Paracas, Perú

Empieza la aventura. Entramos al desierto peruano de la Reserva Nacional de Paracas.

El auto paró en una esquina y miré por la ventanilla. Enfrente tenía un hotel de varios pisos con balcones que daban al mar. A lo lejos un taxi tocó bocina y un vendedor de excursiones a las Islas Ballestas saltó para no ser atropellado. Del otro lado, en la pequeña plaza unas mujeres sentadas sobre el pasto ofrecían jugos, empanadas y fruta.

Cuando llegué a Perú por primera vez era diciembre de 1999 y para esa fecha todos hablaban principalmente del fin del mundo, de que Brad Pitt había ido a Machu Pichu y varias pavadas más. Nunca pensé que 17 años después iba a estar parado en el mismo malecón y que a mi alrededor iban a ver gran cantidad de agencias de viaje, puestos de comida, mercados de artesanías, alquiler de cuatriciclos, de motos, de bicis… de todo.

Paracas, Perú

Una de mis fotos preferidas. La playa rosa!

Ni bien me bajé del auto el calor del desierto peruano pegó como una cachetada acompañado de un viento tibio y húmedo, casi una combinación fatal. Entonces entendí que ese día solo podía descansar. Y mucho.

Al otro día fuimos con Lucila a la marina para recorrer en bote una parte de la Reserva Nacional de Paracas. Es ahí donde los lobos marinos, aves guaneras y (según la época) pingüinos viven para ser fotografiados por los curiosos. Durante el viaje se atraviesa una zona donde se observa El Candelabro, un enorme geoglífico de 120 de altura, que muchos marineros usan como faro y que además se relaciona con las líneas de Nazca.

Paracas, Perú

Perdí el gorro para el sol, así que me cubrí con lo primero que encontré.

Paracas, Perú

Impresionante imagen del desierto peruano! Me encanta ese color amarillento

La marea estaba alta y ni bien la guía se acercó con cara de preocupación supimos que algo andaba mal. Efectivamente, el madrugón de las 7 am había sido en vano. Ninguna embarcación iba a salir al menos ese día. Muchos turistas se mostraron molestos y se negaban a ir, pero a decir verdad no me llamaba mucho la atención volver a navegar esas aguas. Tal vez porque lo había visto un par de años atrás o tal vez porque no me gusta mucho la vida marina. Mi interés estaba más que nada en volver al desierto, ahí donde la naturaleza parece haberse enfadado dando lugar a formaciones rocosas y extrañas, como La Catedral o El Fraile. Todo fue el resultado del paso del tiempo (en realidad de varios siglos) hasta que fue declarado Patrimonio de la Humanidad.

Paracas, Perú

Otra vista de la Reserva

Paracas, Perú

Así quedó la catedral después del terremoto de 2007

Pero en 2007 un devastador terremoto quebró la historia del Perú y una de las imágenes más fotografiadas del país se derrumbó. Muchos dicen que la parte que formaba la cúpula de La Catedral se la llevó el mar. Otros aseguran que son las rocas que se encuentran en las playas de Yumaque y Supay.

Todavía sigo pensando porque me gustan tanto los desiertos, su soledad, ese calor que agobia, su inmensidad. A veces creo que es porque se puede escuchar el sonido del viento o tal vez porque me identifico con el aviador del libro El Principito. Si bien no había nadie de otro planeta extraño, lo increíble fue ver fósiles de más de 3.000 años atrapados en la piedra en ese suelo amarillento.

En el auto también iba Mirta, una viajera de Holanda que poco hablaba español pero disfrutaba de los paisajes sin importarle las explicaciones del guía.

Paracas, Perú

Imagen de la costa de la Reserva Nacional de Paracas y su costa negra

Paracas, Perú

Amanece en Paracas

Cuando nos subimos otra vez en dirección a la playa rosa entendí que no habría caminata por la costa de La Catedral. Por razones de seguridad después del terremoto la mayoría de las atracciones se tienen que ver desde los nuevos miradores. Y en realidad fue mejor, porque tuve la oportunidad de descubrir lugares en los que antes no había estado.

Cuando la garganta estaba seca y el calor del día había llegado a su punto máximo nos fuimos al centro de interpretación, un lugar donde explica en forma muy práctica la historia de la reserva.

Paracas, Perú

No hubo paseo por las Islas Ballestas, entonces nos dedicamos a caminar por el malecón.

Regresé al hotel cargado de energía. Había estado otra vez en un desierto, en esos lugares donde uno pierde la noción del tiempo, de las proporciones, de los espacios inmensos. Un lugar donde no hay un solo árbol que de sombra y que muchas veces se puede volver mortal. Me acosté en la cama agotado pensando que viajar dos veces a un mismo lugar tiene el desafío de re-descubrirlo, especialmente cuando no estaba en los planes. Si querés leer más historias de desiertos no te pierdas esta de Colombia o la que tuve en Uzbekistán con 50º de calor.