Cuando uno sale a la ruta para hacer dedo se genera una especie de adrenalina interna difícil de explicar. Al menos eso me pasa cada vez que me pongo la mochila, miro el mapa y pongo el pulgar al viento. No se quien será el próximo conductor que frene, cual será su trabajo o cuantos kilómetros podrá llevarme. Pero solo tengo la certeza de que viajando a dedo podré encontrar historias nuevas. Historias que formarán parte de este gran viaje sin fin.

Hay tres encuentros especiales que me marcaron en los 22.000 kilómetros recorridos desde Singapur hasta Uzbekistán. El primero transcurrió en Tagong, un pequeño pueblo tibetano de la provincia de Sichuán. Había ido a conocer un monasterio solo para mujeres. Ni bien llegué el sonido de la música que provenía de un salón me atrapó. La curiosidad hizo que entrara y ante la mirada de cientos de monjas me quedé compartiendo ese momento. Cuando terminaron las plegarias salieron a una galería. Eran tantas las posibles fotos que podría capturar con la cámara que por momentos me costaba concentrarme. De pronto vi a dos monjas en un rincón que se reían con timidez. Empecé a acercarme y fue en ese momento que un perro tibetano de dimensiones generosas saltó sobre mi pierna mordiéndome con fuerza y tirándome al piso. Las dos monjas que salen en la foto no solo se dejaron fotografiar sino que fueron las me asistieron en la pequeña sala de auxilios que hay en el monasterio.

Tíbet

Las dos monjas que me asistieron en el monasterio tibetano

Cuando llegué a Kirguistán tenía muchos planes para hacer por este destino de Asia Central pero había uno que tenía como prioridad: recorrer a pie 25 km entre las montañas para conocer las familias nómadas viviendo cerca del lago Song-Kul. Había salido temprano porque el sol del verano era bastante duro durante el mes de julio. Los primeros kilómetros fueron sencillos pero después el camino fue un lento y continuo ascenso. Después de recorrer un poco más de la mitad del trayecto me crucé con la primer familia nómada. Desde lo lejos podía ver a un anciano haciendo señas para que me acercara. Fue inevitable aceptar la propuesta. No solo aproveché para descansar y conocer el interior de su ger sino también para ayudarlos en sus tareas diarias durante unas horas. Esta foto de la familia refleja de alguna manera la hospitalidad de ese encuentro.

Kirguistán

La familia nómada de Kirguistán que me recibió en su ger

 

Habíamos quedado con Iván, un amigo argentino que llevaba un proyecto de arte por el mundo, encontrarnos en Bangkok. Él venía bajando desde China y yo subiendo desde Malasia. Desde la capital de Tailandia nos fuimos hasta el pueblo de Mae Sot. A simple vista no hay ningún motivo en especial para llegar hasta allá pero el objetivo era visitar una escuela de niños refugiados de Birmania. El día que llegamos cientos de chicos salieron a nuestro encuentro. Hubo abrazos, dibujamos, pintamos, hicimos máscaras y la pasamos genial. Al tercer día mientras recorría una de las aulas me encontré con estos tres chicos jugando en el piso. Fue especial capturar ese momento de su amistad.

Birmania

Niños refugiados de Birmania en Tailandia

Claro que hubo muchos más encuentros en estos meses de viaje por Asia. Pero el de las monjas, la familia nómada y las sonrisas de estos niños son inolvidables!