En Antonina hay caminos que llevan al mar

El cielo de Curitiba amaneció con algunas nubes, pero ya estábamos acostumbrados a ese ritual. Empieza así: algunas nubes, después sale el sol, llueve a baldes, se nubla otra vez y aparece el sol antes de caer la noche. Pero ese día de principios de febrero decidimos romper la rutina viajando a dos pueblos: Morretes y Antonina. En realidad eran una excusa porque el verdadero plan era descender por un río subidos a unas ruedas enormes, pero por la poca cantidad de agua no lo pudimos hacer.

Parte del recorrido que avanza hacia el pueblo de Morretes es así

La iglesia de Morretes. Primer signo de soledad…

Un bar en Morretes. ¿Y el resto de sus habitantes?

Al costado de la ruta había un jardín y un camino. ¡Nos bajamos a explorarlo un poco!

Seguimos unos kilómetros más hacia lo que denominé pueblos fantasmas. Tal vez haya sido el día, la casualidad, la hora en que pisamos primero uno, y después otro, pero las calles de estos destinos estaban prácticamente desiertas. Durante el recorrido, a veces a pie y otras en auto, apenas nos cruzamos con alguien andando en bicicleta, caminando por una rambla vieja o pescando. Por momentos cerraba los ojos e imaginaba un pueblo con más vida, pintado con colores intensos con esa arquitectura colonial resaltando por todos lados. Pensé en Santo Domingo, en Trinidad, en Para Ti, por ejemplo, con sus fachadas relucientes.

La iglesia de Antonina. Desde arriba se ve el mar

Calles empedradas, paredes a tono pastel y al fondo un local misterioso.

Hubo un tiempo en que Antonina tenía trenes. Ahora…

 

Calle principal de Antonina con galerías bien maquilladas. ¿Y la gente?

Dicen que uno de los primeros en ocupar estas tierras fueron los indios carijós, allá por el 1648. De eso no estoy seguro pero sí de que este centro histórico perfectamente podría tener potencial. Pero por el momento eso es deuda. Deambulamos, como corresponde, por sus iglesias, por una estación de tren en desuso que fue transformada en centro cultural, por un muelle con dos pescadores y por más calles empedradas. La lluvia se anticipó. Imprevista e inoportuna nos obligó a refugiarnos y ver desde adentro de un local el baile suave de las palmeras al ritmo del viento. Solo faltaba el sonido de una samba.

Cada tanto alguien en bici aparecía.

Que bueno que es ver una pared de una casa de blanco sin un graffiti

Ruinas, mar, y un hombre en bici: lo mismo que “soledad”.

Podría describir mucho más de lo que son Morretes y Antonina, pero esta vez prefiero contárselos con estas fotos. Lo que todavía no pude descubrir es, en dónde estaban sus 18.000 habitantes, que es lo que se supone que tiene al menos Antonina.

El privilegio de comer al lado del río.

Me preguntó quién habrá pintado esto…

Recomendación: ir a comer a algunos de los restaurantes que hay al lado del río. Llevar repelente para los mosquitos, porque si aparecen, se van a tentar con tu cuerpo probablemente. Lo ideal es ir en auto para recorrer los lugares con tiempo. Desde Curitiba a Morretes hay 60 km y a Antonina otros 22 km.

La rambla de Antonina que lleva al muelle.

Las palmeras bailan con la lluvia mientras nosotros nos refugiamos detrás de un ventanal.

Vista de Antonina desde el muelle.