Cuando en 1990 decidí aventurarme como mochilero por Europa y África no tenía idea que estaba dando el puntapié inicial a una vida diferente, a vivir de los viajes, de la fotografía y de la escritura.

En ese diciembre recién había cumplido 20 años y mi único sueño era llegar a conocer las pirámides de Egipto. Solo las conocía por los libros del colegio y por una diapositiva que habían proyectado en el living de casa unos parientes. Después de ese viaje de 5 meses vinieron otros de 1 año, de 9 meses, de viajes sin fecha de retorno, de viajes anticipados, como cuando me enfermé de malaria en Uganda y Etiopía quedó en la lista de pendiente (por ahora).

Ahora miro hacia el pasado y comprendo todo lo que aprendí, pero especialmente todo lo que me falta aprender. Les comparto en este post 14 cosas que aprendí y considero son las más importantes.

1. Sin lugar a dudas aprendí que viajaba afuera para conocerme por dentro. En enero de 2015 estuve esperando 26 horas en el desierto de Gobi, en Mongolia a que me levantara un camión mientras viajaba haciendo dedo. El calor era agobiante, había polvo y la poca agua que tenía empezaba a hacerse humo. Entonces aprendí a ver que todo pasar por algo, que todo tiene una razón de ser. Que el único responsable de esa decisión había sido yo. Durante esa larga espera tuve tiempo para la reflexión, para aprender a bajar la ansiedad ante resultados inesperados, y especialmente preguntarme a dónde iba (con mi vida). Aprendí a no desesperar, que todo, tarde o temprano llega. Al otro día me levantó una camioneta con 20 maestras jardineras que iban al próximo pueblito. ¡Hubo final feliz!

Esperar 26 horas en el desierto de Gobi, Mongolia. Una de las experiencias más reconfortantes en estos 26 años de viaje por el mundo.

2. Perder los miedos: ¿Cuántas preguntas te hiciste antes de empezar un viaje? Parece mentira como la mente se encarga de boicotear nuestro proyecto, nuestro sueño, aun sabiendo que lo deseamos. El viajar y dejar todo lo seguro en Buenos Aires me animó a perder los miedos, a todos. Miedo si la plata iba a alcanzar durante el recorrido, miedo a lugares poco comunes como Siria, Irak, Haití. Aprendí a perder el miedo a extrañar y que eso no fuera una trampa para no irme, o para volver antes de tiempo. Aprendí a perder el miedo de relacionarme con los demás, porque de chico siempre había sido muy tímido. Muchas veces confieso que viajar me salvó! Sí, me ayudó a forjar mi personalidad, a relacionarme con cualquiera más allá de la dificultad del idioma o el país.

Siempre hay tiempo para una buena charla, inclusive en tierras tan diferentes a las nuestras…

3. Aprendí a ponerme desafíos, a probar mis propios límites. Entendí que cada viaje es una gran oportunidad para confirmar que siempre podemos dar más. Que los límites nos los ponemos nosotros mismos. Fue así que desafié el trabajo seguro, el sueldo fijo y dejé todo a pesar de que económicamente me iba muy bien. Desafié a mi propio instinto al viajar solo por lugares como Afganistán con 30º bajo cero y comprobar que no todo el mundo te está esperando para matarte. Aprendí a desafiar a las noches en soledad, durmiendo con desconocidos en una playa del golfo pérsico en Irán, en Grecia o en Ecuador. Aprendí a romper los propios paradigmas y viajar distinto, sin las recomendaciones de la “mejor guía”.

Kabul, Afganistan: desafiar lo que parece imposible al recorrer este lindo país con 30º bajo cero

4. En estos años aprendí el poder enorme que tiene tomar una fotografía. El capturar un rostro ante un desconocido que se emociona tanto como yo cuando le mostrás la imagen. Que documentar un lindo atardecer es tan mágico como fotografiar un campo de refugiados y de esa foto lograr donaciones para una familia. Que la fotografía es un lenguaje universal y vayas a donde vayas será un gran puente de conexión, además de fuente de trabajo.

Desayunando en un bar del Tíbet con un desconocido. La foto atrapa el tiempo y lo hace eterno.

5. Aprendí a viajar más lento, especialmente atendiendo lo que el cuerpo iba necesitando y no lo que mis ganas manifestaban. Si el cuerpo estaba cansado y yo tenía ganas de salir a la ruta, entendía que debía quedarme durmiendo (y sin culpa) sin pensar que perdía días de viaje. Que en realidad estaba viajando en forma sincronizada y alineada con mi cuerpo y mente.

Marruecos viajando a dedo por el desierto: las esperas no dependen de uno. El destino se adueña de nosotros

6. Recorriendo el mundo aprendí que siempre uno va a recibir más de lo que da. Que a veces no nos alcanza el tiempo para devolver tanta hospitalidad recibida. Y entonces te preguntás: ¿Cómo es posible que esa familia te abra las puertas de su casa y te invite a comer? ¿Cómo es posible que ese iraní te lleve al hostel que tenías pensado desviándose varios kilómetros de su destino final? Aprendí que el mundo no es tan grande, tan peligroso como nos quieren hacer ver.

Bali, Indonesia: a veces uno recibe sonrisas inesperadas que te llenan de felicidad por días

7. Aprendí que hay viajeros con quien compartís cosas personales muy intensas y que ni siquiera tu familia o amigos las saben. Que es tan importante contar, como saber escuchar. Que nunca se sabe cuando el destino te va a unir a ese viajero años más tarde. Después, mucho después comprendí por ejemplo por qué había conocido a Pavlev, un ruso en Palmira, Siria. Pasaron más de 6 años hasta que nos encontramos en su casa de Siberia, al sur del país y descubrí a una de las personas más generosas que jamás había visto, solo preocupado por dar sin esperar nada a cambio. La carpa que uso ahora fue un regalo de él en cuanto se enteró que la mía estaba rota.

Viajando a dedo por Indonesia con Arpan, un chico de la India del cual aprendí mucho. A estar calmo en situaciones complicadas

8.Aprendí que tu palabra, que tu gesto, que tu manera de viajar siempre va a dejar huella, en alguien o en algo. Que tu forma de mostrarte al mundo va directamente relacionada con lo que más tarde vas a recibir. Que pensar en positivo te lleva a tener experiencias positivas y que pensar en negativo te lleva a vivir experiencias negativas.

Dejar huella al caminar… de eso se trata

9. Aprendí a ver que la mochila que llevamos refleja el tipo de persona que somos. Si la cargamos con miles de cosas que después no usamos y estamos pendiente del “por las dudas”, estamos cargando nuestras propias inseguridades, nuestros propios miedos. Aprendí que lo mejor es viajar liviano, que todo lo que necesitemos lo vamos a conseguir (a veces a mejor precio que en nuestro propio país).

En Mongolia: tener menos es TENER MÁS

10. Aprendí al desapego por las cosas materiales. A estar más atento por quién quiero ser que por lo que debería tener. Como práctica muchas veces antes de partir selecciono cosas que ya no uso hace uno o dos años para regalarlas a amigos. Así me pude desprender de una bicicleta, de una colección de CDs, de ropa, etc, etc. Irse de viaje por mucho tiempo sin pensar en lo que dejamos es uno de los ejercicios más saludables que aprendí en este tiempo.

A veces siento que el mar es el mejor lugar para dejarlo todo y viajar…

11. Viajar me enseñó que los estado de animo pueden variar a pesar de estar haciendo lo que deseamos. Que no está mal sentirse triste o bajoneado en un playa paradisíaca de Filipinas, Tailandia o Malasia. Que entonces lo mejor es respetar ese estado emocional. Somos seres humanos que sentimos y que todo lo vivido siempre nos afectará estemos en donde estemos.

La felicidad de esta comunidad garífuna de Honduras contagia!!!

12. Viajar me enseñó a vencer los prejuicios, los propios y los ajenos. Me animó a poner el cuerpo en la calle y vender postales como medio de ingreso. Viajar me permitió comprender que por más pequeña que parezca una acción siempre va a tener una gran recompensa, más allá de lo monetario. Confirmar que podemos concretar una idea por más sacada de los pelos que parezca, es lo más reconfortante que hay.

Vendiendo postales en Kioto con una pareja local

13. Algo que aprendí es a agradecer, algo que parece muy sencillo pero no lo es. Aprendí a agradecer por ese desconocido que te invita a comer, por estar sano, por haberme animado a soñar, por ese día de sol increíble, por estar viajando y viviendo de lo que me gusta, aprendí a agradecer a cada lector cuando compra uno de los libros, agradecer por haber intentando un desafío más allá de los resultados, agradecer por las sonrisas recibidas, o agradecer por tener un nuevo día para seguir de viaje.

Recorriendo el free Tibet, Tagong

14. Por último: aprendí que los viajes y las experiencias tienen que compartirse. Ya sea en una charla, en el blog, en un artículo de una revista, en un nuevo libro, en donde sea, porque entonces todo lo vivido pasará a cobrar sentido.

En Kyoto, Japón

A fines de 2017 planeo viajar en moto, algo que no hice todavía, por Argentina. Intentaré descubrir rincones poco comunes llevando cámara de fotos para que chicos de cada provincia pueda mostrar su vida y su realidad. Todo será nuevo: la forma de moverme, de mostrarme, los problemas que pueda traer la moto, acampar con ella en lugares inesperados. Porque cuando uno desconoce sobre un tema está la posibilidad de aprendizaje. Hoy, a los 46 años estoy feliz de seguir aprendiendo a viajar distinto.

¿Querés saber cómo fue la experiencia mientras recorría el desierto de Mongolia? ¡Hacé clic en esta foto!

Después de mucha expectativa y espera llegué a las dunas que tanto habido ido a buscar

Después de esta experiencia de viajar en moto por mi país seguramente vendrán destinos lejanos. ¿Será por África…? Si querés compartir algo distinto que hayas aprendido durante tus viajes dejá tu comentario. ¡Seguro le será útil a los futuros viajeros!