cuando dos horas atrás las blue flames o llamas azules eran el centro de atención en plena oscuridad. Todavía me cuesta creer que estoy adentro de un volcán! Parece irreal. Los turistas comienzan a irse y me quedo con Arpan, un mochilero hindú, con quien comparto las mismas necesidades. Concientizar en donde estamos, lo que vemos, entender la vida de Ketut y la de todos los demás. Probablemente no volvamos aquí en años, y si algún día lo hiciéramos, sabemos que hay trabajadores que tal vez hayan dejado Java y el volcán para siempre. Una triste pero verdadera realidad.
Si vos me preguntaras ¿Te gustó el Volcán Ijen? Lo primero que te diría es que sí, claro. Es de un impacto visual muy fuerte, sin embargo para mí fue como estar en las PUERTAS DEL INFIERNO. Cuando volvía al hotel mi mente no dejaba de pensar en Ketut, sus compañeros y cuantos años más podrá trabajar allí.
Ah… y cuando veas esas simpáticas barritas de azufre en las farmacias ya sabés que detrás de ellas hay una HISTORIA MORTAL!