Después de atravesar el desierto de Sáhara Occidental y la soledad de Mauritania, la ruta continuó siempre por la costa oeste de África hasta alcanzar Costa de Marfil. Para el mes de febrero las noticias de la pandemia originada en China ya habían llegado a estas latitudes y tomar una decisión si continuar o no, era cuestión de horas. Después de contactar a una amiga médica que vive en Angola y confirmar que no podría ingresar allí por cuestiones sanitarias el proyecto de llegar a Sudáfrica arriba del sillín se veía atrapado en una nube de ilusiones.
El destino o mala suerte hizo que justo el último día que estaba pedaleando por África contrajera malaria cerebral. Llegar en esas condiciones a España fue devastador para el cuerpo, sin embargo, como siempre ocurre en la vida todo sucede por una buena razón.
Tiempo atrás en la frontera con Guinea Conakry, precisamente en el pueblito de Saraboido, había conocido a José, un ciclista español tan apasionado como yo en viajar por el mundo al ritmo del disfrute. Nos unió la curiosidad, el mismo objetivo de llegar hasta Ciudad del Cabo y las ganas de vivir experiencias multiculturales. Pero el Covid-19 nos empujó a dejar este continente envuelto en la incertidumbre de un regreso futuro.
Pedro Muñoz, ubicado en Castilla La Mancha y a unos 150 km de la capital, nos recibió con temperaturas mucho más agradable que las que veníamos soportando en aquellas tierras. Para un alma nómada e inquieta estar en completa quietud y confinamiento pude ser una verdadera condena, sin embargo durante los meses de marzo y abril aproveché el confinamiento para decodificar todo lo que había vivido en este primer año de pedaleo que ya llevaba 14.200 kilómetros (había partido en Tallin, Estonia)
Reconectado con la naturaleza
Mayo no solo fue el mes del sol, sino también el momento en que se permitió volver a salir a las calles. Como un niño travieso volví a tomar mi bicicleta y salí a descubrir sin ningún destino en especial los campos de Castilla La Mancha. Simplemente me dejaba atrapar por ese viñedo, por un molino viejo, por un galpón, por una ermita o por el ruido de las ruedas en la tierra al dejar el asfalto. Castilla La Mancha no solo es famosa por las historias de Don Quijote y sus molinos en Campo de Criptana, sino también por sus vinos, migas de pastor y los quesos manchegos. Quien se acerque a esta zona no podrá irse sin dejar de probar esas delicias más una visita obligada a una de sus tantas bodegas.
Este pequeño pueblo de tan solo 7.000 habitantes goza del privilegio de estar rodeado de naturaleza, y es acá donde volví a reconectarme con el viaje y el disfrute. Sus frondosos árboles, sus campos con amapolas rojo intenso y sus pinos son la combinación perfecta para salir a pedalear por senderos. Tal vez la mejor compañía que puedas tener sea la de una soledad que pocas veces se encuentra.
Con tan solo escaparse unos pocos kilómetros se llega a la laguna de Manjavacas, una de las tantas que hay y un paraíso donde los flamencos y aves decoran esas aguas verde esmeralda. Dar la vuelta completa requiere apenas de una hora de pedaleo más un poco de atención para no atropellar a las libres que se cruzan en el camino. Una mediodía atípico, cuando el termómetro rozaba los 34º C, decidí almorzar a orillas de ese escenario.
Con el correr de las semanas empecé a trazar rutas imaginarias donde la incertidumbre se encargaba de unirlas tarde o temprano. Para quien se inicia en el cicloturismo esta región española es ideal por varias razones. El buen clima que hace en primavera con temperaturas suaves, la gran cantidad de luz –el sol se oculta alrededor de las 22 horas–, y el terreno plano. Aunque no todo es perfecto porque cuando el viento se olvida de trabajar aparecen las nubes de mosquitos e insectos, momento que me hizo recordar a aquellas tardes en Gambia, Senegal y Liberia donde el desafío de pedalear se hacía más intenso que nunca.
La rutina del sol escondiéndose entre unos matorrales es acompañada por los campesinos manejando sus tractores, siempre con una habilidad sorprendete. El aire se siente puro, y el silencio solo es interrumpido por las campanadas que llegan desde la Parroquia San Pedro Apóstol.
Pedro Muñoz es un excelente punto de partida para emprender un gran viaje por España ya que a tan solo 250 kilómetros en dirección sur se encuentra el mar. Los meses que recorrí la costa durante 2019 viajé más lento que nunca. Era imposible no detenerse en cada uno de sus puertos y ver la animada vida que tienen cada uno.
Los viajeros siempre buscamos historias nuevas al movernos, aunque a veces son ellas las que nos terminan atrapando.