Kris, cómo encontraste esta casa en medio de un parque nacional?, le pregunté mientras caminábamos por el bosque. Su respuesta me dejó pensando un rato largo. Yo no la busqué, ella me encontró a mí. El silencio se interrumpía por el ruido de nuestras pisadas quebrando pequeñas ramas caídas entre los helechos. Lo observaba juntando hongos salvajes y berries con el mismo entusiasmo que un niño toma un helado de su sabor preferido.
Mientras sus manos se iban tiñendo de morado más nos metíamos en lo profundo de un bosque que pareciera no tener límites. Estamos en el Parque Nacional Slïteres, ubicado en la costa oeste de Letonia, en una de las reservas naturales más antigua de los Estados Bálticos.
Después de doce años de estar casado este letonés decidió que quería hacer un cambio radical en su vida. Vivir en contacto con la naturaleza, alejarse de las comodidades y conectarse con la energía de lo simple. Si bien no vive de esa manera en su totalidad está en un proceso, como menciona.
Una vez por semana recorre 20 km por una ruta donde los pinos y el verde quitan la respiración. Allí se abastece de algunos productos orgánicos en un mercado local y de bidones con agua. Avellanas, miel pura, semillas de lino, chia o girasol también forma parte de su dieta, junto a otras verduras como zanahorias, cebollas o tomates.
Es principio de julio y a pesar de estar en verano la temperatura desciende hasta los 4º C durante las noches. Su casa no tiene puerta y algunas de las ventanas los vidrios son una utopía. Su cama está compuesta por un poco de paja y algunas mantas. Lo que para muchos podría ser una incomodidad para él significa volver a la esencia, a los orígenes. Estar en contacto con la naturaleza de una manera más natural. Es por eso que Kris no usa calzado. Camina de esa manera por el bosque, en su casa o cuando se acerca hasta el mar para darse un baño en las frescas aguas del Mar Báltico. Claro que para eso debe andar unos 8 kilómetros en total.
Comer sentado en un tronco bajo la lluvia, leer con una vela por las noches o cocinar con troncos forma parte de su día a día. Pero su vida no siempre fue así. Kris es inventor. De hecho patentó una gran creación: una bicicleta de madera multilaminada para niños, que llamó Brum Brum y obtuvo numerosos premios en Europa por su original diseño.
Este letón vive sin la típica ansiedad que genera estar en un gran ciudad. Se podría decir que vive al ritmo del clima. Si llueve o si hay sol le da igual. Mientras pueda estar rodeado de los árboles él se sentirá en armonía. Claro que no todo es fácil en este proceso de cambio. Este giro en su vida lo llevó a separarse, no solo de su mujer, sino también de sus hijos. Su decisión de vivir prácticamente aislado fue criticada por muchos amigos o familiares que no comparten su nueva forma de ver el mundo.
Cuando le pregunto por el invierno y si está preparado para soportar grandes nevadas y temperaturas bajo cero, Kris mira hacia al cielo, respira profundo y responde: Mi cuerpo se está adaptando lentamente y estoy convencido que para esa época todo irá bien. Lo dice con tanta confianza que contagia.
Sobre la mesa del living, que también es su cuarto principal hay un celular que solo prende una vez cada dos o tres días. Principalmente para saber cómo están sus hijos. En un rincón hay una pequeña biblioteca con más de veinte libros. Entre ellos aparece uno donde explica los tipos de plantas que hay en esta región, cuáles son comestibles y cuáles sirven para curar algunas enfermedades. Una flor desteñida separa las páginas de otro libro sobre la filosofía zen. Sobre una pared cuelga un atrapasueños, una pluma, un arco y una flecha, que según él le dará uso cuando el universo lo disponga.
Su rutina es sencilla: por las mañanas, cuando el sol calienta la entrada de su casa se sienta sobre el pasto para masajear sus pies con aceite. Es su método para fortalecerlos para cuando llegue el frío. Por las tardes sale a caminar por pequeños senderos que fue construyendo. Toca la flores con tanta suavidad como cuando una madre acaricia a su hijo recién nacido. Por las noches cocina usando las ramas que juntó en el bosque. Adentro lo espera el postre, un cajón de madera lleno de avellanas.
Kris tiene 36 años, barba y pelo largo rubio que para el estándar sería tildado de sucio o desprolijo. Sin embargo su energía está puesta no en aparentar sino en ser el mismo. Las no puertas de su casa están abiertas para cualquiera que quiera experimentar con él un tiempo sobre cómo es volver a la esencia, a los orígenes. Al contacto con la naturaleza en su máxima expresión.
El último día, antes de partir le hice otra pregunta: ¿Cuál es tu gran sueño? Sus ojos verdes parecieron brillar más que nunca y con una sonrisa respondió: Que este espacio donde vivo se convierta en una Comunidad.