A veces me sorprendo de lo intenso que puede ser un día de viaje. Hace poco caminando por esta famosa ciudad me pasaron un par de situaciones que tenía ganas de compartírtelas. Debo reconocer que me sentía un poco ansioso por llegar a la plaza de Registán. Ojo, que cuando digo plaza no me refiero a toboganes, un arenero o mesitas de ajedrez donde se juntan los jubilados a disfrutar de sus tardes. Es encontrarse con una parte importante de la historia y con las imponentes madrasas de Ulugh Beg, Tilya-Kori y Sher-Dor. La plaza fue el punto de partida de un paseo a pie que duró varias horas y algunas de las cosas que viví fueron estas:

1.Cuando ingresé a la enoooorme plaza Registán me encontré con un guía que hablaba español. Había sido el intérprete oficial cuando Messi estuvo en Uzbekistán y conversar con él sobre la historia de este increíble país en castellano no tuvo precio. Ahí descubrí que la arquitectura y diseños de Samarcanda están inspirados en Irán. Es más, quien diseñó los planos de esta ciudad fue un iraní. Otra cosa que aprendí es que Registán en persa significa desierto y aunque no lo crean en esta plaza pública el pueblo no solo escuchaba los discursos del rey, también se llevaban a cabo ejecuciones.

Samarcanda, Uzbekistán

Detalle de la arquitectura de una de las madrasas que hay dentro de la Plaza Registán

Era casi el mediodía y el calor ya se sentía fuerte. Me senté a descansar en un banco bajo la sombra. Entonces un grupo de maestras de Tashkent que estaban de vacaciones se acercaron y sin preguntarme ni siquiera de donde era me invitaron a tomar un helado.

uzbekistán, samarcanda

Hospitalidad uzbeka junto a unas maestras que estaban de vacaciones por la ciudad

Mientras cruzaba una avenida, los taxistas de la terminal no paraba de hacerme señas. Pensé que querrían proponerme un viaje, pero no. Me estaban invitando a compartir su hora de descanso con una taza de te. De nada sirvió que les dijera que no hablaba ni ruso, uzbeko, persa, farsi o cuantas dialectos puedan haber. Todos siguieron hablándome como si nada. Y a pesar de estar totalmente perdido en lo que decían la pasé genial.

Que un nene de unos siete u ocho años en un supermercado vista la camiseta de fútbol de Argentina, señale a la mamá y cuando entro diga en voz alta: Ángel Di María!!!, fue de no creer. Debería haber tenido una cámara oculta y grabarlo si sabía que iba a pasar algo así. ¿Digo, me habrá visto algún parecido con él?

Creo que te conté que cada vez que llego a una ciudad preguntó donde está el bazar porque una de mis debilidades son los damascos secos. Entre puestitos de gorros típicos, cajones de verduras y vendedores de alfombras llegué al esperado local. Hola buen día, me daría… (todavía no aprendí a decir 100 gramos, entonces le hago un gesto con las manos abiertas para indicar la cantidad) algunos damascos. El dueño del puesto tomó una palita, guardó algunos en una bolsa y dijo algo que no comprendí. Una señora que estaba comprando me tradujo lo siguiente: dice que es un regalo de bienvenida a Uzbekistán. Y así me fui, sin que me quisiera cobrar.

Samarcanda, Uzbekistán

Samarcanda

Samarcanda, Uzbekistán

En Samarcanda con la plaza Registán atrás

Samarcanda, Uzbekistán

Interior de una de las madrasas en Registán

Era la tarde y por alguna razón el barcito que había encontrado a la vuelta del hostel estaba cerrado. Me senté en la escalera y me puse a buscar otro lugar donde poder comer algo, pero todos quedaban lejos. Arriba del bar había un balcón donde una señora regaba sus plantas con tanto cuidado como si fueran sus hijos. Le hice un gesto de donde podría comer. Enseguida la señora apareció por una puerta que daba al lado del bar, me tomó de la mano y me llevó hasta el living de su casa. Pensé que me daría un mapa con alguna buena recomendación pero ante mi asombro volvió con un plato de plov recién preparado. Plov es una comida tradicional, no solo de Uzbekistán, sino de toda la ex Unión Soviética. Está hecho a base de arroz, cordero, zanahorias, cebollas y ajo. Y si está bien preparado como este, es un manjar. No hace falta aclarar que cuando le quise pagar se negó rotundamente.

Samarcanda, Uzbekistán

Plaza de Registán, Samarcanda

Cuando me fui a dormir no dejaba de pensar en todas estas situaciones. Me di cuenta que la mayoría estaban relacionadas con la hospitalidad, con una invitación, con compartir lo que tienen. Hace mucho tiempo escribí una frase que terminé poniendo en el libro que publiqué el año pasado. “Siempre recibo más de lo que doy mientras viajo. Tal vez esa sea la razón para seguir en el camino”. Y así confirmo que los viajes se recuerdan más por su gente que por sus playas bonitas, sus paisajes pintorescos, sus sitios arqueológicos o sus ciudades modernas.

A veces tengo la sensación que los países no tienen fronteras, que en realidad son simples rutas, avenidas o carreteras que se cruzan. Y es ahí donde cada uno es dueño de su propio destino según las determinaciones que vaya tomando.