Las primeras impresiones de India no las tuve al llegar allá. Comenzaron en Buenos Aires cuando amigos, conocidos y mochileros, me hablaban de este increíble destino. Pero… en sus comentarios, en general, destacaban el caos de las ciudades, sus olores, la pobreza o la insistencia de la gente para pedir limosna. Hasta me llegaron a decir que a mi regreso tendría que ir seguro al sicólogo porque el shock cultural iba a ser tan fuerte que terminaría conmovido.

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Conductor de rickshaw en Nueva Deli

En un primer momento me lo creí. Es verdad pensaba, viajar por un país con tantos millones de habitantes debe ser duro. El día que llegué a Nueva Deli, su capital, era de noche, hacía frío y no tenía moneda local. Salí a buscar un taxi entre caras extrañas y una neblina densa. Cometí, dejándome llevar por mi entusiasmo, de comentarle a mi conductor que era la primera vez que estaba en su país. Esa fue la puerta para que me dejara, engañado, en otro hostel con el mismo nombre al que buscaba. Por la mañana desperté al costado de una avenida ancha bastante tranquila y lejos de mi original Blue Deli Hostel.

Después de acomodar mi mochila salí en busca de mi primer contacto real con el pueblo hindú. Comprobé que era cierto: había mucha gente pidiendo limosna, el caos era el esperado y la pobreza, no más que en miles de lugares del mundo. Pero empecé a entender a este país con la generosidad de su hospitalidad, con la alegría de los chicos en la calle, con sus rituales en Varanasi, con el increíble desierto de Thar en la frontera con Pakistán o con sus encantadores lagos como el que está en Udaipur.

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Un hijo vende lácteos junto a su padre en el pueblo de Jaipur

India, me cautivó y me enseñó a ser paciente, a valorar como somos como personas, a ser más solidario y en especial a respetar cualquier tipo de cultura, tradición o religión. Entendí que cada viajero puede explorar el mismo país y llevarse sensaciones muy diferentes. Volví en dos oportunidades más y siempre descubrí cosas nuevas. Aprendí sobre gastronomía, sobre nuevas formas de rezo, a escuchar los consejos de gente sabia y a aceptar que viajar cientos de horas en un tren repleto de gente forma parte de su escencia.

Cuando me preguntan como es India solo puedo decir que es un destino para conocer en cámara lenta, sin apuros y dejándose llevar al ritmo local podrán descubrir si les gustó estar allí.

Lo que más me impresionó de mis tres viajes por este destino asiático: el pueblo de Bundi, con sus ruinas atrapadas por los árboles viejos, las ceremonias en el río Ganges, los amaneceres en los Himalayas, las charlas con los ancianos, los mercados de camellos, las callejuelas estrechas de Jodhpur pintadas de azul, los sabores de Rajhastán y en especial caminar por las havelis de Jaisalmer, un lugar salido de un cuento.

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La vida cotidiana en Varanasi