Cierro la caja donde voy a transportar la bicicleta hasta Europa y me siento en el suelo. En silencio la miro un rato largo y pienso: Ahí dentro está quien será mi compañera durante varios meses cruzando nuevos países de una manera distinta.
Estoy en el living de mi casa (Buenos Aires) lleno de preguntas, pero como bien fui aprendiendo durante estos últimos años, querer tener todas las respuestas es un gran error. Sin embargo, hay una que no puedo sacármela de la cabeza… ¿cuántos kilómetros seré capaz de recorrer por día? En mi mente me propuse recorrer unos 50 km. Intento pensar en que podré lograrlo, pero claro, eso lo podré ver cuando esté en la ruta. Hay tantos factores que no depende de uno que es difícil hacer un cálculo preciso. El clima, el tipo de terreno, la altitud, la salud, el estado de ánimo, etc son factores que van más allá del deseo de recorrer mucha o poca distancia.
Unas semanas más tarde me encontraba ya en Tallin, Estonia y mi gran pregunta iba a tener su respuesta. Estaba tranquilo, pero con esa adrenalina típica de quien está haciendo algo por primera vez. Al final del día no podía creer que había recorrido 65 kilómetros. Tal vez es el entusiasmo del inicio, pensé, tal vez tuve suerte. El segundo día recorrí 75 km y el tercero 85 km. Pedaleé a ese ritmo durante 5 días seguidos hasta que llegué a Riga, Letonia y sentí que mi cuerpo estaba necesitando un descanso. Estaba agotado.
Viajar en bicicleta me permite redescubrirme constantemente. Me permite conectar con la gente de los pueblos, interactuar en profundidad. A veces voy tan pero tan despacio que hasta las mariposas van más rápido que yo. Y mi velocímetro me confirma que realmente voy a la velocidad del disfrute: 12 km por hora.
Ahora estoy en Vilnuis, Lituana y cuando miro el mapa me parece mentira que haya recorrido los primeros 1.000 km. Si lo comparo con la distancia que falta para llegar a África es muy poca, pero si pienso en que nunca había viajado (transportando 45 kilos de equipaje) de esta manera parece un montón. Y lo que puedo confirmar que si es mucho es la cantidad de gestos solidarios que recibí cada día. Siempre el Universo tuvo lindas sorpresas. Como aquella pareja de rusos que paró para darme dos botellas de agua sin que se lo pidiera. O aquel vendedor de frutas de Azerbaiyán que me regaló 1 kilo de cerezas y un melón. O Rita y Martín, la pareja de lituanos que conocí en una estación de tren mientras buscaba un lugar para dormir y me invitaron a su casa por dos días. O la historia de Dante, un argentino que junto a Neringa, su pareja de Lituania me están hospedando en Vilnuis y me tratan como si fuera un hermano.
Antes de salir de casa estaba preguntándome cuántos kilómetros podría hacer por día, pero lo que no estaba concientizando era cuánta hospitalidad a cambio de nada recibiría kilómetro tras kilómetro.
¿Tuviste nuevas experiencias? Me preguntaba mi hermana la semana pasado por whatsapp. A esas tres palabras podría contestar con una hoja llena de situaciones nuevas: Dar una conferencia en Kolka, un pueblito ubicado a orillas del Mar Báltico fue emocionante. Vivir con Kris, un letonés en medio de la naturaleza en Sliteres National Park fue puro aprendizaje. Dormir detrás de una estación de servicio abandonada, vender postales en la calle en Tallin, cocinar mirando las estrellas, salir a pedalear a las 5 am cuando ya es de día, etc son algunas de las cosas más lindas que viví en estos días.
Recién van tres semanas de viaje. Estoy camino a Bielorrusia y ya no me pregunto cuántos kilómetros podré hacer cada día. Ahora pienso en cuántas situaciones nuevas tendré o cuánta gente conoceré, porque de una u otra manera ellos formarán parte de esta historia. De este gran viaje uniendo Europa con África en bicicleta. Las respuestas, como siempre, están en el camino… Te invito a leer este POST donde comparto las sensaciones previas a la partida!
PD: Una canción que conocí cuando estuve en Riga, en la casa de Gustavo Llusa y me contagió para el resto de las rutas.