Esta experiencia de viaje me ocurrió en Uganda, precisamente en el Lago Victoria. Después de recorrer Tanzania llego a Uganda y me organizo para salir a explorar durante dos días una de las tantas islas del lago. La más cercana, Kalangala, queda a tres horas de navegación. Una de las formas más divertidas de viajar es hacerlo en los botes de los pescadores. Mientras preparan sus redes pacto el precio con dificultad pues hablan kiswahili, un dialecto de la región. El viaje es muy tranquilo a excepción del excesivo calor y los mosquitos. Al llegar a la orilla cientos de niños salen a mi encuentro ofreciendo pulseras multicolores, otras artesanías elaboradas por ellos mismos y galletitas. Compro algunas y uno de ellos se ofrece como guía, pero un camión cargado con toneladas de bananas me invita a viajar con el. Tomo esto como mejor opción. Atravesamos  zonas rurales con  mucha vegetación donde es común ver a toda la familia trabajar en la recolección de frutas, en especial de papayas.

Recolectando frutas por las islas del lago Victoria

Una niña recolecta frutas por las islas del lago Victoria

Me llama la atención la belleza de una niña que usa un gorro de tela negro al mejor estilo Familia Ingalls. Su vestimenta, un top violeta y un saco con varios colores entre ellos amarillo, me invitan a hacer un buen retrato. El camión frena para hacer una descarga de bananas en un puesto y yo me bajo para tomar mi fotografía. No se asusta pero me mira fijo. Su expresión me produce un poco de ternura, pero también me duele ver a esta niña trabajando a la par que los adultos en vez de estar jugando. Es como una esclavitud encubierta. Claro está, que esto sucede en cualquier país del mundo y no solo en Uganda.

El camión llega a destino final y yo también. Estoy en el extremo opuesto de la isla. Camino por un sendero que es interrumpido por una casa vieja sin ventanas. Un enorme planisferio pintado en una de sus paredes me llama la atención. Adentro bancos amontonados en un rincón aclara que en algún momento aquí funciono una escuela. Sigo avanzando por el sendero hasta llegar a un cruce de caminos. Pregunto por algún lugar donde alojarme y antes de continuar compro unas tiras de pollos con una salsa extraña a un vendedor tan perdido como yo.

Africa (7)

Un niño es retratado en el mural de su escuela

No le temo a los insectos, ni tampoco a las víboras, digamos que mi debilidad son los murciélagos. No se bien porque, pero estas ratas negras voladoras no me permiten conciliar el sueño y menos en una choza precaria, donde el techo son unas cuantas ramas colocadas una arriba de la otra. Me levanto por la mañana sintiéndome bastante mal. Siempre llevo un botiquín básico en cada viaje y lo primero que hago en estos casos es tomarme la temperatura. Algo no anda bien. Mi termómetro marca 41º un valor que jamás tuve en mi vida. Estoy en medio de una isla en el Lago Victoria, solo y a  varias horas de regreso en bote, si es que consigo uno, para llegar al primer pueblo. De allí me espera otro largo viaje en taxi a Masaka, Con suerte en unas seis horas podría conseguir algún medico que me revise. Siento tanto dolor en mis músculos y todo el cuerpo que no puedo ni moverme. El dueño de la choza me lleva en carretilla hasta un pequeño muelle y le pide a un amigo que me acerque a tierra firme. Tomo algo para bajar la fiebre y bebo bastante agua. Su lancha se mueve dando saltos mientras mi espalda lucha por encontrar una posición mas cómoda. Al llegar a la orilla le pido que busque un auto para mi y así ir a algún hospital cercano. Me desplomo en el asiento trasero y allí me quedo dormido. No me acuerdo de nada más, hasta que oigo una voz de mujer que pregunta por mi nombre. Estoy en una sala de una clínica en Masaka. La enfermera se acerca un poco más y en ingles me lee un informe. Lo único que entiendo es que tengo paludismo más conocido como malaria. Es tanto el dolor que siento aún que me bajan en camilla a una sala donde paso casi un día entero sentado en una silla de madera. Como un reloj suizo, la enfermera me trae puntualmente una bandeja con mas de ocho pastillas distintas cada cuatro horas. Pienso en el destino y vaya a saber porque, ahora estoy acá. Tal vez, mas adelante, algo mejor suceda. Lo cierto es que esta enfermera me cuida con el amor de madre. Lamento perder la excursión contratada para ver a los gorilas, uno de los motivos que me habían traído hasta acá. Ni las vacunas, pastillas y repelente pudieron evitar uno de los peores riesgos de visitar África del Este en pleno verano.

Africa del Este (15)

Mercado callejero de carnes

El episodio me obliga a quedarme varios días en el lugar. Mientras me voy sintiendo mejor aprovecho para hacer fotos del pueblo. Ya pasó casi un año de esta aventura y mis fotos de Uganda son publicadas en la Revista Lugares en la sección “Trip”. La apertura de la nota, es con una foto de este lugar. Transcurrió mucho tiempo desde que tuve malaria, y ahora estoy convencido cual fue la razón para estar mas días allí.

Si queres saber cuál fue el día que tuve miedo en África entrá a este post y enterate que paso aquella noche a las tres de la madrugada… https://unviajerocurioso.com/2015/11/20/y-un-dia-tuve-miedo-en-africa/