El sol aplacador del verano, el viento, la lluvia. Los mosquitos, la transpiración que llega a los ojos como si fuera una cascada. La incertidumbre de la noche y dónde acampar, la comida adecuada o cómo distribuir el peso en las alforjas. La fatiga de los músculos, la falta de agua en el momento preciso, el cambio de ropa. Las herramientas y los repuestos, el modelo del asiento o el manubrio. El ruido de la cadena al pasar los cambios. Las eternas subidas que no dan tregua. Las bajadas que reconfortan. La hospitalidad de la gente. La indiferencia de la gente. La soledad con uno mismo. Los pensamientos que crea nuestro cerebro mientras estamos pedaleando, los positivos y los negativos. Las elecciones que tomamos a diario.

Detener los pasos en el río Una, acampar mirando la frontera de Bosnia. Apreciar el momento. La felicidad está en las cosas simples.

La neblina se apoderó del bosque. El frío trajo la lluvia. Lo inesperado del camino es nuestra forma de seguir aprendiendo

Son tantas las cosas que ocurren cuando uno decide emprender un viaje largo en bicicleta que resulta complejo compartirte en una carta, pero seguramente podrás imaginarte lo emocionante que es dejar la comodidad de tus espacios (amigos, familia, casa, trabajo, rutina, etc) para salir a descubrir nuevos mundos. Afuera de nuestro círculo cotidiano hay miles de lugares esperándote.

No te escribo estas líneas desde la sabiduría, tampoco para dar consejos, simplemente para compartirte vivencias. Viajar en bicicleta te aumenta los sentidos, las emociones, la curiosidad. Tu cuerpo empezará a experimentar cambios y transiciones que hasta hace poco te eran desconocidas. Los primeros días sentirás dolor en lugares impensados, pero como la naturaleza es sabia te irás acostumbrando. Empezarás a entender cuándo es tiempo de seguir, de esperar, de parar. Esas vivencias personales te permitirán conocer mejor tus propios límites e ir por nuevos desafíos. Aprenderás a respetarte y a respetar las diferencias culturales. Los demás nos enseñan cosas nuevas en la misma proporción que nosotros podemos ser sus maestros.

Llegando a la frontera con Moldavia me encontré con esta ruta por momentos todo era barro y pedalear era complicado

Cuando el calor de Ucrania apretaba en verano y el sol se ponía recién a las 23 hs el día se hacía largo…

La famosa ruta Transfagarasan en Rumania. Fueron 40 km en constante subida. El aprendizaje fue inmenso. Siempre se puede

Pero no está todo dicho por pedalear miles de kilómetros. Cuando creíste haber aprendido MUCHO comienzan nuevas situaciones. Se termina el asfalto y el camino de tierra te enseña moverte distinto. Se termina el camino de piedra y empieza el de barro. Es un continuo volver a empezar. Se termina el sol abrazador con más de 40º grados de calor y el atardecer trae moscas y mosquitos que se te meten en la oreja, en los ojos, en la remera. Y ahí estás vos, luchando por subir esa cuesta mientras intentás sacarte de encima una nube de bichos que te persiguen. Haces equilibro por soltar el manubrio y con una mano espantar la incomodidad, pero el riesgo de caerte es grande. Luchas contra el mundo, maldecís una y otra vez quién te mandó a estar ahí, en ese lugar. Pero al final del camino entendés que valió la pena el esfuerzo. Te hacés cargo de tu propio destino.

Entré a Croacia fuera de las rutas tradicionales, por el campo. Eso permitió entender mejor su cultura y hospitalidad

La ruta siempre te va a dar sorpresas y es ahí cuando empieza la aventura.

Pedalear hasta el atardecer, una de las mejores recompensas

Tus cálculos no salen bien y la noche te atrapa en medio de un bosque con nuevas situaciones. No estás acostumbrado al grito de los lobos, de los osos pardos ni de los zorros. Intentás dormir, pero el corazón explota de nervios cada vez que el eco del bosque llega a tu carpa. Mirás el reloj una y otra vez deseando que salga el sol para volver a la ruta. Aunque nadie ni nada te asegura que tengas un encuentro con ellos horas más tarde.

Tu andar genera empatía con al gente más allá de dónde estés pedaleando. Da igual si es en Rumania, Bosnia, Moldavia, Transnitria, Croacia o Bielorrusia. Todos intentan ayudarte como pueden. Algunos te aplauden, otros tocan la bocina de su auto para motivarte. Los más curiosos se acercarán solamente para saber: de dónde sos y hacia dónde vas. Otros, los más generosos, te invitarán a sus casas a comer y dormir. Te darán todo con tal de hacerte sentir mejor. Otros te darán plata, regalos y consejos. Cada uno a su forma y posibilidad querrá ser parte de tu viaje y vos sin darte cuenta serás parte de sus vidas, aunque sea solo por unas horas o días.

A veces un taller mecánico (Eslovenia) puede ser tu “hotel” por una noche

Saber parar a tiempo. Darle un descanso al cuerpo y disfrutar del entorno. Viajando en bicicleta nunca hay apuros

Rutas que suben y suben hasta alcanzar niveles impensados. El viento que pega de frente y te empuja hacia el mar. Todo un desafío en Senj, Croacia

Pero recuerda que no todo está dicho. Cuando entres a tierras más extremas llegarán las tormentas de arena, las enfermedades, la corrupción, las esperas por las visas, las inundaciones y esa será otra gran oportunidad para desafiar al camino, a las incomodidades, al destino. Será un puente para conocer cuáles son tus fortalezas!

Nunca bajes los brazos por más complejo que parezca el momento. Nada es imposible. NADA! Solo es cuestión de tiempo. Sí, viajando en bicicleta serás millonario en tiempo, pero no lo desperdicies. Por eso, pedalea a tu ritmo porque al final del camino te espera lo mejor: “La felicidad de haberlo logrado” y ese premio durará para siempre en tu corazón.

Buenas rutas! Esteban (viajando desde Estonia hasta Sudáfrica – 20.000 km de aventuras) 2019-2021

El paisaje sin lugar a dudas es la gran compañía del día a día

De la montaña al mar. Del mar al desierto. Del desierto al bosque… un eterno balance para pedalear todos los terrenos posibles.

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