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En la escuelita de Inle Lake donde compartimos el taller de dibujo

Creo que un poco de pintura azul en esa parte de la pared puede quedar lindo. Dale probemos! ¿Y si después de que terminen el mural hacemos el taller de máscaras? Iván toma la posta y reúne a un grupo de chicos de unos nueve años. Mientras Mey comienza a distribuir las hojas Sofía ya está filmando la escena. Las caras de los chicos es de pura felicidad y cada uno espera con ilusión las indicaciones. Uy perdón no te los presenté. Lo que pasa es que entre tanta emoción por este encuentro me vengo olvidando un poco de las cosas. Te podría decir que hace unos días me encontré con Pequeños Grandes Mundos en Bangkok, pero en realidad nuestra historia comenzó hace un tiempo en Buenos Aires. Ivanke, como suele decirle la mayoría había dado un taller de arte con los chicos de PH15. Yo había hecho algo parecido pero enseñando fotografía en la Villa 21 de Barracas. Un día nos juntamos para compartir la experiencia. Fue en esa charla que me comentó que saldría de viaje por el mundo a dar talleres gratuitos de arte. Como algo utópico pusimos un posible punto de encuentro. Asia es grande, muy grande, pero había algo en nosotros que nos ilusionaba en concretarlo. Podría ser en Tokyo, Yakarta, tal vez Bangkok o en Tibet.

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Esto fue en la Escuela Km 42 en Colabora Birmania, Mae Sot, Tailandia

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En el taller de máscaras

Después de más de un año ese día llegó. Ellos venían viajando en dirección sur desde Laos y yo subiendo desde Singapur. Bangkok fue el destino para un fuerte abrazo a las seis de la mañana en un hostel que pronto nos iríamos, no solo porque había cucarachas en la cocina, sino porque el trato de Jonny, su dueño, dejaba bastante que desear.

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Recorriendo Inle Lake

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Momentos previos a dibujar y pintar

Hace varios días que estamos viajando juntos pero fue hoy, cuando cruzábamos la frontera a Myanmar cuando me di cuenta lo rápido que uno se puede adaptar a los viajes. Después de viajar solo por Malasia, Singapur y parte de Tailandia, hablando todo el tiempo en inglés, me encuentro tomando mate con argentinos, riéndonos de nuestros propios códigos por las calles de un país que recién se abre al turismo. Myanmar tiene 50 millones de habitantes, vivió muchos años de dictadura militar, sufrió una guerra civil después de su independencia en 1948 y recién en 2011 pudieron elegir su primer ministro. Tan nuevo es viajar por este destino que los pasos fronterizos cambian constantemente. Antes solo se podía ingresar por avión. Hoy por tierra desde Mae Sot. Pero recorrer Myanmar no solo es entender parte de su historia, también es encontrarse con gente tímida que sonríe cuando los mirás, con personas que están dispuestas a darte una ayuda sin que lo pidas. Eso lo pudimos vivenciar cuando salimos a recorrer los alrededores de Inle Lake en bicicleta y a los pocos kilómetros la cadena de una se rompió. De un puesto de comidas hecho con madera, salió un hombre a dar una mano. Desarmó por completo la bici, sacó la rueda, y cuando vio que el problema era más complejo de lo pensado tomó su celular y llamó al hostel para que nos traigan otra. Más tarde fuimos a visitar un monasterio en la montaña. Cuando llegamos el único monje que vivía ahí nos ofreció bananas. Tal vez sea algo muy sencillo, pero cuando es lo único que alguien tiene para comer ese acto tiene un valor especial. La lista continúa y te podría nombrar muchas otras situaciones pero me quedo con una que tuvimos al otro día cuando fuimos a visitar la escuela. La maestra nos recibió con alegría como si nos hubiera estado esperando con anticipación. Interrumpió su clase, juntó a sus alumnos y entre todos armamos un taller de pintura. Así de espontáneo!

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Cada uno buscaba un rincón para dibujar

Ahora estamos alojado en un orfanato en Kalaw. Mañana será un gran día porque Pequeños Grandes Mundos compartirá una vez más sus talleres de arte. Cada niño tendrá la oportunidad de expresar sus sentimientos, sus sueños, sus deseos en un papel. Me siento un privilegiado en formar parte de ese momento.

Es de noche y el frío de la montaña nos obliga a abrigarnos antes de ir a cenar al comedor. Al terminar un niño de unos siete años me da la mano. Puedo sentir su calor. Me mira a los ojos y con voz dulce nos dice: “Follow me please” (síganme por favor). Subimos una escalera de madera y llegamos hasta un gran salón con colchones en el piso y algunas mantas. Es nuestro dormitorio improvisado.

Antes de que el cansancio me gane y me quede dormido, intento ser consiente de la realidad, del lugar en donde estoy, como y porque llegué hasta acá. Todo empezó hace un poco más de un año, cuando nos juntamos en aquel bar de Palermo a compartir lo que hacíamos. Nos vemos en Asia dijimos. Acá estamos!