Buenos Aires, 20 de diciembre de 1993. En esa mañana calurosa me encontraba organizando los últimos detalles para viajar por Europa. Lo único que tenía era un pasaje de ida a España, la estadía en Londres donde estudiaría inglés durante unas semanas, 50 rollos de fotos y la visa de Francia. Sí, en algún momento entrar al glamour parisino requería un poco de burocracia. Durante los cuatro meses que duró el recorrido visité casi todos los países de Europa, navegué por islas griegas, fotografié pueblos de Polonia, conocí las clásicas capitales y me enamoré de Praha. Conocí ciento de personas dispuestas a dar una mano cuando estaba perdido y sin tener un celular con GPS o aplicaciones de moda, fui hospedado en numerosas ocasiones. Todo esto sucedía cuando las redes sociales no eran parte del mundo viajero.

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Esquiando en Sierra Nevada, España, gracias a Pepe.

La primera gran experiencia la tuve a las pocas horas de viaje cuando el avión hizo escala en Paraguay antes de llegar a Madrid. El aeropuerto de Asunción no ofrecía mucho. Un poco de aire caliente mientras el personal de abordo organizaba las bandejitas del almuerzo y los operarios cargaban combustible. Pero estaba FELIZ, viajaba por primera vez al viejo continente. Cuando regresé a mi asiento me encontré con un señor español de cara simpática. Ni bien me puse el cinturón de seguridad comenzamos a charlar. Las historias personales nos llevaron a un viaje entretenido y entre risas y alguna que otra pausa llegamos a España sin haber dormido un solo minuto. Pepe, como me pidió que lo llamara, me escribió el número de teléfono de su oficina en un papel por si llegaba a ir a Alicante. Si me hubieran dicho que en diez horas de vuelo se podía construir una amistad que me iba a llevar a ser invitado a esquiar a Sierra Nevada, a vivir una semana en una casa frente al Mediterráneo o tener entradas para ver Roland Garros en París, hubiera dicho que era parte de un sueño. Todo esto sucedía cuando las redes sociales no eran parte del mundo viajero.

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Recorriendo el muro de Berín, Alemania.

Cuando tomé el tren en el norte de Rusia con destino a Varsovia, Polonia no era consiente de todo lo que vendría. Para mí era solo un viaje más. Mi inexperiencia (o emoción) hizo que subiera al vagón sin comprar algo para comer. Pensaba que las cuarenta horas de recorrido eran suficientes para que la compañía se hiciera cargo de los almuerzos o cenas. Pero cuando vi que Pavel, el compañero de camarote sacaba queso, pan, frutas y chocolates, me di cuenta de cómo eran las cosas. Nos comunicamos como pudimos, a través de códigos, dibujos, señas y así fui invitado al almuerzo junto a sus amigos. Mientras, por la ventanilla del tren, veía pasar paisajes increíbles. Todo esto sucedía cuando las redes sociales no eran parte del mundo viajero.

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Durmiendo en una playa de Grecia con otros argentinos

Si no fuera por que el tren llegó con atraso a la poca atractiva ciudad de Suwalki, jamás hubiera conocido a Aleksandra. Entró a la pequeña sala de estar en busca de un ticket cuando sus ojos verdes se cruzaron con los míos. Tal vez la ausencia de alguna compañera de ruta, su belleza me cautivó al instante. Se acercó y en inglés me hizo saber que el próximo tren con destino a Auschwitz pasaba exactamente en un día. Tal vez la expresión de mi cara o su generosidad, vaya a saber bien, hicieran que sus gestos con la mano me levantara del banco, cargara mi mochila y la siguiera.

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Hospitalidad viajera en el tren que iba de Rusia a Polonia.

Afuera estaba su familia esperando en un auto. Sin hablar una sola frase de polaco y sin saber a donde iba, me subí. Cuando llegamos dejé mis cosas en el living, me lavé la cara y me senté en la galería de su casa. Enfrente tenía una de las campiñas europeas más lindas que jamás haya imaginado. La generosidad de Aleksandra hizo que me dejara su cuarto y que escucháramos un poco de tango cada vez que comíamos. Yo estaba enamorado del viaje, del paisaje y de la polaca. Pero sus planes de recorrer América Latina con su novio me hizo volver a la realidad. Fueron solo tres días compartidos que para mí valieron por mucho más. Todo esto sucedía cuando las redes sociales no eran parte del mundo viajero.

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Un paisaje increíble al sur de Suiza

Recién en el año 2000, cuando recorría Sudamérica con un hermano, tuve cuenta de mail. En el 2009 me registré en CouchSurfing viajando por Siria, y en 2014 tuve cuenta de Twitter e Instagram. Si bien todas son herramientas super útiles hoy en día, haber viajado “virgen de las redes sociales” fue una experiencia irrepetible.