Los que ya pasaron por migraciones y tienen su pasaporte sellado deben salir por ese pasillo para controlar el equipaje, repetía otro policía en forma automática. Todo era lento, sobretodo cuando hay una sola persona que se ocupa de revisar bolsos, carteras, mochilas, etc de esa fila eterna. Finalmente pasamos los controles y nos tomamos el bus. En menos de una hora habíamos llegado a La Cruz, el primer pueblo de Costa Rica. De no ser porque íbamos a Bahía Salinas, una playa donde el viento es el mejor amigo de los kite-surfers, aquí no hay mucho para ver y menos cuando es de noche.
Dejamos las mochilas en una panadería y salimos a buscar un taxi que nos llevara hasta el hospedaje. Entonces nos encontramos con dos sorpresas. La primera y más importante es que nadie conocía a The Bike House ni a su dueña canadiense. En segundo lugar los que creían saber donde eran pedían la absurda suma de 30 dólares por un viaje de tan solo 7 km. Epa, que Costa Rica sea el destino más caro de Centroamérica no quiere decir que te puedan cobrar lo que quieran. Pasamos más de una hora buscando taxis en los alrededores del Parque Central hasta que uno accedió a llevarnos por menos de la mitad.
¿Está seguro que es cerca de Tempatal? Le preguntamos al conductor que aseguraba saber a donde íbamos.
Mejor llame a este número de teléfono, pregunte por Carole y ella le va a saber decir que camino tomar.
Aha, ok, ok. Entonces voy por El Gancho, doblo en la segunda entrada de Tempatal y después de la escuela un kilómetro hacia la izquierda. Perfecto, si, si, en lo que antes era Hostel La Sandía. Ok, ok!
Carole, la mujer de las mil sonrisas
Carole es canadiense, tendrá unos cincuenta años, pero su espíritu alegre hace que se la vea como una mujer de treinta. Es una de esas personas que solo por estar a su lado transmite vitalidad, comúnmente llamado buena vibra. Ana es su perra inseparable a quien recogió de la calle hace dos meses. Pero por lo bien que se llevan hubiera pensando que la tenía desde cachorrita.
Ese día nos fuimos a dormir agotados después de un maratónico cruce de frontera, que con seguridad fue el peor en años de viaje. Ni siquiera le prestamos atención a Carole cuando nos dijo que cerráramos bien la puerta porque era común que en los alrededores hubieran escorpiones.
Los ladridos de Ana recibiendo a nuevos viajeros nos despertaron cuando serían las nueve. Desayunamos y nos fuimos en su vieja camioneta a conocer las playas de la bahía. Nos pasamos el día entero viendo a instructores y alumnos metiéndose en el mar caribe con su kite-board.
Carole le daba clases a un extranjero y caminaba de acá para allá sin ojotas pisando conchas y piedras. No usaba gorro para el impiadoso sol tico y cada vez que pasaba a nuestro lado nos sonreía con complicidad. De vez en cuando se tomaba un descanso, y salía a correr junto a Ana por la orilla. Cuando volvimos nos preparó unas rodajas de pan con aceite de oliva y vinagre. Un gesto simple que nos confirmó la excelente persona que es. Así fue nuestra primera parada en Costa Rica, un destino al que había venido hace más de 10 años. Ahora intento descubrir algo más de este país en el que por una razón no está entre mis preferidos.