Todos los caminos conducen a Roma, dice la famosa frase. Sin embargo, a mí me llevó hasta Brasil y les cuento por qué.

Vista del Parque Bariguí con la ciudad de Curitiba detrás.

La puerta del ascensor del cuarto piso se abrió y enfrente de mí tuve un rostro que me hizo acordar a alguien. Intenté establecer una conexión con esa mujer de baja estatura, con algunas canas y anteojos grandes.

–Ola, bom día… como vai?

–Tudo beim –respondí.

Su voz me resultó más familiar y ahí comprendí que era la vecina del piso de arriba, pero su rostro…? ¿a quién me hacía acordar?

Ese día me fui a correr por los alrededores del Parque Bariguí, un espacio verde gigantesco, ubicado en el corazón de la ciudad de Curitiba. La primer sorpresa fue ver los distintos carriles (para correr, caminar y andar en bicicleta) y la segunda ver cómo lo respetan. Por momento creía que estaba en los Bosques de Palermo, pero cuando escuchaba alguna frase en portugués, mi mente conectaba nuevamente con… ah, no, estoy en Brasil. El parque, además de tener un lago, tiene a unos “amigos” un tanto particulares. Acá se los conoce como capivara, pero nosotros les decimos carpinchos y parece que son muy buenos cortadores de pasto. Por eso los dejan al aire libre.

Este fue uno de esos días donde el cielo se puso gris, diluvió y nos escondimos debajo de la árboles.

Sendas respectivas para correr, caminar o andar en bici. Me hizo a acordar a Japón…

Vista del parque desde otro ángulo…

Con el correr de los días empecé a ver a Curitiba con otros ojos. Con esa capacidad de asombro ante lo nuevo. Fue ahí donde me di cuenta que hay graffitis por todos lados. Están los que son enormes, los coloridos, los simples, los que tienen firma, los anónimos… pero todos son buenos. Cada vez que veo uno lo analizo, pienso que bueno sería conocer al artista y sin dudar le saco una foto.

Graffiti gracioso!

Bien africano, no?

De los coloridos, mis preferidos…

Más color que dibujo!

Tal vez el deseo de ver un poco de arquitectura y de comprender mejor la historia, no solo de esta ciudad, sino de otras también, me acerqué hasta el Museo de Oscar Niemeyer. A mí me sonaba este nombre y cuando supe que había sido el encargado de diseñar la ciudad de Brasilia y su famosa catedral con capacidad para 4.000 personas, comprendí que estaba en el lugar correcto. Los diseños de este arquitecto son impresionantes, más aún cuando corría la década del 70. Sin lugar a dudas un visionario.

Vista del Museo Oscar Niemeyer desde afuera

Entrando al museo.

Tal vez lo más extraño de estar en Brasil, es no estar en una playa, que es lo que la mayoría de los argentinos vienen a hacer. A pesar de haber pasado año nuevo frente al mar –en Guaratuba– por ahora estoy viviendo en esta ciudad, precisamente en el tranquilo barrio de Bigorrilho. Mientras tanto aprovecho el tiempo para pintar, leer y editar el 2º libro de crónicas de viajes que publicaré en abril en Argentina.

El centro de la ciudad de Curitiba.

Me encantan las bibliotecas-bus.

Estos son mis preferidos. Los graffitis enormes. ¿Cuánto tiempo le debe haber llevado?

Ayer volvía del parque, que a esta altura del viaje ya lo siento como propio. Casualmente en la entrada del edificio me volví a cruzar con esta señora de anteojos. Tuvimos esa típica conversación de ascensor (que parece que es la misma que en todos lados).

–Boa tarde.

–Boa tarde.

–¿Como choveu? –acotó ella.

–Sim, impresionante (acá diluvia de a ratos como si fuera el último día)

–Até logo…

–Adeus.

Entonces me di cuenta que su rostro me hacía acordar a Fernanda Montenegro, la actriz de la película Central do Brasil, de Walter Salles.

No bien me senté en el sofá de casa, busqué la película que había visto hace tiempo. Recordé su música, su historia… y tal vez la vecina no se llame Dora, como en el film, pero cuánto se le parece! Posiblemente sea verdad eso de que todos los caminos conducen a Roma, pero al menos este me trajo hasta Brasil.

Por si no viste la película, acá te dejo el trailer. ¡Está muy buena!