Abrí la puerta de casa con la cámara colgada y prendida. Hacía tiempo que tenía la necesidad de salir a crear fotos por Buenos Aires y por diversas situaciones lo iba postergando. Tal vez me dejé atrapar por el efecto postviaje, por esa falta de búsqueda o entrenamiento que todos los viajeros tienen cuando están recorriendo un lugar bien diferente al que vivimos.
A diferencia de muchos porteños, a mí me gusta mucho esta ciudad. No sé si será que vivir en el tranquilo barrio de Colegiales, me lleva por momentos, a vivir en realidades paralelas, ajenas al subte con gente apretada, a los paros, manifestaciones o rostros con actitudes preocupadas por las calles del microcentro. Lo paradójico es que el primer lugar a donde fui a buscar fotos con ojos de turista fue cerca del obelisco. No porque quisiera ver el ícono sino porque quería ver calles que poco acostumbro a caminar. Con la cámara en mano entendí que hay tantas ciudades como uno quiera ver o descubrir, que está en nosotros darle paso a un Buenos Aires diferente. Con el correr de los días salir a tomar fotos sobre la gente de mí ciudad para un concurso se volvió la excusa perfecta para volver a lugares como Caminito en La Boca, Puerto Madero o el Jardín Botánico, donde hacía tiempo que no iba.
Me pregunto cuántas fotos me habré perdido en estos meses desde que llegué de recorrer Asia, Europa y Latinoamérica. ¿Cuántas historias habré dejado de admirar a través de mi lente? Lo bueno es que siempre hay tiempo y revancha para comprender que Buenos Aires tiene miles de miradas y la de ser turista en la propia ciudad es sin lugar a dudas una de ellas.
Recorriendo veredas mojadas, desde la ventanilla de un colectivo, entre la gente con el frío del otoño que recién comenzó o sentado en la vereda. Cualquier momento y lugar será oportuno para tomar una nueva fotografía de esta increíble ciudad.