garífunas, sambo creeck, honduras.

Con Arcangel, el artista garífuna de Sambo Creek. Pinta por la paz!

Cuando los dos barcos llenos de esclavos partieron en 1635 desde las costas de Nigeria rumbo al Caribe, jamás imaginaron todo lo que vendría en el futuro. Cuenta la historia que los barcos naufragaron cerca de la Isla San Vicente. Los esclavos escaparon del barco y alcanzaron la isla, donde fueron recibidos por los caribes quienes les ofrecieron protección. Los matrimonios entre ellos formaron el pueblo Garinagu, conocidos hoy como garífuna. Este nombre se derivó de “Kalipuna”, uno de los nombres usados por los caribes para referirse a ellos.

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Hijo de pescador en una parte de la playa

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Si la vieran jugar al fútbol, tremenda habilidad la de Melanie, la garifunita de SC

Cuando los británicos invadieron la isla San Vicente, se opusieron a los asentamientos franceses y sus alianzas con los caribes. Al rendirse éstos a los británicos en 1796, los “caribes negros” fueron considerados como enemigos y deportados, inicialmente hacia Jamaica y después a Roatán, isla que pertenece hoy a Honduras. Los británicos los separaron, distinguiendo entre los que tenían más apariencia de indígenas y los que tenían más parecido a los africanos, siendo estos últimos declarados como los “reales” enemigos que debían deportarse mientras que a los otros se les permitió permanecer en la isla.

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Lujo total! Cancha de fútbol al lado del mar!!!

Más de 5.000 caribes negros fueron deportados, pero sólo unos 2.500 sobrevivieron al viaje hasta Roatán. Dado que la isla era muy pequeña e infértil para mantener la población, los garífuna solicitaron a las autoridades hispanas de Honduras que se les permitiera asentarse en tierra firme. Los españoles se lo permitieron a cambio de usarlos como soldados y así se expandieron por la costa caribeña centroamericana. Hoy en día residen unos 600.000 garífunas repartidos entre Belice, Honduras, Guatemala, Nicaragua y Estados Unidos.

Cuando decidimos visitar el pueblo garífuna de Sambo Creek, a unos 20 km de La Ceiba (al norte de Honduras) nos estábamos metiendo de alguna manera en un pedacito de la historia (de la de África y de la de Centroamérica).

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El partido terminó empatado 1 a 1 y todos contentos

Marcial es garífuna, tiene 50 años, trabajó unos 20 en los cruceros de Europa como cocinero y decidió regresar a sus raíces, Honduras. Cuando nos bajamos del autobús, de esos tipo escolares de USA, le hicimos una breve entrevista. No duda un segundo en responder que lo que más le gusta de Sambo Creek es la tranquilidad con la que vive la gente y la felicidad que le da al ver a viajeros como nosotros visitando su lugar.

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Ella es de Jamaica y estaba de visita en Sambo Creek. Se juntan las raíces de África

Sambo Creek pareciera ser un lugar de tierra de nadie, desolado, o mejor dicho en estado de abandono. Pero eso es solamente ante los ojos de quien ve solo lo superficial. Sambo Creek es un lugar sencillo, donde los garífunas viven en pequeñas casas de cemento, lavan la ropa en la calle, se sientan en las veredas a conversar entre amigos y a disfrutar de la brisa que llega del mar. Buscando el museo del pueblo nos encontramos con un hermoso graffiti, de esos que no podes dejar de fotografiar.

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Las pinturas de Arcangel por las paredes del pueblo

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De izquierda a derecha. El bus que recorre La Ceiba-SC, vista del bar al mar, ropa colgada al viento y juegos de niños en la playa.

Hola buen día, les gusta el dibujo? Preguntó Arcangel, un joven con gorra de New York y cadenas de plata decorando su cuello. Orgulloso nos dijo: Soy el artista! Todos los dibujos que ven acá son míos. Nos quedamos un rato largo conversando cómo es la vida en este pueblo de no más de 1.200 habitantes, de sus sueños, de su proyecto de casarse algún día y de un pasado turbulento que por motivos personales y por su seguridad no puedo publicar en este Blog.

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Tiempo de descanso después de jugar al fútbol con los chicos de Sambo Creek

Hicimos unos pasos más y llegamos al mar. El ruido de las olas rompiendo en la costa se sumaban a los gritos de Melanie y Nancy, que junto a un grupo numeroso de chicos no paraban de correr para juntar almejas ocultas en la costa. Hacía solo unos minutos que habíamos llegado y ya estábamos jugando al fútbol, cantando y disfrutando de su compañía. También hubo sesión de fotos, porque todos quisieron un retrato cuando nos vieron con las cámaras. Después nos fuimos a comer pescado a un pequeño restaurante con techo de paja que miraba hacia unas tentadoras aguas turquesas. Comprobamos que los garífunas viven muy relajados, aman sus raíces y son muy hospitalarios. Eso lo pudimos comprobar cuando regresamos a La Ceiba y habiendo gastado todas las lempiras en la comida el chófer nos dejó subir sin cobrarnos el pasaje.