Viajar a la velocidad del disfrute

Acampar en soledad, viajar lento y disfrutar más del día a día que nos regala la ruta.

Durante el viaje y cuando volví de la Patagonia, una de las preguntas más frecuentes fue a qué velocidad viajabas por las rutas. Por momentos me parecía raro escuchar la respuesta que les daba, pero era lo que sentía. Voy a la velocidad del disfrute les decía, y sí, muchos me miraban raro por no saber si iba a 100 km/h o más.

Imposible no ir despacio teniendo el volcán Lanín tan cerca

Creo que fue al tercer día cuando me di cuenta que de nada me servía ir rápido o lo que yo consideraba una velocidad alta si al fin y al cabo iba a llegar a destino un poco más tarde. Ojo que viajar a la velocidad del disfrute no quiere decir que fui siempre a 40 km/h, pero en promedio encontré que yendo al doble de esa velocidad estaba bien como para apreciar el paisaje, el sol del amanecer, ir sacando fotos con los ojos y a veces con la cámara también si valía la pena frenar.

También aprendí a probar mis límites físicos y a respetar el cuerpo: Una de las cosas que primero escuché fue que viajar más de 400 km en un solo día era una tortura para el cuerpo. Que al día siguiente iba a estar muerto de cansancio. Por eso y medio preocupado por lo que muchos decían, programé el viaje para hacerlo en etapas de 250 km por día. Pero desde la primer etapa (Buenos Aires-Azul) empecé a realizar tramos por arriba de los 300 km. Entendí que cada cuerpo responde de distintas maneras y que lo importante era respetar nuestro propio límite de cansancio. Tomé como premisa no viajar nunca después del atardecer. Tampoco si me sentía cansado, con sueño!

Cae el sol y llega la hora de descansar… por más que tengas fuerzas y ganas de seguir.

A estar más atento: cuando viajo en bicicleta por Buenos Aires soy bastante despistado y voy mirando para todos lados al mismo tiempo, pero claro, viajando en moto y a mayor velocidad era una locura mirar al costado, porque en cuestión de un segundo viajando a 80 km se recorren muchos metros y en caso de un imprevisto ya no habría tiempo para frenar.

Mirar siempre hacia adelante y no perderte las señales del camino

A cambiar el aceite, inflar ruedas: esto es algo más técnico pero la verdad es que cuando salí de casa no tenía ni idea donde estaba la tuerca del cambio de aceite, como debía mediar la presión de cada rueda (ya que cada una tiene valores distintos).

A seguir mi instinto y no traicionarlo como en península Valdez: al cuarto día cometí un error muy grande y traicioné mi instinto. Me sirvió como lección y así como lo aplicaba para viajar haciendo dedo por lugares poco comunes con la moto aprendí que tenía que hacer igual. Manejar en ripio o camino inestable me generaba desconfianza y además no tenía la experiencia para hacerlo. Viajando por Península Valdez me dejé llevar por los comentarios de otros viajeros y decidí recorrerla igual en moto. Así fue como en un tramo las piedras inestables me jugaron en contra y perdí el control. Terminé con el parabrisas roto en mil pedazos, un golpe en el codo y algunos rayones en los plásticos. Sentí mucha bronca por haber recorrido un lugar donde mi intuición decía NO a gritos. Rescato como positivo que sume experiencias y en otros tramos de Patagonia donde no tenía alternativa de esquivar caminos o rutas en malas condiciones ya estaba más preparado.

A disfrutar más de la naturaleza: viajar haciendo dedo es fantástico, pero siempre que estás arriba de un auto o un camión estás atento a como maneja el conductor, a sacar conversación o a descansar si tenés sueño. Viajando en moto y yendo lento pude disfrutar mucho más de la naturaleza, de los ríos, detenerme a tirarme en el pasto a disfrutar del sol del amanecer, a sentir el viento en el cuerpo. A sentirme más vivo!

Disfrutar de la naturaleza es parte de un viaje

A pedir ayuda: no hay mejor experiencia que animarnos a hacer algo que nunca habíamos hecho y viajar en moto más de 4.000 km era todo un desafío. Para lo que no estaba preparado era que esa adrenalina y emoción me iban a llevar a olvidarme de ponerle nafta en una ruta totalmente desértica. Y así fue, una mañana atrapado por el paisaje y por lo que estaba viviendo me fui sin pasar por una estación de servicio. Cuando me acordé era demasiado tarde y estar en esa situación me sirvió para aprender a pedir ayuda, para confiar en que siempre habrá alguien dispuesto a darnos una mano. Después de esperar un poco más de una hora, llegó una familia que viajaba a San Antonio Oeste. Sin dudarlo, hicieron más de 100 km para comprarme un bidón de nafta y llenar el de auxilio que llevaba. Ese gesto de hospitalidad fue increíble pero lo mágico llegó después cuando les pregunté cuánto les debía y me dijeron que nada, que era un regalo de la ruta!!!

La familia que me ayudó en la ruta cuando me quedé sin nafta

¿Querés saber cómo fue el primer viaje de prueba antes de salir? Hacé clic en la foto de abajo!

Capilla del Señor