Me fui de Lhasa de la misma manera que llegué. En tren y con el sol intenso de primavera. La ciudad me dejó con muchas vivencias positivas. Además de conocer todos los templos y monasterios principales pude probar carne y yogurt de yak, fui invitado a una fiesta local, aprendí a girar la rueda de plegarias en el sentido correcto, entendí el significado de las banderas de colores y lo más importantes es que comprobé en primera persona que la hospitalidad tibetana estuvo en cada sonrisa recibida.
También dejé Lhasa con muchas preguntas sin respuestas. ¿Por qué la guía no quiso contarme sobre la invasión china a Tíbet? ¿Quiénes son verdaderamente los monjes que viven en el Palacio de Potala? ¿Por qué una agencia cobra 150 yuanes por buscarte a la estación de tren si el bus solo cuesta 1? ¿Quién está a favor o en contra de la velocidad con la que se construyen edificios modernos a metros de templos sagrados? ¿Algún día se podrá recorrer Lhasa y sus alrededores libremente como es posible por los pueblos tibetanos de Sichuan, Ganzu o Yunnan?
Estas son algunas imágenes de lo que significó Lhasa para mí. En otro post te compartiré cuales fueron las sensaciones al descubrir el otro Tíbet!