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Mágnifica mezquita ubicada en el centro de Erbil, Kurdistán Irakí

Viajar por Medio Oriente puede resultar interesante y aun más, cuando uno se propone descubrir la otra cara de Irak. El que no sale en los medios. La idea es atravesar el sur de Turquía e ingresar al país por el norte, lo que se conoce como Kurdistán Iraki. Los kurdos son un pueblo de 12 millones de personas que no tiene fronteras propias en el atlas, sino que se esparcen entre las de Irak, Irán y Turquía. Silopi es un pequeño pueblo turco con gran movimiento. Lógico de entender, ya que está a tan solo diez kilómetros de la frontera con Irak. Hasta el mismo cartel de “Bienvenidos a la Región Autónoma del Kurdistán Iraki” llego haciendo dedo en un camión tan antiguo como la historia del país que tengo a mis pies. Mi mente viaja más allá del visado que pretendo obtener. Imagino distintos paisajes, rostros o pueblos aun no recorridos cuando una voz ronca grita mi nombre. “Tiene mapa de Kurdistán?” a lo que respondo con un breve si en persa mientras mi corazón empieza a latir aceleradamente. La segunda pregunta es si me gusta el fútbol. Después de  ese breve interrogatorio el sello con permiso para diez días está otorgado. Un viento fresco me empuja para seguir avanzando. Pero toda mi adrenalina por seguir haciendo dedo se me escapa entre las manos cuando me obligan a tomar un moderno taxi Toyota, único medio de transporte ya que acá no hay transporte público.

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Por las modernas calles de Duhok

Llegamos a la capital cuando son la siete de la tarde y la ciudad se sumerge en una oscuridad total. Sus calles vacías con los negocios cerrados se asemejan a un sitio abandonado. Guía en mano encuentro el Hotel Kandeel. La recepción está llena de pósters de jugadores de fútbol de Europa y en el medio, una imagen de La Meca, Arabia Saudita. Mi habitación tiene el privilegio de mirar hacia la ciudadela antigua. Me despierto a la madrugada con las oraciones de Allah y no tengo más opción que resignarme a levantar. Salgo en busca del mercado, lugar ideal para hacer amigos locales y tomar un desayuno digno. Puedo comprobar por mi mismo lo seguro y tranquilo que es caminar entre la gente. Mi camiseta de Argentina y dos cámaras de fotos colgando obviamente no pasan desapercibidas. El mercado de Barghan es una mezcla de objetos robados, encontrados o regalados vaya a saber por quienes. Mientras camino un vendedor de alfombras me grita algo desde la vereda de enfrente. Hago gestos de no entender y me muestra una taza de te. Minutos más  tarde estoy  rodeado de varios irakies curiosos observando como tomo esta simple infusión. Algunos me ofrecen dulces, otros una sonrisa. Los más extrovertidos me piden una foto. Sigo mi recorrido por una avenida impecable donde las 4 x 4 juegan a hacer desfiles improvisados. Me llama mucho la atención la cantidad de autos y camionetas último modelo. Sin lugar a dudas esta fue la primera impresión del otro Irak. El ajeno a las bombas y secuestros. Todo está en vías de construcción y desarrollo por primera vez en años. Al final de la avenida se levanta una de las mezquitas más hermosas de la ciudad al mejor estilo de Dubai.

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Retrato de un local en las montañas del kurdistán irakí

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Vista de la impresionante Hamilton Road, que conduce hasta Irán

Salgo nuevamente a la ruta y miro al infinito. Las montañas del Kurdistán me acompañan en un camino bastante tranquilo. Escasos minutos más tarde una familia detiene su auto y ofrece llevarme hasta Rawanduz, mi próximo destino. Allí aprovecho para recorrer la zona rural. El alma del pueblo irakí Me resulta fácil hacer amistades con la gente pues los turistas rara vez llegan hasta estos lugares. Un poco en inglés, en persa o en árabe, el cual estudié unos meses, me ayudan a comprender su estilo de vida. Mientras recorro la famosa Hamilton Road soy detenido por los Peshmerga, policía local para registrar mi pasaporte.  Como siempre Maradona y Messi son el puente que une al decir I am from Argentina.

Mientras espero algún taxi o camión para seguir a dedo los policías se acercan y me invitan a comer. “Usted es nuestro huésped”, repiten una y otra vez. Tardo unas dos horas en recorrer los 23 kilómetros que me separan hasta el pueblo de Amadiye. La ruta en forma de espiral está rodeada por montañas que rara vez salen en los noticieros. Este paisaje es el escenario donde se rodó la película kurda “Las tortugas también vuelan”, donde un grupo de niños se ganan la vida  vendiendo minas antipersonales a la ONU que ellos mismos extraen y consideran buena noticia la llegada de las tropas americanas a Irak para liberarlos del régimen de Sadam Hussein. Nuevamente soy detenido, pero no por la policía, sino por una familia que solo busca brindarme su hospitalidad. Y allí me quedo varios días hasta seguir nuevamente mi viaje por Irak.