El bote salió de Copacabana un poco después de las 8.30 am. Viajaba lento, muy lento y la cara de aburridos de muchos mochileros se notaba en sus caras. Me pregunto muchas veces, ¿Cuál es el apuro si uno está de viaje? Miré la inmensidad de ese Lago Titicaca con sus aguas color azul profundo y cerré los ojos. En realidad no porque tuviera sueño, sino para recordar y ser consiente del pasado y presente. Cuando uno está de viaje, por alguna extraña razón no nos ponemos a pensar si volveremos pronto, si será en un año o tal vez en muchos. A decir verdad cuando estuve en el 2000 en Bolivia jamás me puse a pensar en todo esto. Como me gusta ir variando de continentes y no repetir países, visitar la Isla del Sol otra vez me parecía una irrealidad. Pero el destino (o tal vez haber cambiado el estado de soltero a casado) me hizo cambiar de planes.
Después de 1 hora y media nos detuvimos en el pequeño puerto de Yumani. Miré hacia arriba, respiré ese aire fresco y puro y me puse la mochila al hombro. No muy lejos estaba Edwin, un integrante de la comunidad Chama esperándonos con su burro para ayudarnos a cargar parte del equipaje.
Cuando nos dijo que serían solo 20 minutos supe que serían el doble. No porque nos estuviera mintiendo, sino porque su estado físico es dos veces mejor al de nosotros. Tardamos 45 minutos en recorrer esos 2 km ubicados a casi 4.100 metros de altura. Si bien no sentíamos dolor de cabeza y ya estábamos adaptados por otras ciudades recorridas a altitudes similares, caminar se nos hizo difícil en algunos tramos.
Doña Gregoria y su hija Silvina
Que los viajes están destinados a ser un éxito según la gente que uno se encuentra en el camino no es ninguna novedad. Silvia es tímida, bastante al principio. Su pelo negro oscuro está separado por dos largas trenzas como la mayoría de las mujeres de la región. Usa sombrero blanco impecable (parecido al de los menonitas) y un delantal con flores verdes que me hace acordar a mi abuela. Sin embargo tiene 24 años y una serenidad al hablar tan agradable como la inmensidad de la Isla.
Ni bien dejamos las cosas nos preguntó si para la cena queríamos probar la trucha al pesto que hacía su mamá. La respuesta fue obvia.
Durante el mes de marzo, la Isla del Sol tiene un clima casi perfecto. Durante el día no llueve, hay mucho sol pero no hace calor. A la noche, bajo cielos estrellados que parecen pinturas de Vincent van Gogh la temperatura obliga apenas a ponerse un abrigo. Con la Cordillera Real de Bolivia como escenario de fondo nos sentamos a disfrutar de ese plato preparado por Gregoria. Cuando terminamos de comer le dije que era una pena que viviera tan lejos de Buenos Aires. Entonces me miró desorientada, buscando una respuesta. Ay doña Gregoria, si usted estuviera por allá seguro que la contrataba para que nos fuera a cocinar más seguido. Su media sonrisa en el fondo era de alegría.
Nos quedamos tres días en la Isla del Sol y sentí que fue poco. Tal vez porque ya venía cansado de tanto viaje. El recorrido de 10 meses por Asia y Europa y ahora ir bajando desde El Salvador hasta Bolivia se empezaba a sentir. Me hubiera quedado como mínimo una semana…pero sin hacer nada de nada. O bueno, lo que el cuerpo-mente necesitara.
Antes de despedirnos le pedimos a Gregoria y su hija si nos podíamos sacar una foto con ellas. En la cara de esa mujer de 24 años todavía había un poco de timidez. La hubiera abrazado a ambas bien fuerte para agradecerles por su hospitalidad, por su trato, pero por alguna razón me contuve y solo le regalé dos besos en cada mejilla.
Después, todo transcurrió como en una película que va marcha atrás. Edwin regresó puntual con su burro, desandamos el camino hacia abajo y cuando llegamos al muelle ya estaba el bote para partir hacia Copacabana. El agua azul profundo seguía en el mismo lugar, la inmensidad del Lago Titicaca y las caras impacientes de algunos mochileros por llegar rápido a la costa también.
Todo había comenzado algún tiempo atrás, en la Isla del Sol, pero en ese momento no lo sabía. No sabía que aquella historia del 2000 y esta, se iban a unir para estar presentes en un blog, en un libro, en una foto, en otras anécdotas. Creo que la próxima vez que visite un lugar voy a pensar en esto. ¿Será la primera o la última vez que ande por acá?
El hospedaje en la Isla del Sol fue cortesía de Eco Lodge La Estancia. Acá le compartimos el video de ese hermoso lugar.