Hay Filipinas, no sabés cuanto te extraño. No es que la esté pasando mál en Japón, claro que no. Es más, no lo puedo creer que mañana haya llegado el gran día de mi expo “Por los caminos del mundo” en Tokyo. Ni me acuerdo cuando empecé a organizarla, pero se que fueron muchos meses entre una cosa y otra.
Hoy salí de Nakano, un barrio muy tranquilo donde estoy viviendo en la casa de un inglés. Mientras viajaba en el metro miraba una ciudad totalmente nueva, con carteles que no entiendo nada. Una ciudad que brilla por el respeto, la limpieza, el orden, la cordialidad. Y fue ahí en ese corto viaje hasta Meguro, mi destino final, donde me di cuenta que me había enamorado de vos.
De tus playas, de esas palmeras que bailan junto al viento, de la arena tibia, del agua turquesa, pero en especial de esas sonrisas contagiosas de cada filipino que me crucé. Reconozco que viajar a dedo por toda la isla de Palawan fue por momento cansador. Cuando el sol pegaba con fuerza y ningún auto pasaba era duro. Pero así y todo fue la mejor decisión.
¿Qué si hice amigos? Uf, muchos. De todos lados. Pero si pongo a alguien en la lista por lejos en el primer lugar están aquellos que me atendieron en el local de Puerto Princesa cuando fui a ampliar las fotos que recién acabo de colgar en la pared de “Café y Libros” en Tokyo. Si te digo que se quedaron más de una hora y media esperando que se terminaran de imprimir me crees? El local cerraba a las 7 pm y nos hicimos una selfie a modo de despedida cuando el reloj de la pared marcaba las 8.45 pm. Ellos no lo saben pero fueron el último eslabón para que todo salga bien. Me da cosa decirlo públicamente, pero te quiero! Cuando tomaba el avión en Manila ya tenía un poco de… saudade dirían en Brasil. Es un poco complejo el verdadero significado, pero melancolía sería lo más adecuado para esta ocasión.
Bueno te dejo y no pienses que no volveré. De todos los países de Asia estás en mi top 10. ¿Quién te dice que haya un posible encuentro el próximo año? Hasta pronto! Ah, te dejo un par de fotos de San Vicente, ese pueblito donde todo parece haberse detenido en el tiempo.