Nací en una ciudad grande, caótica, con grandes avenidas y con mucha vida cultural. Buenos Aires es una combinación de todo eso, pero aunque pueda parecerles raro me gusta y por ahora es un lugar que uso de base cada vez que regreso de un viaje.

Pero no quiero hablarles de la capital argentina sino de las sensaciones que tuve mientras recorría Eslovenia en otoño. Siempre decía que mi estación preferida era el verano. Tal vez porque me gusta el calor y todo lo que genera esta época del año: andar liviano de ropa, nadar en el mar, caminar descalzo por un parque, etc. Sin embargo éste, fue mi primer otoño estando en movimiento y verdaderamente me marcó.

Mi mente no puede dejar de comparar cuando varios años atrás trabajaba como profesor de educación física en un colegio y el otoño llegaba en otras proporciones. Me refiero que si bien se notaba el cambio en el color de las hojas y el patio se inundaba de ellas, el entorno no era lo más del universo, simplemente era un patio de cemento en otoño.

En el pequeño pueblito de Bohinj y Unkac sentí y entendí que tenía que conectarme más de cerca con la naturaleza. Por eso, en cuanto llegué dejé la bicicleta a orillas del lago, y me senté a respirar ese aire puro en silencio.

Pero como no me puedo quedar todo el tiempo quieto, decidí ir por un desafío: subir los 15 km de una montaña cargando una bicicleta al hombro (sin las alforjas!!!) para tener las mejores vistas del lugar.

-Dónde queda el camino que sube a Vogel?, le pregunté a la señora que vendía los tickets para subir en el funicular.

-Es el que sale al costado del arroyo, pero es muy empinado, lleno de rocas y muy agotador para hacerlo a pie.

-No, estoy con una bicicleta, le comenté

Y entonces me miró como si estuviera loco. Claro que había dicho agotador, pero no imposible.

Los primeros 2 kilómetros fueron tranquilos. El tercero un poco más exigente y a partir de allí fue una constante lucha entre mis pensamientos: mientras unos decían Esteban que carajos haces subiendo una montaña empinada con una bicicleta al hombro, otros decían: no aflojes, no abandones, vas a llegar, vos podes, no te detengas.

El camino era verdaderamente DURÍSIMO!! La señora tenía toda la razón, pero después de casi 4 horas llegué a la tan esperada vista del lago Bohinj desde las alturas. Bajar me llevó tan solo 45 minutos y si no fuera porque paraba cada dos por tres a tomar fotos hubiera tardado menos.

Otoño en Eslovenia me remite a muchas cosas. Por ejemplo podría ser el nombre de una película, la contraseña de una red de wifi o tal vez una novela romántica. Por suerte no es nada de eso, sino que forma parte de este viaje recorriendo Europa en bicicleta.

Antes de dejar Eslovenia, su otoño, sus lagos y paisajes de ensueño me fui al bosque a pedalear. Quería guardar ese recuerdo, ese momento inolvidable de las hojas crujiendo con las ruedas, del sol entrando sin permiso entre las ramas, de la tierra húmeda.

Este increíble recorrido de más de 5.000 km que llevo hasta ahora pasando por Estonia, Letonia, Lituana, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Rumania, Serbia, Bosnia, Croacia, Eslovenia, Italia y ahora en Francia lo hice gracias al apoyo de Koos Bike Tech SL.