En el país donde las rutas tienen carteles como “5 mandato, no mataras”, donde está San Pedro Sula, la ciudad considerada la más violenta del mundo y pandillas que ni Estados Unidos puede controlar en sus tierras ahí llegamos, a Honduras, cruzando la frontera a pie.
Argentinos y brasileños pagan 3 dólares por entrar nos indicó el oficial de migraciones detrás de un vidrio blindado. Se levantó la barrera y estábamos en nuestro segundo país de este recorrido que nos llevará hasta Bolivia. Una luna de miel extendida como acostumbra a decir Lucila cada vez que nos preguntan hacia donde vamos. Apoyamos las mochilas en la ruta y antes de que pase un minuto Gustavo, un dirigente del fútbol local, que además trabaja en sistemas de seguridad en El Salvador, nos levantó. El primer hondureño con el que hicimos contacto sabía de Rata Blanca, ese grupo de rock del cual escuché apenas una canción, del nuevo presidente Macri, de vinos, de nombres de jugadores del Nacional B y hasta de que color son sus camisetas. Me daba vergüenza saber tan poco de su país, pero al fin y al cabo para eso uno viaja, para aprender más allá de lo que los medios nos venden. Gustavo nos dejó en la puerta del hotel, nos dio su número de teléfono y nos pidió que si pasábamos por san Pedro Sula, lo contactáramos por cualquier cosa que necesitemos.
Santa Rosa de Copan nos recibió con lluvia y nada parecía que en los próximos días el tiempo fuera a cambiar. Pero a decir verdad eso de descansar un poco de las rutas no estaba tan mal. Al otro día la ciudad se llenó con más agua y con unos 1.500 policías, bomberos y militares. La llegada del presidente o el cachetón, como le dicen despectivamente algunos, formaba parte de las novedades del pueblo. Por la mañana daría inicio a una maratón que forma par de un emprendimiento nacional para fomentar los deportes y la salud. Todavía estás a tiempo de anotarte me aconsejó un bombero en el lobby del hotel. Solo tenés que estar a las 6 (de la mañana) en la entrada al parque. Mi estado físico no es bueno debo reconocerlo y es verdad que debería hacer algo. Pero salir a correr tan temprano al menos no será en esta ocasión. Al otro día bajo un suave llovizna salí a conocer el pueblo. Me entusiasmé descubriendo donde hacen las mejores baleadas, (versión de la pupusa en Honduras), charlando con Julián, ese policía de Tegucigalpa que solo cumple con tres cosas en la vida y son: servir a la patria, a Dios y a su familia.
Después pasé por el local de Carmen Johana, que además de cocinar, trabaja como enfermera en el hospital del pueblo y es una enamorada de los programas de TV argentina. Me entregó unas empanadas recién sacadas del horno y bajo esa llovizna que nunca pareciera acabar, desanduve el camino hacia el hotel. Me desvié una cuadra para pasar por la iglesia y ver que tan entretenida estaba la cosa en la plaza central. Unos metros más adelante estaba Miguel, un pintor que le daba cara nueva a la pared de la cafetería. Y.. ¿le gusta don Esteban como va quedando? Quise ser honesto pero no pude. A decir verdad su trabajo no estaba mal hecho, pero ese verde loro era demasiado para la retina de mis ojos. Mientras esperaba por un café me contó que un par de calles más abajo vive Jaime, un español radicado hace varios años y que le encanta conversar con los turistas. Ya sabe, es la casa de tejas con portón de madera, la que esta frente a la farmacia. Me fui pensando que tal vez más tarde podría conocer al tal Jaime, pero acá si hay algo que sobran son casas con tejas, con portones de madera y farmacias. No sería una búsqueda sencilla. Cuándo subí a la habitación Lucila me preguntó que había pasado que tardaba tanto. Nada amor, estaba conversando con extraños, eso que te dicen de chiquito que no hay que hacer y para mí ya es una costumbre cuando estoy de viaje.
El hospedaje en Santa Rosa de Copán fue cortesía de el Hotel Elvir, que además de tener una excelente ubicación, el personal es muy amable y los cuartos cómodos y amplios.