El día que puse un pie por primer a vez en Florianópolis fue en 1991. Era octubre, donde las lluvias subtropicales caían sin pedir permiso. De a ratos intensas, por momentos suaves. Cuando desaparecían, el sol abrazador obligaba a caminar hacia la arena y meterse en el mar.
Ese año había ido con más de cuarenta amigos, todos estudiantes de educación física del último año de la carrera. De ese viaje me quedó el recuerdo de algunos nombres de playas como Jureré, Canasvieras, Campeche, Joaquina, etc. También el de una tal Alessandra. Con el correr de los años entendí que Florianópolis es como una sucursal de Argentina. Hablara con quien sea, desde el verdulero, un primo, un vecino, un familiar, todos habían ido alguna vez a Florianópolis. Y si no la conocían, sería en el próximo verano, decían.
Entonces me puse a pensar en Brasil. En esas palabras que con solo nombrarlas, alguien sabe en dónde estás: El Maracaná, Cristo Redentor, caipiriña, Río de Janeiro, garota, bossa nova, etc. ¡¡Florianópolis!!
Después de 26 años de aquella visita a Florianópolis, estaba a punto de volver. Pero esta vez el interés no estaba marcado por ir al mar, sino por el encuentro con amigos. Especialmente con Marlon, un policía especial que había conocido hace poco en Bosnia. Cuando digo “especial” es porque nunca había tenido un compañero de viaje que nos leyera poemas de Borges arriba de un bus por los Balcanes. Con el tiempo entendí que es un apasionado de la lectura, pero más que nada de la vida. Por otro lado quería encontrarme con compañeros de una escuela donde había trabajado en Buenos Aires muchos años.
Cuando llegamos, me parecía extraño estar caminando por la misma rodoviaria donde tantas veces había ido para tomar un bus, y fue ahí donde las palabras de Nelson Mandela se hicieron presentes: “No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado, para darte cuenta de cuánto has cambiado tu”.
En realidad el centro de Florianópolis sí había cambiado, pero no mucho. El mercado municipal estaba más grande, habían más artistas callejeros y nuevos puestos de comidas improvisados. Lo que no cambió fue la cantidad de argentinos que siguen llegando a pesar del paso del tiempo. Se los ve con la camiseta de Argentina, hablando en voz alta –como si necesitaran ser escuchados–, comprando remeras en cantidad, o caminando en grupo.
Una de las cosas que marcaban la diferencia con respecto a las palabras de Mandela es que la primera vez que llegué acá estaba soltero. Ahora volvía a Floripa casado con una periodista brasilera. Con Lucila decidimos romper un poco con la rutina de las playas y nos hicimos una escapada a un pueblito llamado San Antonio de Lisboa. Un lugar que entre semana hay muy pocos turistas, donde su iglesia colonial, y las artesanías locales son los protagonistas. Todo eso a solo 17 km de la terminal de bus. Sin embargo, no se puede negar que el centro de Florianópolis tiene varias cosas interesantes y recorrerlas lleva casi medio día: La Catedral, el Mercado Municipal, Largo da Alfandega, la Plaza XV do Novembro, el Palacio Cruz e Souza, caminar por la Avenida Beira Mar Norte y el apreciar la magnitud del Ponte Hercilio Luz.
Información útil: el pasaje (en enero de 2017) desde la rodoviaria de Florianópolis cuesta (a cualquier destino de la isla) 3,90 reales. Se puede pagar con billete o con monedas. Desde Terminal Centro a Canasvieras son unos 35 minutos de viaje y hay que cambiar de bus unos 2 km antes en otra terminal más pequeña. El box más conocido del Mercado Municipal es el nº 32, pero los precios son más que caros. Casi pegado a ese está el box nº 28, en la calle y la comida no solo cuesta la mitad, sino que es igual de rica. Vale la pena sentarse un rato en las mesas, al aire libre, viendo la vida pasar. El Mercado Municipal es Patrimonio Histórico y fue inaugurado en 1899. Adentro, además de comida, se venden buenos souvenires. Está abierto de 7 a 19 hs, y los sábados hasta las 14 hs.
Después de estar una semana en esta ciudad aprendí por qué se la llama así: es en homenaje al ex presidente Floriano Peixoto, en reemplazo de su anterior denominación «Nossa Senhora do Desterro» (Nuestra Señora del Destierro)