Bajé hasta la planta baja del edificio, abrí la puerta que da al jardín y caminé despacio. Tenía una mezcla de dudas, miedos y adrenalina que me salía por cada rincón del cuerpo.

La sensación de subirme a “La Curiosa”, como decidí llamar finalmente a la moto era inexplicable. Esto de estar experimentando cosas nuevas me tenía un poco confundido. Que increíble que después de viajar por tantos lados del mundo como el desierto de Mongolia, los bosques de Uganda, los pueblos de Haití o acampar en el Tíbet, recorrer tan solo 77 km hasta Capilla del Señor me generaran tantas cosas. Es que conducir por una autopista llena de autos es algo a lo que no estaba acostumbrado. Si bien en Filipinas y Camboya había alquilado una moto esos caminos rurales llenos de palmeras y con poca gente eran un escenario muy distinto.

Necesitaba registrar el viaje de alguna manera para ser consciente de que todo esto era real, así que le puse la GoPro al casco. Cuando dejé las tranquilas calles del barrio de Colegiales pensaba en que fácil es disfrutar de la vida y de los viajes. Cuantas veces creemos que para viajar y pasarla bien hay que irse lejos o por mucho tiempo, sin embargo la felicidad viajera estaba al alcance de la mano. Todo en un solo día.

Quería conocer Capilla del Señor, su vieja estación de tren, los caminos de tierra y esa paz que solo se encuentra a la hora de la siesta.

Estación de tren de Capilla del Señor

Construcciones de paredes bastante antiguas y abandonadas

Encuentros que marcan cómo es el ritmo del pueblo

Cuando ya estaba en plena ruta volví a comprender lo frágil que somos, porque el viento me sacudía cada vez que un camión pasaba a mi lado. Por momento me sentía un barrilete a la deriva… Hice una breve parada en una estación de servicio por Pilar para disfrutar del aire acondicionado, tomar un poco de agua fría y saborear los maníes que llevaba en una bolsa.

Viajar en moto es una sensación completamente diferente a la que venía usando, especialmente a la de ir haciendo dedo. En moto uno es el protagonista de todo: de prestar atención a no pasarte en un cruce o desvío (cosa que me pasó dos veces), a soportar el viento caluroso en el cuerpo, el tráfico, a no distraerte ni un segundo con el paisaje que hay al costado del camino por más lindo que sea, etc.

Los negocios cierran a la hora de la siesta y todo es soledad

Todo transcurre al ritmo lento…

Vista que enfrente de la estación de tren

Cuando llegué a destino el sol estaba en su punto más alto, los negocios cerrados, a excepción de una verdulería, y un puñado de personas esperando en la terminal por el único bus que recorre la ciudad.

Compré unas bananas, unos duraznos y me senté debajo de la sombra de un árbol a disfrutar del contraste que tiene vivir en capital. No muy lejos pasó un señor a caballo sin montura. Vestía una boina roja, iba descalzo y a paso lento, como si quisiera mantener el ritmo del lugar. El escenario se completaba con una señora regando las plantas en una vieja casita ubicada al costado de la plataforma del tren.

Acá aproveché para descansar y comer algunas frutas a la sombra del árbol

Paisaje desde la estación de tren

Estación de tren, por ahora sin funcionar

Cuando me acerqué tuvimos un breve diálogo:

–Hola, buenas tardes, le dije en tono bajo para no despertar al gato que dormía sobre una silla de plástico.

–Cómo anda, Don?

–Bien, disfrutando de la tranquilidad…

–Ah, sí (interrumpió al instante). Acá el año nuevo nos recibió con poco ruido, nada de petardos… pero en familia, vió?

–¿Y llegan muchos turistas en tren?

–Ahora no, están arreglando algunas estaciones, pero para marzo calculo que ya estará andando de nuevo…

El llanto de un niño desde adentro de la casa cortó nuestra charla, aunque alcancé a tomarle una foto antes de que dejara su rutina de la tarde.

–¡Chau Angélica!, exclamé mientras ella saluda de espalda con una mano por arriba de la cabeza.

Descanso en Capilla del Señor. Toda esta paz a solo 77 km de capital federal

Me subí de nuevo a “La Curiosa”, di varias vueltas, algunas por caminos de tierra, otras bordeando el delgado arroyo y después de contagiarme de esa linda energía que tienen los pueblos de Buenos Aires, emprendí el regreso.

Ahora, mientras escribo estas líneas, pienso en los próximos viajes que vendrán, en la gente que conoceré, en qué lugares armaré la carpa, los desencuentros con el clima, la lluvia o el calor duro del verano, y para eso no hago otra cosa que estudiar el mapa de Argentina. Mientras, organizo otros viajes cortos de un día para ir ganando experiencia en la ruta. Y seguro que febrero será el mes de un recorrido de 20 días.

¿Mendoza, Tandil, Bariloche o San Luis? Tendré que decirme por uno… Por ahora puedo decir que el primer viaje en moto ya se hizo realidad.