Como me gustan las ciudades que tienen tranvías. Pasear en ellos es mágico

Lluvia, lluvia y más lluvia. Así venía pedaleando los últimos 20 kilómetros por Lituania hacia la frontera con Bielorrusia. Estaba húmedo, cansado, sintiendo que la bicicleta pesaba más de lo normal. Desde una pequeña curva pude ver cientos de camiones y autos esperando para cruzar. Pero viajando en bicicleta tengo el privilegio de no hacer esa eterna fila e ir directamente a la oficina de control.

Lo que todavía no descubrí es por qué me incomodan las fronteras, que te revisen el pasaporte, el equipaje y te pregunten… motivo del viaje? Cuánto tiempo se va a quedar?, qué lugares va a visitar?, tiene suficiente dinero?, etc.

No sé si habrá sido el mal clima, la cantidad de gente o el buen humor del policía de turno que en cuanto vieron todo el equipaje que llevaba en las alforjas se les fueron las ganas de revisarme.

El Parlamento de Minsk

No sé que son, pero los vi pegados en una pared y me gustó

Me acomodé la campera, respiré profundo y viendo el cielo plomizo reinicié el pedaleo. La lluvia aumentó y se convirtió en tormenta. De esas con vientos fuertes que te sacuden para todos lados. Sin embargo, me sentí feliz, pleno, como si fuera un día increíble de sol. Me daba cuenta que estaba en el lugar que tanto había deseado. Entonces, ¿por qué estar molesto?

Todavía faltaban unos 80 km para llegar a Minsk, la capital de Bielorrusia cuando sucedió algo mágico. Algo que sería una cadena interminable de hospitalidad, que después denominé: “La puerta hacia la hospitalidad”.

Una camioneta disminuyó la velocidad, gritó algo que no pude comprender y después de unos metros se detuvo delante mío. Primero bajó un hombre de unos 40 años, después otro y después otro. Los tres venían directo a convencerme de que no podía continuar en esas condiciones. Sin darme tiempo a responderles abrieron la puerta trasera de la camioneta y subieron la bicicleta con todas las cosas. No tuve más opción que aceptar y dejar el orgullo de lado, porque en los viajes ser flexible es ir a favor de la corriente.

Conociendo el arte al aire libre

Pared pintada en la terraza de un bar en Minsk

Primero llegó el infaltable vaso con vodka. Lo rechacé. Después el de wisky y cuando entendieron que no me gusta mucho el alcohol (salvo vino y cerveza) me convidaron con café, galletitas y chocolates.

Minsk nos recibió con más lluvia y también con más sorpresas. Mientras Dimitri, uno de los tres hombres que me había ayudado a subir la bici a la camioneta ordenaba la cena en un shopping céntrico los otros habían desaparecido. Durante la comida aproveché el tiempo para refrescar las pocas palabras que sabía de ruso de otros viajes por Siberia, Mongolia y Asia Central. Mientras incorporaba nuevas frases y expresiones sonó su celular.

Mientras hablaba gesticulaba como si estuviera dirigiendo un partido de fútbol. Si bien soy de confiar mucho en la gente y en su buen corazón no dejaba de pensar en dónde se habrían metido los otros dos hombres con todas mis cosas y la bicicleta. Después de dos horas aparecieron con una sonrisa en la cara.

Volvimos a la camioneta y después de confirmar que todas mis cosas estaban a salvo tomamos por una autopista. Dimos vueltas y más vueltas hasta que nos detuvimos en un callejón oscuro y sin salida. Cuanto levanté la vista estaba en la puerta de un hostel. ¡Habían pagado por adelantado las dos primeras noches!

Más color en sus calles imposible. Hasta los autos están decorados

Arte callejero por los barrios bohemios de la capital

Nos dimos un abrazo, nos pasamos los contactos de whatsapp y se fueron. Desde la ventana de la habitación se oía la lluvia caer con fuerza.

Ese día marcó un antes y un después en este viaje. No porque en Estonia, Letonia y Lituania no haya tenido buenas experiencias, sino porque acá fue una constante día tras día, kilómetro tras kilómetro.

Cuando la gente me pregunta cómo es Bielorrusia respondo en forma contundente: es uno de los países más hospitalarios que encontré viajando por el mundo. Más adelante a la lista se sumaría Ucrania, Moldavia, Marruecos, e Irán que ya está en el selecto podio desde 2010.

Sale el sol en Minsk, algo que costó ver durante el mes de agosto