Se supone que esta historia no debería empezar por el final, pero el silencio, el reflejo de las lucecitas en el agua y la tranquilidad fueron lo que más me quedó grabado cuando volvíamos remando por el río Sarmiento.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero nunca encontré una frase que represente cuánto vale una experiencia. Navegar por el Tigre en kayak después del atardecer fue una sensación especial. Tal vez porque uno cree que solo estando de viaje y lejos de Buenos Aires puede tener esa cuota de aventura o de adrenalina que buscan los viajeros.
En realidad todo comenzó un poco después de las 7 de la tarde cuando nos juntamos con Lucas y Fabián sobre un pequeño muelle ubicado sobre el Pasaje Victorica, a unas pocas cuadras de la estación de tren. Desde ahí, junto a otros pasajeros, viajamos en un bote a motor hasta las instalaciones de Delta Kayak, un complejo dirigido por Inés quien administra y organiza paseos desde hace más de quince años.
Antes de partir recibimos algunas indicaciones básicas que nos sirvió para aprender y entender cómo navegar. La posición de las manos en el remo, como entrar en la embarcación, etc. En los kayaks para tres personas dos son los que reman y el último hace de timonel, y en los de dos el que más rema es el que va adelante mientras el de atrás hace de guía, aunque es un trabajo en conjunto.
Cuando pusimos un pie en el río para meternos en la embarcación fuimos consientes no solo de que el agua no estaba fría, sino que íbamos a hacer algo nuevo, porque si bien habíamos practicado esto en otros lados, nunca había sido de noche. Parecía mágico ver a más de diez kayaks con sus luces blancas y rojas descubriéndose entre las aguas del río. Después de navegar una hora nos metimos por un arroyo bastante angosto, lo suficiente como para que entre uno de ida y otro de vuelta. Ahí me di cuenta de la cantidad de gente que vive en el delta. Algunas casas estaban cerradas, en otras se veían familias compartiendo la cena en su jardín o en el muelle. Me puse a pensar en el libro Los catorce cuadernos de Juan Sklar, y me di cuenta de que nunca pase un veraneo en el Tigre. Casa de madera, agua de río y kayak, creo que sería la combinación perfecta.
El río mostró una curva cerrada y el guía nos indicó que nos detuviéramos a esperar al resto del grupo. Dejamos pasar al bote de la prefectura a dos botes de madera y después reiniciamos la navegación. Es verdad que por momentos nos costaba coordinar el movimiento de los remos, pero al fin y al cabo para eso estábamos, para desafiarnos en medio de la noche del Tigre.
Si la primera parte había estado buena, la segunda fue mejor, porque un poco cansados de navegar no bien llegamos ya estaba la cena lista. De fondo se escuchaba alguna canción de jazz, –creo que era Diana Krall–, y a la luz de unas velas el pollo al disco con arroz y vegetales fue servido. Navegar por el río a la noche fue una experiencia diferentes, en todos los sentidos.
Si quieren hacer un paseo de noche o de día acá les paso los contactos. ¡No se lo pierdan!