Por alguna extraña razón cuando viajé por Bulgaria, el primer país de los Balcanes, fueron las noches las que me atraparon. Siempre digo que los retratos son la esencia de un lugar porque a través de su mirada, sus rasgos, la ropa que usan uno puede rápidamente identificar a una región o país. En Asia me había sentido muy cómodo tomando fotos a los campesinos de Birmania, las monjas del Tíbet o los trabajadores del Volcán Ijen en Indonesia. Pero en Bulgaria esos rostros parecían estar jugando a las escondidas y no los encontraba. Cuando llegaban las tardes el calor del verano obligaba de alguna manera a un buscar un descanso. Con las luces del atardecer volvía una y otra vez a descubrir la ciudad hasta que se hacía de noche. El silencio de las esquinas, la ausencia de los autos con sus bocinas y de los turistas fueron mis aliados para que siguiera caminando sin un rumbo fijo. Subía escaleras, trepaba a techos de casas abandonadas o avanzaba hasta algún mirador donde poder tener mejores vistas. Veliko Tarnovo fue el primer lugar donde sentí que la noche me atrapaba y a pesar de ser más de la 1 de la madrugada me resistía volver al hostel. Fui consiente que tomar fotos nocturnas se había transformado en un desafío cuando llegué a Plovdiv, la siguiente ciudad. Hay quienes comparan a ambas para determinar cuál es más bella, pero considero que eso es muy personal. En Sofía, la capital, decidí hacer el free walking tour que empieza a las 18 horas. Cuando la guía se despidió del grupo estábamos frente a la catedral ortodoxa Alexander Nevsky. Al principio me costó tomar la fotografía porque trataba de entender cada detalle de su arquitectura neo-bizantina. Después cuando los faroles se fueron prendiendo decidí capturarla con la cámara.
Si estás por este destino te invito a que hagas tu propio recorrido nocturno y saques tus conclusiones. Pero sin lugar a dudas las noches de Bulgaria atrapan a cualquier viajero.