Cierro los ojos. Intento dormir. Doy vueltas pero el pedido de un jugo de naranjas me vuelve a distraer. Cuántas horas pasaron? Tres, cuatro… tal vez más. En la mochila de arriba guardé el celular para escaparle al tiempo. Uff esa palabra que tantas veces pasó desapercibida en mi realidad cotidiana hoy es la que más tengo en cuenta. Solo se que hace unas horas el avión volvió a despegar. Ahora desde San Pablo rumbo a Estambul, última escala antes de llegar a Kuala Lumpur.
Durante años me dedico a viajar por el mundo, a plasmar en fotos lo que veo y charlar mucho con la gente. Me apasiona la combinación de estas tres cosas. Pero si bien viajaba con frecuencia sentía que mi vida en Buenos Aires era muy perfecta. Perfección que fui construyendo a conciencia y empezó a incomodarme. Enseñar fotografía en una buena universidad, dar clases particulares, trabajar en un colegio desde hacía 20 años. Para romper con esa estructura que era muy cómoda decidí ponerme un desafío grande. Escribiría un libro sobre mis experiencias viajeras. Primero lo vendería por Internet, después en las plazas de mi barrio. Pero había una promesa interna. Al finalizar la primera edición dejaría TODO y me iría a viajar por el mundo. ¿Qué si costó? Muchísimo! Lo material es algo a lo que no siento apego y cuanto menos tengo, más fácil es irse. Soy bastante organizado y dejar la estructura armada de rutinas, trabajo, era algo que venía pensando desde hacía dos años. Ahora no solo dejaba amigos, familia, trabajo, también una novia a la que amo y por suerte siempre me apoyó en este proyecto.
En una de las tantas despedidas que se fueron dando antes de partir, me preguntaron: ¿Estás ansioso? ¿Mucha adrenalina? Sabes que no! Es raro, pero no siento nada de eso. Siento como si fuera a Retiro a tomarme un bus a Mar del Plata. Tal vez era la falta de conciencia de lo que se vendría. Tal vez, estar parado en una decisión que fue tomada durante un proceso me daba tranquilidad.
Finalmente logré dormirme cuando el avión cruzaba tierras afganas. Cerré los ojos para tratar de recordar aquellos días en Kabul y si no fuera porque la azafata me despertó para el desayuno aún seguiría recordando viejas anécdotas.
Los primeros días en Malasia no fueron fáciles. Me recibió un calor que gobierna con determinación en cada rincón de la capital. Pronto me sentí como Walter Mitty, el personaje de la película. Empecé a imaginar todo lo que podría hacer en este viaje. Soñaba despierto como se suele decir. A conciencia. Imagino, deliro, pienso. Muchas cosas que no pasaron o tal vez no ocurran nunca, pero mi mente y cuerpo quieren que sucedan. Por momentos me agarran momentos de tristezas. Son cortos, pasajeros. Pero tan reales como mis deseos viajeros. Dejar a la mujer que uno quiere fue una decisión dura. Muy dura. Tal vez nos encontremos en el camino por Asia, tal vez en África, su continente favorito, tal vez en Buenos Aires en unos meses para estar juntos otra vez.
Malasia es el primer destino de un recorrido que me llevará por muchos otros. Y en esto de romper estructuras, también decidí dar tiempo y libertad a lo que ocurra. Solo se que estoy Melaka camino a Singapur. Acá me quedaré vendiendo fotos, pinturas y los libros. Cuando el instinto diga es hora de partir, tomaré la mochila y saldré nuevamente a la ruta.